En tiempos de tribulación no hacer mudanza

Parece que algunos de nuestros políticos nunca han leído a Ignacio de Loyola, no han hecho ejercicios espirituales o no saben aplicar el dicho que da título a esta entrada del militar y religioso vasco que apela a la prudencia, a meditar lo que se dice y lo que se hace, a aguantar y esperar que pase la tormenta. Este país parece vivir en continua desolación o tribulación, cuando salimos de las llamas caemos en la brasas, tenemos la rara costumbre de tropezar siempre en la misma piedra. Aunque parezca lo contrario, esto no es una loa de nuestro presidente en funciones, el sr. Rajoy, que lo único que sabe hacer es estarse quieto como una estatua de sal, esperando que los problemas se solucionen solos. Problemas que en muchas ocasiones ha creado él mismo o su partido. Él aplica mejor el otro refrán que dice: «Soldado que huye sirve para otra guerra» (o, en palabras menos duras, el soldado que se esconde luchará en la próxima batalla). Prudencia o cobardía, desfachatez o ineptitud, inconsciencia o ignorancia, no se sabe bien a qué juega. La culpa siempre la tienen los demás, la herencia recibida, los jueces que persiguen a las buenas personas o la policía que está tomada por la izquierda, ya se sabe.

Lo malo es que en el otro lado tampoco son muy finos, oiga. Los partidos llamados tradicionales se pierden siempre en luchas intestinas por el poder, poniéndole la zancadilla al compañero, intentando acaparar cuotas y aplicando el rodillo o el cuchillo si es preciso. ¿Que eso perjudica al partido y beneficia al contrincante? Qué más da con tal de que los míos obtengan alguna sinecura en ayuntamientos, diputaciones, asesorías o similares.

Y qué decir de los nuevos, de aquellos surgidos de la ilusión del 15-M, de los que llenaban las plazas de alegría, de protesta, de reivindicación, que fueron la admiración del mundo y que exportó su movimiento a muchos países. Pues resulta que crearon un partido que fue capaz de aglutinar no sólo a los que protestaban en las plazas, a los indignados, sino también a los descontentos con las tropelías de unos y otros, a los desilusionados con los suyos. Poco a poco fueron ganando adeptos, introdujeron un lenguaje y unas formas nuevas, dieron voz a mucha gente que nunca la había tenido y que nunca se había interesado por la política o la había abandonado. Empezaron a obtener poder, a organizarse, provocaron el miedo y obligaron a los demás partidos a ir cambiando, a ir asimilando y adoptando algunas de sus ideas. Parecía que era posible un giro radical en la política, que se iba a hacer más humana, más cercana a las necesidades de los ciudadanos. En las últimas elecciones, sin obtener unos resultados demasiado brillantes, sí que consiguieron hacerse más visibles. Y comenzaron las negociaciones para formar gobierno. No es preciso que siga, todos sabéis cómo está la situación, cada vez más compleja. Se han aliado uno de los antiguos con uno de los nuevos, uno de centro derecha y otro de centro izquierda (es imposible llamarlo partido de izquierdas). Pero todavía tienen que pactar, y no lo van a conseguir según parece, con otros partidos hasta alcanzar una mayoría suficiente.

Y aquí es cuando vuelvo a la frase de Ignacio de Loyola. Estamos en tiempos convulsos, tanto dentro como fuera de España; PP y PSOE están hechos unos zorros con sus problemas de corrupción y luchas internas, IU, por ahora, no está ni se le espera, se ha convertido en un convidado de piedra. Y al único partido que podría modificar las cosas no se le ocurre otra cosa que hacer cambios, mudanzas: después del lío de Monedero, se han liado a tortas en Galicia, en Madrid, han echado de mala manera a su número tres, hay enfrentamientos con los anticapitalistas de Andalucía, etc. Es decir, están perdiendo las energías que tendrían que dedicar a convencer a propios y extraños de que su estrategia de negociación de cara a la formación de gobierno es la correcta, en hacer purgas y reorganizarse.

Si se me permite un consejo, dejen de salir tanto en la televisión, dejen de hacer gestos de cara a la galería, pónganse de acuerdo entre ustedes y comiencen a negociar en serio, sin cortapisas ni líneas rojas. Si es preciso, enciérrense en un convento, hagan ejercicios espirituales. No podemos permitirnos otras elecciones porque eso demostraría que la táctica se ha impuesto al sentido común y que los intereses partidistas también se han adueñado de la nueva política, lo que provocaría una enorme desafección en la ciudadanía, a la que ya sería muy difícil volver a ilusionar.

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Carta abierta a Pablo Iglesias, por Santiago Castro

Puede ser que el amor de padre nos ciegue a veces, que veamos sólo la virtud y ocultemos los defectos de nuestros hijos. Pero reconozco que mi hijo Santiago escribe y se expresa muy bien y suscribo, casi en su totalidad, lo que ha escrito en su blog dirigiéndose a Pablo Iglesias. Espero que, ahora que Podemos tiene el poder en muchos pueblos y ciudades y esté a punto de influir mucho más en la vida política nacional, a Pablo Iglesias no le tiemble el pulso o le ciegue la soberbia. Sería una pena.

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Carta abierta a Pablo Iglesias, por Santiago Castro