Me hago eco de este artículo de Alfonso Lazo, publicado en el Diario de Sevilla. Introduce una serie de opiniones «políticamente incorrectas», pues cuestiona la actual situación desde un punto de vista que podría ser tachado de reaccionario. Incluso pone en duda, de una manera sutil, el fundamento mismo de la democracia: un hombre, un voto. Pero, no nos engañemos ni engañemos a los demás. La democracia, según Churchill, es el menos malo de los sistemas políticos, pero siempre que los ciudadanos estén formados, tengan oportunidades de pensar de manera crítica y sean auténticamente libres. Porque si no tienen formación, no son capaces de pensar críticamente y su libertad está condicionada por la tiranía del mercado, por leyes injustas o por la manipulación de los medios de comunicación en manos del poder, no se puede hablar de auténtica democracia.
Una mediocre democracia
Cuando hace mil años yo era un joven profesor de Historia en la Universidad de Sevilla, vivíamos bajo la dictadura de Franco y todos éramos de izquierda y nos decíamos marxistas; cuando aún no teníamos ordenadores ni existía internet, explicábamos a los alumnos que quizás en el futuro el avance de la técnica iba a permitir a los ciudadanos votar las leyes desde su casa con sólo apretar un botón. La «democracia formal», así la llamábamos, daría paso a la verdadera democracia progresista, la democracia directa, primer escalón hacia la sociedad sin clases y el paraíso en la tierra. Pues bien, ya estamos ahí; aunque las puertas que se están abriendo no son las del edén sino las del purgatorio.

En su Diario íntimo Sören Kierkegaard anota el 1 de enero de 1838 lo que sigue: «El hombre no hace uso casi nunca de sus verdaderas libertades, por ejemplo de la libertad de pensamiento; en cambio, como compensación, exige la libertad de palabra». Formidable. Basta curiosear por las redes sociales para comprobarlo: un vacío mental absoluto, un palabreo de ignorancia manifiesta, sectarismo, intolerancia, estupidez y mentiras. Kierkegaard era un genio, pero también un conservador al que horrorizaban las libertades revolucionarias de 1789 y 1830, así que continúa (24-1-1847): «Tenemos necesidad del silencio pitagórico. Son más necesarias las leyes prohibicionistas contra los diarios que contra las bebidas alcohólicas. Los libros son leídos por unos pocos, los periódicos por todos…, medios de información demasiado enormes». Sin embargo, en el siglo XXI y entre nosotros los españoles, los periódicos sólo son leídos por unos pocos, los mismos pocos que leen los libros, mientras la inmensa mayoría se informa por internet y por televisiones embrutecidas. No son los diarios quienes marcan hoy la opinión y orientan el pensamiento; ahora es «la gente» desde sus máquinas digitales la que expresa su poder desterrando de facto cualquier disidencia: pobre del que se atreva a decir alguna cosa prohibida.
Sin duda la democracia directa en el marco de la Unión Europea es por fortuna una utópica irrisión, pero no tiene nada de risible la mentalidad común que busca hacerla real; esto es, la mediocridad igualitarista convertida en mayoría: si no podemos gobernar todos directamente, y como nadie debe sacar su cabeza por encima de los otros, elijamos representantes de nuestra misma estatura. Ya en la democracia directa de Atenas se votaba el ostracismo, la expulsión de la ciudad, contra cualquier político que sobresaliese demasiado por su inteligencia, eficacia o virtudes militares. La excelencia y el mérito como peligros. Que los Estados Unidos de América sean desde sus orígenes una sociedad meritocrática puede explicar por qué son la primera potencia del mundo y la más estable y eficiente democracia representativa.

Cita Miguel d’Ors un texto de Luis García Montero: «Hay medios de persuasión que están homologando las conciencias individuales, que están haciendo que los individuos se sientan seguros sólo cuando se integran en modas (…) Muy poca gente pretende todavía seguir mirando con sus propios ojos, seguir apartándose del borreguismo y asumir la soledad de su conciencia». García Montero es un poeta de izquierdas, incluso de extrema izquierda, pero aquí suena el tono de un aristócrata del espíritu que apuesta por el individuo frente a rebaños movidos a golpes de lugares comunes y frases hechas, frente a siglas de partidos y demagogos.
De momento, fracasada la investidura de Sánchez y entretenidas las redes sociales con ilustrados debates acerca de titiriteros, profanadoras de iglesias y procesiones del Coño Insumiso, ya nadie se acuerda del separatismo en Cataluña que cada día da un paso más hacia la independencia completa. Es, pues, a partir de aquí, y si queremos la permanencia de España como nación, cuando urge reaccionar prescindiendo de una vez de Sánchez y de Rajoy. Busquen PP y PSOE cuanto antes nuevos líderes capaces de entenderse; no únicamente para un Gobierno de gran coalición, sino para un genuino Gobierno de salvación pública, sin cantamañanas. Por desgracia, lo veo difícil. La igualación por abajo que están propiciando las redes sociales (eso que nuestros señores de la Junta de Andalucía llaman pasión por la igualdad) nos lleva camino de que el 26 junio se haga otra vez realidad la terrible sentencia de Ortega: Los españoles elegimos siempre élites mediocres para vernos reflejados en ellas como en un espejo.
Alfonso Lazo
Alfonso Lazo Díaz, nacido en Sevilla precisamente en 1936, profesor universitario que dio clases de historia a Alfonso Guerra, a Juan Carlos Rodríguez Ibarra y a muchos otros en la época del 68, es un socialista que perteneció al PSP de Tierno Galván. Fue diputado del PSOE en el Congreso (1977-1996), portavoz socialista en materia universitaria y presidente de la comisión del Defensor del Pueblo. Actualmente no ejerce labor política ni docente.
http://www.diariodesevilla.es/article/opinion/2239904/una/mediocre/democracia.html
NOTA:
La libertad de pensamiento debe ser previa a la libertad de expresión. Quien no es capaz de cuestionar las ideas ajenas y las propias no se puede decir que sea libre de hacerlo, al estar cogido por una serie de creencia ajenas. Desde luego no es lo mismo cantar una canción que componerla. Aunque una vez compuesta hay que cantarla, para comprobar su eficacia en las mentes ajenas.
¿Y qué es peor que una crítica? – La crítica constructiva. La gente nunca te lo perdonará (Eliyahu M. Goldratt, La meta, Madrid, 1993, p. 251).