Reválida y selectividad

Se van conociendo poco a poco las características de la reválida y de la selectividad que se realizarán a partir del próximo curso, según el calendario de implantación de la LOMCE. Después de muchos tiras y aflojas, negociaciones con las Comunidades Autónomas y con las Universidades y diferentes globos-sonda que se han dejado caer en los últimos meses, resulta que va a haber pocos cambios en relación con la selectividad, aunque sí con la necesidad de aprobar la reválida final de Bachillerato para obtener el título.

Siempre he considerado que  la manera de acceder a la Universidad mediante una prueba no era la mejor alternativa, pero hay que ser realistas ya que, dados los limitados recursos, hay que realizar una selección. Que sea de esta o de otra manera, se puede discutir. Pero lo que es indiscutible desde mi punto de vista es que una reválida para obtener un título es. además de injusto, una auténtica barbaridad. Se cuestiona la capacidad de los profesores  y de la administración para proporcionar una educación de calidad y unos resultados acordes con las posibilidades reales y el esfuerzo realizado. Ahora va a resultar que si un estudiante logra superar todas las materias del bachillerato, eso no implica necesariamente que tenga las competencias de un bachiller, que las evaluaciones no son objetivas y que los docentes regalan títulos. Apañados estamos porque eso pone en cuestión todo el sistema. Lo mismo se podría hacer al finalizar la Universidad: nadie obtiene un título hasta que supere una prueba, no vaya a ser que se regalen aprobados en determinadas asignaturas. Supongo que estamos confundiendo titulación con oposición o calidad con memoria.

Y la LOMCE, todavía en el aire.

Pinchar en la imagen para ver las características (por ahora) de la reválida.

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Que digo yo que…

Que digo yo que para qué me voy a romper la cabeza escribiendo relatos, comentarios políticos o sobre cualquier tema de actualidad, sentado horas delante del ordenador (en realidad no son tantas, pero bueno) para llenar el espacio de este blog, cuando tengo un hijo que lo hace bastante bien, tiene gracia y sigue claramente las huellas del padre, todo hay que decirlo. Así que, en lugar de continuar con una historia que comencé hace un mes y que no sé ni por donde meterle mano, ni seguir otra que todavía es más antigua (la primera sobre un escritor de éxito con su primera obra, quizás sea una premonición, y la segunda sobre un viajero que sufre lo indecible en una venta aislada de un pueblo de Andalucía), voy a enlazar la última entrada de Santiago en su blog y paso palabra.

A todo esto, y no es por poner una excusa, estoy recuperándome de un virus o algo similar, que me ha tenido hecho una piltrafa desde hace cinco días, sin apenas comer y perdiendo más de tres kilos. Así que alguna disculpa tengo para mi desgana y mi astenia. Disfrutad con la lectura.

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El post del viernes (XLVI)

Unos somos más contingentes que otros

Me dan ganas de dar un pequeño repaso a la filosofía. ¿Os acordáis cuando estudiábamos a Aristóteles y a Santo Tomás de Aquino? No hace años de eso. Todavía no se había inventado Internet, ni los móviles. Ni siquiera la democracia existía, era una quimera, una entelequia, una sombra en las paredes de la caverna. Pues resulta, si mal no recuerdo, que me costó gran trabajo entender el concepto de contingencia, que se oponía al de necesidad. Éste si se entendía bastante bien; por ejemplo, era necesario aprobar para poder salir los fines de semana o para no dar un palo al agua en la vacaciones, o bien, era necesario darle una leche al hermano pequeño para que te respetara un poco. Hasta ahí, todo perfecto, porque se podían encontrar una gran cantidad de situaciones que explicaban el concepto de necesidad.

Pero, ¿y el de contingencia? Ay, ese era otra cosa. Porque, vamos a ver. Algo que puede ser o no ser, existir o no existir, y que depende de otro algo para su esencia o su existencia, tiene su miga. Menos mal que el profe de filosofía, en lugar de hacernos leer la Summa Teológica de Santo Tomás, nos ponía ejemplos muy sencillos y así llegamos a comprender incluso a Kant. En esto de la contingencia, nos decía: imaginaos que un alumno no estudia mi asignatura, se dedica a jugar, a pasear, a escucharme de vez en cuando y el día del examen, lee las preguntas y no tiene ni pajolera idea de las respuestas. Sin embargo, el alumno piensa: ¿y si escribo lo que se me ocurra, de una manera original, razonadamente, sin decir grandes barbaridades, un sí pero no o quizás, que en eso consiste casi siempre la filosofía, y resulta que, sin yo quererlo, me sale un pensamiento filosófico original y digno de aparecer en los manuales? Puede ocurrir que apruebe o que no apruebe. Es decir, el aprobado es una contingencia que no depende necesariamente del estudio. Eso creímos entender y algunos lo aplicamos de manera rigurosa. Lo malo es que, tras varias pruebas fallidas, llegamos a la conclusión de que el estudio era necesario y el aprobado era contingente (pues había veces que, aún estudiando, se producía la contingencia de no aprobar). Cuando intentábamos explicarle los suspensos de esta manera a nuestros padres, me temo que no entendían mucho de filosofía y aplicaban el concepto arriba indicado de necesidad: no has estudiado, ergo no has aprobado ERGO no hay fin de semana o vacaciones. Así de claro.

En política, la necesidad y la contingencia se establecen habitualmente en las jerarquías de los partidos: los jefes se consideran necesarios y los afiliados y los votantes son considerados contingentes por los primeros. O sea, que el presidente o el secretario general de un partido, sea el que sea, se dice: con el trabajito que me ha costado llegar hasta aquí, las zancadillas que he tenido que poner, los navajazos, puntapiés, mentiras, promesas, etc. (estilo Frank Underwwod en House of Cards, serie que recomiendo encarecidamente), ahora voy y dejo que otro cualquiera ocupe mi lugar así, sin más ni más, y hago lo que me piden los votantes o los simpatizantes para que otros, más avispados, se lleven el gato al agua. Pues no señor, no hago eso. Si alguien quiere ser contingente, es decir, ser o no ser presidente o secretario, ganar o no ganar las elecciones, ser o no ser honrado, tener o no tener dignidad o cualquier otra que se les ocurra, pues que lo hagan. Pero yo no, dice el mencionado personaje. Yo quiero ser necesario. O mejor dicho, quiero necesariamente ser presidente, cueste lo que cueste.

Y en esa estamos. Hoy, 10 de abril de 2016, cautivo y desarmado el ejército de ciudadanos, con minúscula, los partidos políticos que han logrado escaños en el Congreso han alcanzado sus últimos objetivos (es decir, se han terminado riendo de todos nosotros). La paciencia se está terminando (iba a decir se ha terminado pero todavía nos queda una poquita).

Y para finalizar, recordar las mejores frases sobre la contingencia y la necesidad. La primera es de una película de culto, Amanece que no es poco, cuando uno de los vecinos le grita al alcalde en su recibimiento: Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario.

Y si queréis, escuchad también a Pablo Iglesias, que utiliza esta frase aplicada a Hugo Chávez.

Una mediocre democracia

Me hago eco de este artículo de Alfonso Lazo, publicado en el Diario de Sevilla. Introduce una serie de opiniones «políticamente incorrectas», pues cuestiona la actual situación desde un punto de vista que podría ser tachado de reaccionario. Incluso pone en duda, de una manera sutil, el fundamento mismo de la democracia: un hombre, un voto. Pero, no nos engañemos ni engañemos a los demás. La democracia, según Churchill, es el menos malo de los sistemas políticos, pero siempre que los ciudadanos estén formados, tengan oportunidades de pensar de manera crítica y sean auténticamente libres. Porque si no tienen formación, no son capaces de pensar críticamente y su libertad está condicionada por la tiranía del mercado, por leyes injustas o por la manipulación de los medios de comunicación en manos del poder, no se puede hablar de auténtica democracia.

Una mediocre democracia


            Cuando hace mil años yo era un joven profesor de Historia en la Universidad de Sevilla, vivíamos bajo la dictadura de Franco y todos éramos de izquierda y nos decíamos marxistas; cuando aún no teníamos ordenadores ni existía internet, explicábamos a los alumnos que quizás en el futuro el avance de la técnica iba a permitir a los ciudadanos votar las leyes desde su casa con sólo apretar un botón. La «democracia formal», así la llamábamos, daría paso a la verdadera democracia progresista, la democracia directa, primer escalón hacia la sociedad sin clases y el paraíso en la tierra. Pues bien, ya estamos ahí; aunque las puertas que se están abriendo no son las del edén sino las del purgatorio.


En su Diario íntimo Sören Kierkegaard anota el 1 de enero de 1838 lo que sigue: «El hombre no hace uso casi nunca de sus verdaderas libertades, por ejemplo de la libertad de pensamiento; en cambio, como compensación, exige la libertad de palabra». Formidable. Basta curiosear por las redes sociales para comprobarlo: un vacío mental absoluto, un palabreo de ignorancia manifiesta, sectarismo, intolerancia, estupidez y mentiras. Kierkegaard era un genio, pero también un conservador al que horrorizaban las libertades revolucionarias de 1789 y 1830, así que continúa (24-1-1847): «Tenemos necesidad del silencio pitagórico. Son más necesarias las leyes prohibicionistas contra los diarios que contra las bebidas alcohólicas. Los libros son leídos por unos pocos, los periódicos por todos…, medios de información demasiado enormes». Sin embargo, en el siglo XXI y entre nosotros los españoles, los periódicos sólo son leídos por unos pocos, los mismos pocos que leen los libros, mientras la inmensa mayoría se informa por internet y por televisiones embrutecidas. No son los diarios quienes marcan hoy la opinión y orientan el pensamiento; ahora es «la gente» desde sus máquinas digitales la que expresa su poder desterrando de facto cualquier disidencia: pobre del que se atreva a decir alguna cosa prohibida.

             Sin duda la democracia directa en el marco de la Unión Europea es por fortuna una utópica irrisión, pero no tiene nada de risible la mentalidad común que busca hacerla real; esto es, la mediocridad igualitarista convertida en mayoría: si no podemos gobernar todos directamente, y como nadie debe sacar su cabeza por encima de los otros, elijamos representantes de nuestra misma estatura. Ya en la democracia directa de Atenas se votaba el ostracismo, la expulsión de la ciudad, contra cualquier político que sobresaliese demasiado por su inteligencia, eficacia o virtudes militares. La excelencia y el mérito como peligros. Que los Estados Unidos de América sean desde sus orígenes una sociedad meritocrática puede explicar por qué son la primera potencia del mundo y la más estable y eficiente democracia representativa.


Cita Miguel d’Ors un texto de Luis García Montero: «Hay medios de persuasión que están homologando las conciencias individuales, que están haciendo que los individuos se sientan seguros sólo cuando se integran en modas (…) Muy poca gente pretende todavía seguir mirando con sus propios ojos, seguir apartándose del borreguismo y asumir la soledad de su conciencia». García Montero es un poeta de izquierdas, incluso de extrema izquierda, pero aquí suena el tono de un aristócrata del espíritu que apuesta por el individuo frente a rebaños movidos a golpes de lugares comunes y frases hechas, frente a siglas de partidos y demagogos.

             De momento, fracasada la investidura de Sánchez y entretenidas las redes sociales con ilustrados debates acerca de titiriteros, profanadoras de iglesias y procesiones del Coño Insumiso, ya nadie se acuerda del separatismo en Cataluña que cada día da un paso más hacia la independencia completa. Es, pues, a partir de aquí, y si queremos la permanencia de España como nación, cuando urge reaccionar prescindiendo de una vez de Sánchez y de Rajoy. Busquen PP y PSOE cuanto antes nuevos líderes capaces de entenderse; no únicamente para un Gobierno de gran coalición, sino para un genuino Gobierno de salvación pública, sin cantamañanas. Por desgracia, lo veo difícil. La igualación por abajo que están propiciando las redes sociales (eso que nuestros señores de la Junta de Andalucía llaman pasión por la igualdad) nos lleva camino de que el 26 junio se haga otra vez realidad la terrible sentencia de Ortega: Los españoles elegimos siempre élites mediocres para vernos reflejados en ellas como en un espejo.

 Alfonso Lazo

Alfonso Lazo Díaz, nacido en Sevilla precisamente en 1936, profesor universitario que dio clases de historia a Alfonso Guerra, a Juan Carlos Rodríguez Ibarra y a muchos otros en la época del 68, es un socialista que perteneció al PSP de Tierno Galván. Fue diputado del PSOE en el Congreso (1977-1996), portavoz socialista en materia universitaria y presidente de la comisión del Defensor del Pueblo. Actualmente no ejerce labor política ni docente.

http://www.diariodesevilla.es/article/opinion/2239904/una/mediocre/democracia.html

NOTA:

            La libertad de pensamiento debe ser previa a la libertad de expresión. Quien no es capaz de cuestionar las ideas ajenas y las propias no se puede decir que sea libre de hacerlo, al estar cogido por una serie de creencia ajenas. Desde luego no es lo mismo cantar una canción que componerla. Aunque una vez compuesta hay que cantarla, para comprobar su eficacia en las mentes ajenas.

¿Y qué es peor que una crítica? – La crítica constructiva. La gente nunca te lo perdonará (Eliyahu M. Goldratt, La meta, Madrid, 1993, p. 251).