Durante el día, el pasillo que va del salón comedor a la cocina tiene una luz que entra por la primera puerta, la que está a la izquierda, la habitación de los padres. A la derecha está la habitación de mi abuela, pero esa es una habitación interior, no tiene ninguna ventana y por ahí no entra luz alguna. Durante el día, la puerta de la habitación de los padres está siempre abierta, se ve la cama perfectamente hecha, el armario, la mesilla de noche y la lámpara con apliques que cuelga del techo. La luz entra por el balcón que está frente a la puerta. Es una luz tenue pues las cortinas no permiten que el sol entre a raudales. No es de buen gusto que los vecinos puedan ver los dormitorios. A mitad del pasillo está la puerta de entrada al piso, con su mirilla para comprobar si quien llama es alguien conocido o no. Cuando me quedo solo, me prohíben abrir la puerta; si suena el timbre tengo que permanecer callado, como si no hubiera nadie en casa.
Al final del pasillo está el baño, pero ahí sólo hay un ventanuco cerca del techo que apenas deja entrar alguna claridad, está siempre como en una especie de penumbra por lo que hay que encender la bombilla que cuelga del techo. A un lado del baño está la cocina, con la mesa que sirve para desayunar y colocar algunos platos, una panera y algunos botes con harina, arroz, azúcar o sal. Encima de la mesa está la repisa y sobre ella la radio, siempre encendida con canciones dedicadas o radionovelas. Frente a la cocina y al lado del baño está mi habitación. Es una habitación pequeña, con una cama, una mesilla con una lamparita y una mesa de estudio. La mesa de estudio está bajo la ventana, que se asoma a un pequeño descampado al final del cual está una carretera de salida de la ciudad. Vivimos casi en las afueras, aunque la ciudad está creciendo por esa zona y cada vez se construyen más casas y se asfaltan más calles. En esa carretera hay una parada de autobuses de los que se bajan las mujeres que traen por la mañana la leche, las lechugas, las berzas y las patatas que luego venden en el mercado o en los puestos que ponen cerca de casa. Esa ventana tiene que estar casi siempre cerrada pues da al norte y por ahí entra mucho frío y mucha humedad, pero también mucha luz. Yo me distraigo viendo pasar las nubes, los pájaros y las gaviotas que revolotean sobre los edificios en los días de temporal y esos días no soy capaz de concentrarme para estudiar la tabla de multiplicar o el catecismo.
Durante el día voy del comedor a mi habitación, al baño o a la cocina sin ningún problema, andando sin prisa, mirando las fotos y los cuadros que hay en las paredes. Uno de los cuadros es un paisaje desértico, con algunas palmeras y una tienda de tela, una jaima dice mi padre que se llama. Seguramente lo trajo mi tío, que estuvo haciendo el servicio militar en África. Otro tío estuvo en Brasil y trajo una foto de una enorme montaña de piedra encima de la cual hay un Cristo con los brazos abiertos.
Durante el día, por las tardes, cuando subo de la calle o regreso del colegio, el único sitio en el que juego con tranquilidad es el pasillo. En el salón comedor no me dejan jugar casi nunca, mi madre y mi abuela planchando, haciendo calceta o viendo la televisión y cuando mi padre está en casa lee mucho, el periódico, novelas del oeste, de un tal Homero, libros de la colección Austral o de viajes, mi padre es un gran lector y aunque nunca estudió una carrera tiene mucha cultura. Cuando tengo alguna duda del colegio o de alguna cosa que sale por televisión o dicen por la radio, mi padre siempre sabe la respuesta. De mayor me gustaría parecerme a mi padre.
Durante el día, cuando llego del colegio o de jugar en la calle, quiero seguir jugando, yo no leo, no tengo libros que me gusten, no entiendo los que lee mi padre y otras veces, cuando quiero coger alguno de la estantería me dicen que eso no se puede leer, que no es lectura para niños y entonces me entra la curiosidad. A los niños no nos dejan hacer muchas cosas, pero sí puedo jugar en el pasillo, siempre que no haga demasiado ruido, no se puede molestar a los mayores, pero los niños siempre molestan a los mayores en casa, por eso nos dejan estar mucho tiempo en la calle. Por eso puedo cerrar la puerta que comunica el salón comedor con el pasillo y juego con la pelota, sin darle fuerte, o juego a las chapas o a las canicas. A veces sube mi amigo Felipe y jugamos los dos. Felipe es mi mejor amigo, estudiamos los dos en el mismo colegio y estamos casi siempre juntos. Felipe tiene un balón de reglamento que es la envidia de todos los niños de la calle. En el pasillo no podemos jugar al escondite, ni a quedar, porque no hay sitio para esconderse, así que lo único que nos queda es el balón, las canicas o las chapas. Él es mejor que yo jugando al balón, pero yo siempre le gano a las chapas y a las canicas.
Por la noche el pasillo se convierte en otra cosa, en un terreno desconocido, terrorífico, solitario, silencioso, el pasillo del miedo. Cenamos temprano en el salón viendo la televisión y después ayudo a mi madre y a mi abuela a recoger las cosas y llevarlas a la cocina. Me gusta ayudarlas porque me siento importante y porque me estoy haciendo mayor. Cuando era más pequeño no me dejaban ayudar porque decían que se me podían caer las cosas al suelo y romperse. Ahora ya no, ahora tengo mucho cuidado. Las luces del pasillo y de la cocina se encienden para que no tropecemos y cuando está todo recogido nos quedamos a ver la televisión. Mi padre no, mi padre sigue leyendo y sólo levanta la cabeza cuando sale alguna noticia que le interesa y la comenta con mi madre. A mi no me gustan las noticias, sólo veo los dibujos animados y una serie de marionetas que me hace mucha gracia.
Me acuesto pronto, cuando en la pantalla salen unos dibujitos que les dicen a los niños que tienen que acostarse “vamos a la cama que hay que descansar para que mañana podamos madrugar”. Cuando termina la canción, mi madre me mira y ya sé lo que tengo que hacer. Y en ese momento empieza la angustia. Yo ya soy mayor, ya me sé la tabla de multiplicar casi entera, la del siete es la que se me atraganta un poco, y me dejan ayudar a poner y a quitar la mesa y me envían a la tienda a comprar. Ya soy mayor y los niños mayores no pueden demostrar que tienen miedo, los niños, si tienen miedo, se aguantan, tienen que ser valientes, pero las niñas sí pueden tener miedo y llorar, eso no es justo. En esos momentos me gustaría ser una niña y decirle a mi madre que me da miedo irme solo a la cama, que en la habitación, que está a oscuras, puede haber algún monstruo, algún fantasma o algún demonio. Mi madre, mi abuela, en la radio, cuentan muchas historias y muchos cuentos que me dan miedo. Me gusta escucharlos, pero cuando abro la puerta del pasillo me acuerdo del hombre del saco, de Hansel y Gretel, de Pulgarcito, de Caperucita Roja. Siempre hay una bruja, un gigante, un monstruo que está escondido y que engaña a los niños, a los que se atreven a ir solos por el bosque o por pasillos oscuros y solitarios. Yo supongo que esas historias se contarán para que tengamos miedo y no nos vayamos a sitios peligrosos. A mí siempre me ha dado miedo la oscuridad porque me parece que ahí siempre se esconde un peligro desconocido, un ser que desaparece durante el día pero que aparece por la noche acechando a los niños incautos y se muestra cruel e implacable con ellos.
El pasillo es largo, interminable y está lleno de sombras. El pasillo ya no es un pasillo ni un camino sino un laberinto en el desierto, con palmeras que se inclinan hacia la arena, intentando atrapar a los que pasan a su lado, un mar que se mueve acompasadamente con el viento, un mar en el que nadan monstruos de ojos rojos, dientes afilados y aletas vigorosas, que suben hasta la superficie para mirar a los que se atreven a pasar por allí para hipnotizarlos, para tragarlos de un solo bocado e introducirse con ellos hacia las profundidades, como nos contó una vez el maestro de una ballena que se tragó a un hombre y lo tuvo tres días en su vientre. Recuerdo que ese hombre se llamaba Jonás, un nombre muy raro, como casi todos los de la Biblia, porque esa historia es de la Biblia. Yo he leído una biblia para niños, pero la verdad es que muchas de las historias que allí se cuentan también dan mucho miedo, no parece un libro para niños, la verdad.
Enciendo la luz del pasillo, pero es una luz que apenas sirve para ver que al final del pasillo está mi habitación a oscuras. No sé si en la habitación hay alguien, siempre me parece que algo se mueve allí o que de allí sale algún ruido extraño. Durante el día me gusta estar solo en mi habitación, sin que nadie me moleste, pero por la noche mi habitación es un mundo extraño y desconocido hasta que enciendo la luz y puedo comprobar que no hay nadie y que nada ni nadie hay debajo de la cama. Pero el camino por el pasillo es puro terror. Yo voy recitando en voz baja la tabla del cinco, que me la sé muy bien y me tranquiliza, pero me acerco a mi habitación y empiezo con la tabla del siete y me equivoco y me asusto y quiero regresar al lado de mis padres y de mi abuela pero ellos ya han cerrado la puerta del salón y yo estoy solo y no me atrevo a entrar, dudo entre salir corriendo hacia la seguridad del salón o atreverme a encender la luz de mi habitación y comprobar aterrorizado que allí hay un demonio o una ballena o una bruja o el hombre del saco. Pero no puedo volverme atrás, ya estoy en la puerta y pulso el botón de la luz y compruebo que la ventana está cerrada, que la persiana está bajada, que no hay nadie y me atrevo a mirar debajo de la cama, muy asustado, y allí tampoco hay nada. Y respiro aliviado.
Otra noche que he sido valiente, o eso creen mis padres, que no sé si se dan cuenta del miedo que paso o si se dan cuenta, no me dicen nada para que vaya aprendiendo a soportar el miedo. Eso no se hace con un niño. Entonces me acuesto, rezo las oraciones que me enseñó mi abuela y tardo poco en dormirme. Seguramente volveré a soñar con monstruos que se arrastran por el pasillo o por cuevas oscuras y se comen a los hombres y a los niños incautos que se atreven a meterse en cuevas. Y me despertaré por la noche gritando y nadie me escuchará porque la habitación de mis padres y de mi abuela están al final de pasillo del miedo y no me atreveré a levantarme para decirles que me da miedo dormir solo. No puedo decirles eso porque ya soy un niño mayor.
