En los años 60 del pasado siglo el Mar de Aral era uno de los cuatro lagos más grandes del mundo, con una superficie de 68.000 kilómetros cuadrados. En la actualidad, el Mar de Aral se ha reducido a menos del 10% de su tamaño original. Tras los trasvases de agua realizados por la Unión Soviética de los ríos Amu Daria y Sir Daria que en él confluyen, el lago se redujo de manera drástica. Se pretendía desviar agua para regar cultivos, principalmente de algodón, en Uzbekistán y Kazajistán. Además, como resultado de proyectos industriales y vertidos de residuos de fertilizantes durante todo el siglo XX, el Mar tiene un alto índice de contaminación.
Mar de Aral en 1960 y en 2006
Con el lago Chad, en el centro de África, ha ocurrido algo parecido. La causa principal de la drástica disminución del agua es la captación de aguas para irrigación de cultivos, aunque el proceso de desertificación también ha influido. De 26.000 kilómetros cuadrados ha pasado a 900. La reducción del lago ha tenido efectos devastadores en Nigeria y la aparición de conflictos entre los países ribereños del lago: Chad, Níger, Nigeria y Camerún.
Evolución de la superficie del lago Chad
En Doñana se está produciendo una catástrofe similar. La última laguna de agua dulce de Doñana se ha secado. De un total de 3.000 registradas se ha perdido por completo el 60%, cubierto por vegetación terrestre. Hay animales que mueren al no encontrar dónde beber.
Además de la falta de lluvia y de algún incendio devastador como el ocurrido en 2017, la extracción de agua para uso agrícola y humano es una causa directa del estado actual: hay más de 3.000 hectáreas de cultivos ilegales y más de 1.000 pozos también ilegales, que están llevando al acuífero a una situación crítica. Con este escenario, el Parlamento andaluz ha aprobado la toma en consideración de la ley de regadíos de Doñana. Pan para hoy y hambre para mañana. La catástrofe está servida.
Los problemas del agua en el mundo son los que producen, en su mayor parte, las inmigraciones, los desplazamientos humanos. Esperemos que los habitantes del entorno de Doñana no se vean obligados hasta ese extremo.
Vaya por delante que yo no soy jurista y que no se me ocurriría entrar en una discusión con un experto en la materia. Como mucho, me leí en su momento la Constitución de 1978 y algunas leyes educativas, pero confieso mi ignorancia en el articulado del código civil y penal. Sé lo que es un delito y lo que no lo es aplicando, sobre todo, el sentido común porque entiendo que la Ley, con mayúsculas, debe aplicar dicho sentido. El problema es que los mortales de a pie a veces nos quedamos a cuadros cuando comprobamos que lo que parece ser un mismo hecho, un mismo delito es juzgado y sentenciado de forma distinta por diferentes jueces.
Todavía recuerdo con estupor cuando uno de los jueces que juzgó el denominado «juicio a la Manada» sólo vio sexo en un ambiente de jolgorio y a la joven en actitud relajada, por lo que pidió la absolución. Reconozco mi pasmo y mi asombro. No hace mucho se emitió sentencia en el juicio de los ERE en Andalucía. De los cinco jueces, tres condenaron a Griñán y a otros cuatro altos cargos de la Junta de Andalucía por malversación y las otras dos magistradas ven esas condenas basadas en meras especulaciones. Se acusa a Griñan de pasividad (no sé entonces cómo a Rajoy o a Esperanza Aguirre no se les acusa de lo mismo en el caso de la financiación ilegal del PP, por ejemplo). Ganó la condena a Griñán por 3 a 2. Pero así es la Justicia y creo que hay que acatarla, intentando, lógicamente, apurar todas las opciones de apelación que hay en un régimen judicial tan garantista como el español. Podría extenderme más en esto, pero lo que pretendía con esta introducción era plantear lo que está ocurriendo con la «Ley del solo sí es sí»
La ley del solo sí es sí (Ley de Garantía de la Libertad Sexual) se aprobó el pasado agosto en medio de un ambiente general de satisfacción por recoger varias reivindicaciones feministas importantes, con el objetivo de definir con precisión el consentimiento (libre, voluntario y claro) y reordenar las penas que, según muchos expertos, a veces caían en el absurdo. También se hace hincapié en los asesinatos por violencia sexual, el delito por acoso callejero, educación sexual obligatoria para los agresores, educación sexual en todas las etapas educativas, etc. Una ley ambiciosa y necesaria pero que, al parecer, ha dejado varios cabos sueltos. Al rebajar las penas mínimas algunos jueces han interpretado que debían bajar a su vez la condena a agresores a los que correspondía una pena mínima y varios han salido en libertad. Uno de los jueces que suele participar en programas de televisión dando su opinión sobre temas jurídicos, el magistrado Ignacio González Vega, de la progresista asociación Jueces y Juezas para la Democracia, con formación jurídica de más de treinta años, ha insistido en que él sólo ha aplicado la ley al rebajar la pena a un reo. En su caso, fue condenado a seis años, la pena mínima, que ahora se le ha recortado a cuatro. Otros jueces, sin embargo, no ven razón alguna para revisar las condenas. O sea, que la Ley es la misma pero no todos la interpretan igual. Eso ha ocurrido siempre, pero ahora nos rasgamos las vestiduras porque incide en un tema en el que gran parte de la sociedad se ha concienciado y que, a la vista de las discrepancias, causa un profundo malestar e incluso alarma social. Nadie puede entender que esta ley sea más benévola con delitos que son repudiados por su cobardía y vileza.
Pero estas discrepancias no solo se producen entre los jueces, entre expertos en jurisprudencia, sino también entre movimientos feministas (con esta ley, con la ley trans, con la ley para abolir la prostitución…) y entre políticos del mismo signo. Es normal que PP, Vox y Ciudadanos rechacen esta Ley, no faltaba más y no esperaba menos, viendo sus trayectorias. Pero que también haya discrepancias en el PSOE y entre los partidos que están a la izquierda de los socialistas, clama al cielo. Dentro del gobierno hay discrepancias (hasta cierto punto lógicas en un gobierno de coalición), pero es que dentro de Unidas Podemos, el desencuentro alcanza niveles que rayan en lo esperpéntico. El colmo, las declaraciones vía Twitter de Pablo Iglesias contra Yolanda Díaz. Como la vicepresidenta no había defendido con rapidez a su compañera Irene Montero frente a los virulentos ataques de la derecha, a Pablo Iglesias no se le ocurre otra cosa decir que «ponerse de perfil» cuando se «machaca a una compañera», en referencia a la ministra de Igualdad Irene Montero, «no solo es miserable y cobarde, sino políticamente estúpido». Vale, ya tenemos el lío montado en Unidas Podemos, aunque la cosa venía de lejos con el movimiento Sumar auspiciado por Yolanda Díaz, que no le gusta nada a Iglesias. Pero es que Irene Montero tampoco ayuda mucho con declaraciones en las que acusa de machismo a los jueces, declaraciones que no han gustado ni a jueces conservadores ni a progresistas.
Total, que tenemos a los tres poderes del Estado hechos unos zorros y peleando entre ellos: el ejecutivo (o parte del ejecutivo) ataca al poder judicial, los jueces (o parte de ellos) atacan al ejecutivo, parte de los jueces también atacan al legislativo por su poca efectividad a la hora de redactar leyes, parte del legislativo ataca a la judicatura… y la casa, o sea nuestro país, sin barrer.
Aprovecho para hablar también un poco de la necesidad de que la izquierda no vuelva a cometer los mismos errores que comete siempre, porque aquellos que nos sentimos de izquierda y votamos a partidos de izquierda, parece que estamos huérfanos y desorientados. PSOE, Unidas Podemos, Más País, el proyecto Sumar de Yolanda Díaz (que todavía no está definido y no sé si se escindirá de Unidas Podemos, si Izquierda Unida se sumará, si Alberto Garzón se acercará a Yolanda Díaz y se alejará de Pablo Iglesias…), Adelante Andalucía, las Mareas o el Bloque en Andalucía y Galicia… Hasta el momento, la coalición del gobierno (PSOE – Unidas Podemos) está funcionando relativamente bien, con grandes logros, a pesar de lo que digan los partidos de derecha y los medios que los apoyan, pero se están viendo ya demasiadas brechas y luchas que no presagian nada bueno para las próximas elecciones. Mientras tanto, cruzaremos los dedos y elevaremos plegarias a Santo Tomás Moro, patrón de los políticos, para que les muestre el camino de la verdad y les enseñe que la política es el ejercicio de virtudes al servicio de las personas. Difícil lo tiene.
Quizás sea la falta de experiencia, la falta de costumbre de recibir alabanzas, la emoción de escribir un libro, enviarlo a editoriales y que una de ellas te lo publique, que un día tengas ese libro en las manos… La primera vez es siempre única e irrepetible y eso es lo que me está pasando. Amigos, familiares y personas que no conozco, me hacen llegar sus palabras de ánimo y de felicitación. Es un sentimiento nuevo y agradable y también hay un punto de orgullo, de vanidad, todo hay que decirlo. Desde hace ya un par de meses, desde que el libro llegó a casa, escribo con otra perspectiva. No sé si eso le ha pasado a otros escritores (todavía me cuesta describirme como escritor, lo reconozco), pero a mí me emociona. No sé cuántas personas lo han leído ni cuántas lo leerán en el futuro. Tampoco sé si habrá otra publicación mía; lo que sí sé es que seguiré escribiendo. Planifico poco, no tengo horarios, creo que esto ya lo dije alguna vez, pero sí percibo que me rondan muchas ideas, muchas frases que necesito plasmar en el papel o en la pantalla del ordenador. Eso es buena señal, me digo. A lo mejor, sólo necesitaba ese pequeño empujón para proponerme un horario, una meta, aunque me conozco y sé que eso durará poco tiempo.
Ayer, casi a la misma hora que Rafael Nadal volvía a hacer historia en París, comprobé que me entraba un correo electrónico. Como la ceremonia de entrega de premios, con toda la parafernalia de abrazos, discursos, fotos y demás actos me estaba aburriendo, leí dicho correo. Era de José Luis Lobo Moriche, maestro y escritor corteganés que conocí hace algunos años porque es primo lejano de mi mujer, vive en Cortegana, pueblo cercano al de Carmen, Aroche, y de vez en cuando coincidimos. Supongo que por todo ello, sus palabras pueden ser, tal vez, un poco subjetivas, pero no por ello, dejaron de emocionarme. Leyó mi libro, La vida es un cuento y tuvo la amabilidad de comentarlo y enviarme sus impresiones. Reconozco que me sorprendieron y me abrumaron porque no me creo merecedor a tantos elogios. Pero como no somos inmunes a las alabanzas, no me resisto a transcribirlas. Muchas gracias, Pepe Luis.
Comentarios e impresiones sobre La vida es un cuento, por José Luis Lobo Moriche
Haber leído La vida es un cuento me ha supuesto horas de gozo ante la exquisita sencillez con que José Manuel Castro Díaz maneja la forma expresiva de la narración. Cuenta sin florituras ni adornos innecesarios, aflorando libremente la palabra y tejiendo la frase desnuda de artificios. Como consecuencia, me he sentido atrapado en sus historias, en su peculiar manera de contar. Leer, leer…, y buscar con ganas el siguiente texto. A veces, me he contagiado de la ternura con que se manifiesta el autor. Otras, he percibido una historia casi algebraica. He puesto final a algunos de sus cuentos. Y lo más sorprendente, he jugado con él no a reescribir el relato sino a escribirlo. Es el caso de su texto La última palabra. Nunca antes había captado esa novedosa técnica de escritura. Y por supuesto, ha significado que me haya sentido partícipe de la obra. Una lectura que acababa en escritura mental. Otro milagro de la buena Literatura.
¿Y de qué nos cuenta Castro Díaz? De sus mundos, de que la vida es una constante liturgia, que incluso en la vejez estamos atrapados por los ecos de nuestra infancia vivida, gozada o sufrida. Luz vital en el otoño y cuentos de hoy, de la vida pública. Dinamismo para recorrer el entramado del hecho creativo ante la rutina diaria o ante la novela que supone la realidad doméstica de cada uno de nosotros, los recuerdos que nos marcan para siempre.
Que nadie espere un final sorprendente. Lo que se cuenta es reflejo de su personalidad. Y en este caso, el autor se desnuda desde el principio. No hay temores algunos ni tapujos con que esconderse, aunque Castro Díaz reflexione sobre su conducta. Y si hay que suprimir el final de uno de sus cuentos, se hace porque así es la vida. Se nota a distancia que José Manuel se siente a gusto narrando añoranzas de su tierra natal, de su feliz niñez. Porque él es un bonachón, que tampoco dejó de ser niño y por ello debió de ser un buen maestro de escuela. Y como niño nos habla de los miedos infantiles o como adulto cambia de plan y nos resuelve el cuento con el absurdo.
A ti, que eres un hombre dadivoso y que ya estás enfrascado en la maraña de la palabra escrita, te seguiremos en tu caminar literario.
Manhattan, esa extraordinaria película de Woody Allen que habré visto unas dos o tres mil veces, más o menos, finaliza con una frase de Mariel Hemingway, cuando se despide de Allen camino de Londres y éste intenta detenerla temiendo que pierda su inocencia, su mejor cualidad: «No todo el mundo se corrompe. Tienes que tener un poco de fe en la gente». He ahí una hermosa frase para la esperanza, para el optimismo. En días tan aciagos, conviene acudir a libros, películas y ejemplos que nos reconcilien con nuestros congéneres.
Lo malo es que hay demasiados ejemplos, sobre todo en política, que parecen contradecir esa frase. El «tamayazo», la fallida moción de censura en Murcia y el último y vergonzoso suceso acaecido en el Congreso de los Diputados, con la casi segura compra de los dos diputados de UPN por… no es preciso, creo, decir nombres, producen un profundo sentimiento de vergüenza y de rabia. Siempre he creído en la honradez de la mayor parte de nuestros representantes políticos, con algunas excepciones que, por desgracia, se van ampliando con rapidez. Pero esa creencia y esa confianza se van deteriorando por momentos y cada vez más.
Espero que se desenmascare y salga a la luz pública, con pruebas fehacientes, lo ocurrido el pasado jueves día 3. Aunque me temo, como ya ha ocurrido con anterioridad que, a pesar de todo, los responsables se hagan los locos, lo nieguen y que el partido los apoye. Y el distanciamiento de los ciudadanos de sus representantes políticos se hará cada vez mayor.
¿Debemos perder la esperanza? ¿Hay alguien que nos la pueda devolver intacta? Menos mal que siempre nos quedará Nadal y su ejemplo.
«El voto obrero gira a la derecha en medio centenar de democracias». Artículo de ABC publicado el 16 de mayo de este año.
El citado artículo empieza así: «Los obreros y las clases sociales más modestas hace años que dejaron de votar a los partidos de izquierdas, socialistas, comunistas, demócratas, populistas, para comenzar a votar de manera creciente a los partidos conservadores, muy conservadores, de extrema derecha y populistas. Esa es la conclusión de un estudio realizado en cincuenta democracias, analizando los datos electorales, entre 1948 y 2020, coordinado por un famoso economista de izquierdas, Thomas Piketty.» Este artículo, publicado en Le Monde, parece que ha pasado desapercibido o no ha sido analizado ni comprendido por los partidos de izquierdas, ya que siguen cometiendo los mismos errores que los han llevado, salvo pequeñas excepciones, a una irrelevancia en Europa perniciosa para los intereses de la clase trabajadora.
No pretendo ser ni convertirme en uno de esos expertos tertulianos que son capaces de pontificar y dar lecciones sobre cualquier tema de actualidad: un fuera de juego en el partido Francia-España, la lava del volcán Campo Viejo de La Palma, aconsejar a los especialistas sobre la pandemia de Covid-19 o escandalizarse o aplaudir la subida del salario mínimo interprofesional. Me admira su enorme preparación y su seguridad a la hora de dar opiniones sin dar muestras de la más mínima duda o vacilación. Se equivocan muchas veces, pero nunca se dan por aludidos ni se sonrojan ni reconocen sus errores. Y las cadenas de radio y televisión los siguen contratando y los espectadores y escuchantes asisten extasiados a sus conferencias y discursos. No pretendo ser uno de ellos, pero sí me gusta opinar y, como ya dije en alguna que otra ocasión, polemizar. Por eso me atrevo a escribir lo siguiente: el proyecto político de la izquierda está fracasando y los partidos políticos de la izquierda no son capaces de comprender ni analizar las causas que empujan a la clase obrera a votar a la derecha. Ni más ni menos. Me centraré en el caso de España.
La izquierda y muchos analistas políticos están de acuerdo en que las medidas que aplicó la derecha en la anterior crisis, que no vino provocada por una pandemia a nivel mundial sino por sus malas gestiones con los bancos, agrandaron la brecha entre ricos y pobres, asfixiaron a una enorme cantidad de trabajadores y empobrecieron a la clase media. Leí no hace mucho en Facebook una entrada que decía lo siguiente:
«– ¿Habéis olvidado que nos bajaron la indemnización por despido de 45 días por año a 20 días por año?, ¿Qué hicisteis? NADA, tragar como borregos.
– ¿Habéis olvidado que nos subieron el IVA del 18% al 21%.? ¿Qué hicisteis? NADA, tragar como borregos.
– ¿Habéis olvidado que fomentaron la masificación de contratos basura? ¿Qué hicisteis? NADA, tragar como borregos.
– ¿No recordáis que nos impusieron el copago farmacéutico? ¿Qué hicisteis?: NADA. Tragar como borregos.
– ¿Recordáis que nos pusieron una penalización a las renovables? ¿Qué hicisteis?: NADA, tragar.
– ¿Habéis olvidado que sacaron la Ley mordaza? ¿ Qué hicisteis? NADA, a tragar.
– ¿Recordáis que nos redujeron las inversiones públicas en sanidad, educación e infraestructuras? ¿Qué hicisteis? NADA, tragar como borregos.
– Dieron una amnistía fiscal a los evasores. ¿Qué hicisteis? NADA
– Basaron su modelo en las concesiones a empresas privadas con una perdida de calidad en los servicios (geriátricos, hospitales…). ¿Qué hicisteis? NADA, tragar.
– Rescataron a la banca y a las autopistas. ¿Qué hicisteis? : NADA.
– Os acordáis que fueron condenados por corrupción? ¿Qué hicisteis? NADA.
– ¿Habéis olvidado que hicieron recaer todo el peso de la crisis sobre autónomos y las clases trabajadoras? ¿Qué hicisteis? No hiciste NADA .
– Y cuando permitieron los desahucios masivos… ¿Qué hicisteis? NADA.
– ¿Recordáis que regalaron 60 mil millones con nuestro dinero a los bancos…. ¿Qué hicisteis? NADA, tragar.
– No podéis haber olvidado que hicieron la mayor reforma laboral y pérdida de derechos de los trabajadores ¿y que hicisteis?: NADA, aguantar.
…
– Y podíamos seguir haciendo un rápido repaso de todo lo que al parecer «SE OS HA OLVIDADO», como los fondos buitre, los aeropuertos valencianos, el Yak 42, el 11-M, la guerra de Irak con sus armas de destrucción masiva, o de cómo metieron la mano en la caja de las pensiones, o de las tarjetas black o de la plana mayor del PP enchironada, de los archivos de Bárcenas, etc., etc.,…Vamos que tendríamos temita para rato. ES TRISTE ESCUCHAR A UN OBRERO ¡ YO VOTO A LA DERECHA!….¡¡IDIOTA!! MAS QUE IDIOTA».
Bien, aquí está la bronca que echa el sacerdote desde el púlpito a los que van a misa por no seguir a rajatabla los diez mandamientos o las filípicas de algún obrero a sus compañeros por no afiliarse a algún sindicato o no seguir las directrices del partido. Y así no se consigue nada, ni con insultos, ni con amenazas ni con desprecio. No se puede hacer ni decir lo mismo que Juan Barranco, exalcalde socialista de Madrid, en un mitin en las últimas elecciones madrileñas: No hay nada más tonto que un trabajador de derechas. Así le va a la izquierda, haciendo amigos, y así fueron los resultados en Madrid. Va a resultar que los votantes se equivocaron, votaron mal, como diría Vargas Llosa. Este tipo de frases son de un reduccionismo enorme, ya que se considera a los trabajadores y trabajadoras como un sujeto colectivo que, de forma unánime y al unísono, optan por una opción política conservadora, negando su capacidad de tomar decisiones y obrar en consecuencia. Con ese tipo de actitudes se simplifican los motivos por los que una persona se siente atraída por un partido de derechas o por la ultraderecha. Y supone e implica, también, una superioridad moral que impide a la izquierda reflexionar sobre lo que ha hecho mal.
Los que votan al PP o a Vox no forman un grupo homogéneo, movidos por la indignación o la repulsa hacia determinadas posturas de la izquierda (sintonía con el independentismo catalán o con la defensa del movimiento bolivariano, por poner algún ejemplo). Ni todos los que votan al PP o a Vox son fachas ni son estúpidos, ni xenófobos, ni homófobos ni franquistas. En las últimas elecciones generales consiguieron diez millones de votos y me niego a creer que haya tanto facha, tanto estúpido y tanta añoranza por la dictadura franquista en mi país. De hecho, soy amigo de personas que votan al PP y son demócratas, inteligentes y no pertenecen a la clase alta. Y, por supuesto, son capaces de explicar por qué votan a la derecha. Se estará de acuerdo o no con sus argumentos, pero en una democracia hay que respetar las decisiones a la hora de votar y de estar de acuerdo con tal o cual partido, faltaría más.
También encuentro un grave defecto en el discurso de la izquierda: el paternalismo y la falta de empatía para entender por qué hay personas de clase obrera que votan a la derecha, ya que todo lo reducen a lo dicho anteriormente, o son fachas o son estúpidos. No soy analista político, pero sí veo lo que pasa a mi alrededor y me informo y leo y escucho. Soy de izquierdas y por eso me duele escuchar algunos discursos simplistas que nada ayudan para atraer a los desencantados y a los cabreados con las políticas de la izquierda. Sé que es muy difícil gobernar en minoría, que los dos partidos que están en el poder se encuentran con enormes dificultades sobrevenidas, como es la pandemia, pero ayudaría bastante que los roces y las desavenencias no se airearan a golpe de twit o de declaraciones extemporáneas. Como suele decirse en el mundo del fútbol, los trapos sucios se lavan en el vestuario. Así que más reflexión, más análisis, menos insultos y más políticas sociales. Digan lo que digan, los ERTEs, la subida del SMI, el incremento del gasto en pensiones, sanidad y educación, la subida progresiva de impuestos, la planificación y la lucha contra la pandemia, etc., han mejorado o mejorarán la percepción de la ciudadanía hacia el gobierno. Todavía queda tiempo para demostrar que la socialdemocracia y el comunismo bolivariano e indigenista, que según algunos nos gobiernan, saben hacer las cosas bien. Y así, seguramente, muchos obreros quizás vuelvan a votar a la izquierda.
Las jornadas de reflexión antes del día de las votaciones siempre me han parecido una tontería. Nadie reflexiona nada, todos tienen ya decidido su voto y muy pocos dedican ese día a pensar sobre el sentido del voto al día siguiente. Como también me parece absurdo que no se puedan realizar ni publicar encuestas desde una semana antes de la fecha de la votación, como si eso pudiera influir algo. Las personas responsables, que han leído los programas, que han analizado qué han hecho en el gobierno y en la oposición los diferentes partidos, no dejándose cegar por los cantos de sirena y por las promesas de los candidatos, deciden su voto con mucha antelación. Otros tienen dudas razonables entre dos partidos con programas similares y esperan alguna señal que les ilumine a última hora, pero no dedican un día entero a pensar el sentido de su voto. Algunos hasta echarán una moneda al aire un poco antes de salir hacia la mesa electoral y se decantarán por una candidatura que, aunque no les convenza totalmente, es con seguridad mejor que otras según su punto de vista. Y por último, están los que votan «contra» un partido, y su papeleta irá a parar a aquel otro que le haga más daño al «enemigo», como en la guerra y en el fútbol.
Por eso me gustan más la jornada o jornadas de reflexión una vez pasadas las elecciones. Porque es hora de analizar lo que ha ocurrido, por qué se ha votado de una u otra manera. No soy analista político y hoy televisiones y radios echarán humo con las tertulias post-5 de mayo. Pero me voy a atrever, como acabo de hacer en Facebook. Una cosa está clara: ha arrasado Ayuso. Y eso, aunque a muchos no les ha gustado, hay que decirles: es la democracia, amigos y amigas. Algunos han dicho que los madrileños y madrileñas se han equivocado y que les dan vergüenza los resultados. Y yo me pregunto: ¿se equivocan los votantes independentistas catalanes cuando sus partidos son mayoría? ¿Se equivocaron los andaluces votando durante casi cuarenta años a la izquierda? ¿Se equivocaron los españoles haciendo que partidos de izquierda gobiernen actualmente el país? La democracia es eso, cambiar votos y partidos según las necesidades, percepciones y resultados que ven los ciudadanos.
Espero alguna autocrítica por parte de PSOE y Podemos, que han perdido en todos sus feudos madrileños. No ha ganado Ayuso, ha perdido la izquierda, y por algo será. Los partidos socialistas europeos están casi todos desaparecidos porque no han sabido adaptarse a la nuevos tiempos. Espero que eso no le suceda al PSOE. A Iván Redondo, a Sánchez y a Tezanos tendrían que pedírsele responsabilidades. Al primero por diseñar una campaña nefasta, al segundo por dejarse convencer por un márketing artificial de despacho y al tercero por escribir la tontería de llamar tabernarios a los que votan al PP, además de manipular y equivocarse en las encuestas. Además, es incomprensible que un miembro del Comité Ejecutivo del PSOE sea nombrado presidente del CIS, un organismo que puede influir en la percepción de los ciudadanos sobre la situación real del país.
Pablo Iglesias y Podemos hace tiempo que se están equivocando. Demasiadas purgas internas, mucho amiguismo, mucha soberbia. Aunque no lo parezca, no han sabido conectar con los ciudadanos. Contradicciones aparte, que eso lo tienen todos los partidos, Podemos quiso en su momento dar el sorpasso al PSOE, pero no pudo o no supo. Y a partir de ahí, todo cuesta abajo. Que Vox haya ganado en votos y en escaños a Podemos parecía imposible, pero así ha sido. El caso de Andalucía es paradigmático y las mareas en Galicia también. Ha hecho bien Pablo Iglesias yéndose de la política, con mucha dignidad, por cierto (aunque algunos apuntan que Roures, el de Mediapro, ya le ha prometido un buen puesto y un mejor sueldo; veremos si es cierto o es otra mentira de la derecha; si fuera así, después de lo del chalet, acabaría con todo el prestigio de Pablo).
Ciudadanos ha desaparecido de la escena en Madrid y, al paso que va, desaparecerá también de España. Sigue el mismo camino que UPyD, del que ya casi nadie se acuerda. Lo que nació como un partido bisagra se convirtió en una muleta del PP. El desastre fue iniciado por Albert Rivera y continuado por Inés Arrimadas. El fiasco provocado por su pésima estrategia en Murcia y en Castilla León provocó el tsunami madrileño. Ayuso y el PP supongo que se lo agradecerán
El único partido que ha sabido conectar con la realidad madrileña (y espero que eso se traslade al resto de España) es Más Madrid. Dos buenos candidatos, Errejón y Mónica García, que han sabido fajarse con mucha dignidad con Ayuso y Monasterio. La izquierda tiene dos años para reflexionar y cambiar muchas cosas. Dejémonos de Redondos y de Tezanos y conectemos con los ciudadanos (perdonad el ripio, pero me ha salido así).
Supongo que la presión producida por la pandemia, la crisis económica asociada a ella, la fragmentación actual en el panorama político español, el juicio de «los papeles de Bárcenas», la cercanía de las elecciones catalanas y alguna que otra cosa más, provocan que los líderes políticos de nuestro país actúen de manera diferente a si la situación fuera más «normal». Aunque echando la vista atrás, creo que en España no se recuerda una década de normalidad o tranquilidad. Desde la caída del Imperio Romano, cuando todavía España no era un país, ya comenzaron las luchas internas y externas de los visigodos, la invasión musulmana y la denominada Reconquista, las guerras por el poder en los reinos hispanos… No voy a hacer aquí una relación detallada de nuestra historia, pero si analizo y profundizo un poco, no ha habido ni un solo siglo en el que no hayamos estado inmersos en guerras civiles, en guerras de conquista, en conflictos con turcos, franceses o ingleses, con Estados Unidos, guerras de sucesión, de independencia, atentados terroristas y asesinatos de primeros ministros, dictaduras… Parecía que con la llegada de la democracia íbamos a entrar en un período de tranquilidad, pero ETA y el Grapo así como intentos de golpe de estado como el de Tejero tampoco nos dejaban respirar. Después, con la llegada del PSOE al poder parecía que nuestra entrada en Europa y en la OTAN, el buen hacer del rey Juan Carlos, los Juegos Olímpicos de Barcelona o la EXPO’92 de Sevilla nos abrían al mundo y nos mostraban como un país moderno, preparado y alegre.
Pero entonces comenzaron a amontonarse los casos de corrupción: se destapó el caso Filesa por el que el PSOE fue condenado por financiación ilegal, la dimisión de Alfonso Guerra, ETA seguía matando y el País Vasco era un quebradero de cabeza. Llegó José María Aznar al poder en 1996 y otra vez parecía que todo se calmaba y que la economía española daba un tirón que nos ponía a la altura de otros países europeos. Entramos en el Euro pero ETA no dejaba de matar, apoyamos la guerra de Irak, sufrimos los atentados yihadistas de 2004 y Zapatero llegó al poder. La crisis económica de 2008, el 15M en 2011, la abdicación del rey Juan Carlos en 2014, los atentados yihadistas en Cataluña en 2017, la declaración unilateral de independencia de Cataluña en ese año…
Llegamos al año 2018 con la moción de censura a Mariano Rajoy y la llegada al poder por primera vez de Pedro Sánchez, ratificada más adelante en las elecciones generales de 2019, pactando con Podemos y gobernando en coalición los dos partidos de izquierda con apoyo de los partidos independentistas catalanes y el PNV vasco. He dejado muchas cosas, como es lógico, en el tintero, porque esto no quiere ser una lección de historia. Lo que quiero reflejar es que este país siempre ha vivido convulsionado. Algunos dirán que durante la dictadura de Franco hubo una relativa paz, pero claro, muy relativa porque eso fue así para los que ganaron la guerra porque para los otros fueron años de sufrimiento, de falta de libertades, de opresión. Y cuando se ha querido pasar página no ha sido posible, porque la Transición, como ya comenté en mi anterior entrada, no fue aceptada por los más extremistas dejando, además, muchas cosas sin cerrar bien. Pero eso es otro tema y daría para un debate mucho mayor.
Ahora quiero centrarme en lo que ocurre en la actualidad, a seis días de las elecciones catalanas. Resulta que cuando se convocaron en diciembre de 2020 para que se realizaran el 14 de febrero de 2021 algunos pensaron que quizás era demasiado precipitado celebrarlas en esa fecha dada la situación de pandemia. Pero la mayoría estaba de acuerdo que la situación catalana exigía que hubiera un gobierno que se dedicara a gestionar bien y no a estar continuamente enfrentándose con el Estado y dividiendo a los catalanes entre buenos y malos según apoyaran o no la independencia. Hubo un intento de aplazamiento mediante un decreto de la Generalitat pero el TSJC lo dejó sin efecto y las elecciones se celebrarán ese día, a no ser que ocurra un cambio radical en la evolución de la pandemia. Y en esa estamos, en plena campaña electoral, cada partido tirándole los trastos a los demás y todos contra Illa. Pero el que más daño está haciendo, siento decirlo porque es un personaje que no me cae mal a pesar de todas sus contradicciones, es Pablo Iglesias. Sus últimas intervenciones hablando de Cataluña, de los «exiliados», de los «presos políticos», de que «no hay una situación de plena normalidad política y democrática en España, cuando los líderes de los dos partidos que gobiernan Cataluña, uno está en prisión y el otro en Bruselas» dejan, desde mi modesto punto de vista, mucho que desear y dejan en muy mal lugar al gobierno y a nuestro país, ese al que dice amar tanto. Hablar de exiliados y de presos políticos después de lo que ocurrió el 1 de octubre de 2017 con un referéndum ilegal y de la proclamación el 10 de octubre de la independencia de Cataluña, es una auténtica barbaridad. En ninguna democracia se hubiera permitido esto y seguramente los responsables hubieran sido condenados incluso con mayor severidad. Los independentistas catalanes ponen como ejemplo a Escocia y a Canadá, pero ellos saben aunque lo repiten hasta la saciedad, como seguramente lo sabe también Pablo Iglesias, que los casos son muy distintos, como se explica muy bien en este artículo: Cataluña, Escocia y Québec, sus diferencias.
No sé si Pablo Iglesias hace estas declaraciones por convencimiento o por tacticismo político, para diferenciarse de su socio en Madrid y contrincante en Cataluña, pero sea por lo que sea, un gobernante, y él lo es aunque le pese, debe ser leal a su país y al gobierno al que pertenece. Pero me temo que él va por libre, que antepone sus intereses personales y partidistas, sin medir bien (o midiéndolo perfectamente, quién sabe) sus palabras. No leo habitualmente lo que dice el Papa Francisco, pero suele dejar a veces frases para reflexionar. Así, dice que el «buen político es el que practica aquellas virtudes humanas que son la base de una buena acción política: la justicia, la equidad, el respeto mutuo, la sinceridad, la honestidad, la fidelidad”. Y habla de las graves anomalías que socaban el ideal de una democracia auténtica y ponen en peligro la paz social. Esto es, “la corrupción —en sus múltiples formas de apropiación indebida de bienes públicos o de aprovechamiento de las personas—, la negación del derecho, el incumplimiento de las normas comunitarias, el enriquecimiento ilegal, la justificación del poder mediante la fuerza o con el pretexto arbitrario de la ´razón de Estado´, la tendencia a perpetuarse en el poder, la xenofobia y el racismo, el rechazo al cuidado de la Tierra, la explotación ilimitada de los recursos naturales por un beneficio inmediato, el desprecio de los que se han visto obligados a ir al exilio”. No creo que el Papa Francisco pensara en Puigdemónt cuando dijo estas palabras, ya que, precisamente el político catalán si por algo se caracterizó es por el incumplimiento de las normas y la negación del derecho.
Me temo que pocos políticos de nuestro país pueden presumir de seguir las recomendaciones de Francisco. Mejor dicho, pocos políticos en el mundo pueden hacerlo. Por eso es tan difícil ser un buen político. Esperemos que las elecciones catalanas no tengan que repetirse y que los que las ganen respeten la Constitución, que la pandemia finalice, que la economía mejore y que podamos vivir unos años de tranquilidad, que falta nos hace.
Sociólogos y psicólogos afirman que cualquier generación tiene más vívidos y presentes los sucesos que le ocurren durante su juventud. Es lógico, ya que aquello que nos ocurre entre los quince y los veinticinco años lo hacen en el periodo de nuestra vida en que somos más impresionables, cuando nuestra visión del mundo está formándose, cuando se configuran nuestras actitudes hacia la política y la sociedad. Cuando se murió Franco yo tenía veinte años y comencé a trabajar, ya como funcionario. Eran los años de la transición, años convulsos, en los que a diario sucedían cosas extraordinarias. Ahora está de moda utilizar la expresión “hecho histórico”. Puedo asegurar que entre los años 1974 y 1981, entre mis diecinueve y veintiséis años, rara era la semana que no nos sobresaltábamos o alegrábamos con algún acontecimiento extraordinario, con algún hecho histórico. Además de la muerte del dictador en 1975, el asesinato de Carrero Blanco dos años antes, la subida al trono de Juan Carlos I (El Breve, como muchos decían o decíamos en aquellos momentos), el nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, la legalización de los partidos políticos, previo “suicidio” de las Cortes franquistas, las primeras elecciones generales en 1977, además de secuestros y atentados, intentos de golpes de Estado… Y mientras tanto, los jóvenes de mi generación asistíamos con esperanza y también con miedo a todo aquello. A veces teníamos que retener el aliento, esperando que todo se derrumbara. Los que habían pasado la guerra civil tenían aún más miedo, porque no querían revivir otra guerra similar. Todo eso nos marcó y nos predispuso a tener una mayor conciencia para participar políticamente. Es difícil que aquellos que tenemos entre sesenta y setenta años pasemos de la política. Como será difícil que los que hoy tienen dieciocho o veinte años no queden marcados por la pandemia. Se verá dentro de unos años.
Aunque tengo mala memoria para los nombres y las fechas, hay momentos de esa época que nunca podré olvidar. Una de ellas es mi paso por el servicio militar (ya está el abuelo con sus batallitas, os diréis). Pero, ¿cómo se me van a olvidar aquellos meses que coincidieron con una de las épocas más turbulentas y peligrosas de la historia reciente de España? Y que coincidió, precisamente, con mi estancia en el cuartel de Intendencia de la Puerta de la Carne, en Sevilla. Después de dos meses infernales, julio y agosto de 1976, en Cerro Muriano, en Córdoba, con un calor asfixiante, con ejercicios y marchas interminables, con restricciones de agua por la sequía, etc., llegaron unos meses de relativa tranquilidad en el cuartel: trabajar en una oficina, alguna guardia de vez en cuando, buenas relaciones con los superiores y los compañeros, bastante libertad para entrar y salir del cuartel, disciplina relativamente relajada. Un paraíso comparándolo con los meses anteriores.
Otros cuatro compañeros y yo pudimos alquilar un piso en la calle Torneo, donde solíamos reunirnos cuando nos daban permiso, que era casi todos los fines de semana. Allí podíamos charlar tranquilamente, sin cortapisas, hablando casi siempre de política. Uno de ellos tocaba estupendamente la guitarra y aprovechábamos para cantar canciones de Mercedes Sosa, de Quilapayún, de Paco Ibáñez, de Labordeta o de Lluis Llach. Había dos catalanes, dos vascos y yo. Todos con ideología de izquierda, así que las discusiones solían girar en torno al momento que se estaba viviendo en España. Aunque todos queríamos que se produjeran cambios revolucionarios, rápidos y que se enterrara de una vez el régimen de Franco, también éramos conscientes de las enormes dificultades. No nos gustaba Adolfo Suárez (había sido designado precisamente el día que yo salía de Coruña en tren camino del campamento de Cerro Muriano), veíamos que las Cortes eran todavía las franquistas, que la ultraderecha campaba a sus anchas en el territorio español, sobre todo los guerrilleros de Cristo Rey, y que los grupos terroristas (ETA y el Grapo, fundamentalmente) ponían piedras en la maquinaria que intentaba poner en marcha el nuevo gobierno. Los dos vascos justificaban las acciones de ETA porque se dirigían, fundamentalmente, a las fuerzas represoras del Régimen (ejército, policía y guardia civil, que impedían el cambio y detenían y torturaban a los militantes y simpatizantes de la izquierda). Los catalanes tenían como mantra “libertad, amnistía y Estatut de Autonomía” y simpatizaban también con la lucha que llevaba a cabo ETA. Yo, por mi parte, defendía las ideas de la Unión do Povo Galego, de la Asamblea Nacional Popular Galega y de todo aquello que sonara a lucha por las libertades de la Nación Galega. También había tenido la oportunidad de hacerme militante del PSOE, ya que coincidió conmigo durante la carrera de Magisterio y en mi primer destino provisional como maestro en el Colegio Raquel Camacho, una destacada figura socialista de Coruña, Rubén Ballesteros que, además, estaba casado con mi profesora de francés en el Instituto Masculino, Berta Canel, a la que yo apreciaba ya que me había dado una matrícula de honor. Pero en mi familia habían sucedido demasiadas cosas negativas durante la posguerra y a mí se me había metido el miedo en el cuerpo. Yo nunca destaqué por mi valentía, así que le dije que no. Después me arrepentí, pero era demasiado orgulloso para dirigirme a él y solicitarle mi entrada en el partido. En mi defensa diré que sólo tenía 21 años, que era muy tímido y precavido y, visto en perspectiva, creo que hice lo mejor. La política no estaba hecha para mí. Eso de la disciplina de partido no iba con mi forma de ser.
Retomo lo que estaba diciendo de las reuniones con mis compañeros de piso. Nosotros escuchábamos a los militares en el cuartel, los comentarios que realizaban sin ningún reparo delante de los soldados, veíamos el retrato del General en muchos despachos y sabíamos que el ejército iba a ser un impedimento difícil de salvar, aunque, en el fondo, deseábamos con todas nuestras fuerzas que llegara el momento real del cambio, nada nos quitaba la ilusión.
Pero llegó la funesta semana, los fatídicos siete días de enero de 1977. El día 23 fue asesinado por un grupo de extrema derecha vinculado a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, Arturo Ruiz, un estudiante, albañil y activo militante de izquierdas, mientras participaba en una manifestación proamnistía en la Gran Vía madrileña. Al día siguiente, en una manifestación contra el asesinato de Arturo Ruiz, muere la estudiante Mari Luz Nájera como consecuencia del impacto en pleno rostro de un bote de humo lanzado por los antidisturbios. Ese mismo día 24 es secuestrado por los GRAPO el teniente general Villaescusa (el mismo grupo que un mes antes había secuestrado a Oriol y Urquijo, presidente del Consejo de Estado) y por la noche, tres asesinos irrumpen en el despacho laboralista del número 55 de la calle Atocha y matan a cinco personas, además de herir gravemente a otras cuatro (por cierto, en ese despacho era donde habitualmente trabajaba Manuela Carmena, pero ese día le habían pedido que lo prestara para reunirse los que después fueron asesinados). El día 26 de enero se produce una manifestación convocada por el Partido Comunista, todavía ilegal, y Comisiones Obreras. Una manifestación de más de 100.000 personas que recorren las calles en perfecto orden y silencio, una demostración de civismo y de organización que emociona y asombra a la España de aquella época y que muchos analistas consideran el punto de partida de la legalización del Partido Comunista, que se produjo unos meses después, el famoso Sábado Santo Rojo, el 9 de abril de 1977.
En el cuartel, nosotros apenas nos atrevíamos a hablar. Decidimos no ir al piso, porque la tensión que se respiraba en el ambiente era enorme. Parecía que todos nos vigilaban, que en cualquier momento nos iban a llamar a algún despacho y nos iban a detener, a pesar de que nada podíamos temer porque nada habíamos hecho, pero era mejor prevenir. Finalmente, nada ocurrió, pero desde entonces espaciamos más las visitas al piso, nos deshicimos de toda la propaganda y de todas las revistas y recortes de periódicos que habíamos ido acumulando durante meses (Cambio 16, Diario 16, Cuadernos para el Diálogo y El País, sobre todo). Era una exageración, era un temor injustificado, después nos dimos cuenta y nos arrepentimos y avergonzamos de la cobardía. ¡Menudos revolucionarios de pacotilla! Pero todos no pueden ser héroes, nos dijimos. Así que seguimos cantando a Serrat, a Moustaki y a Violeta Parra. Sólo servíamos para eso. Y sólo los que vivimos aquella época, podemos darnos cuenta de los peligros que corrió la democracia, de que estuvimos en la cuerda floja y en un tris de que todo se viniera abajo. Afortunadamente, y a pesar de todos los errores cometidos, creo que valió la pena el sacrificio de tantas personas. Por eso me da pena y rabia que muchos que no vivieron aquellos años y sólo los conocen por los libros de historia, se atrevan a criticar alegre y superficialmente, incluso a despreciar, lo que conocemos por la Transición. Hicimos lo que pudimos, nada más y nada menos.
Suelo ver el programa Salvados, de la Sexta, el lunes por la mañana, porque el domingo por la noche no me gusta esperar durante los minutos de publicidad y prefiero ver alguna película o serie en Netflix, donde no hay anuncios. La entrevista de Gonzo a Pablo Iglesias es muy buena e intensa, no deja prácticamente ningún tema de la política y de la actualidad española en el tintero y repite las preguntas una y otra vez si ve que Iglesias quiere salirse por la tangente: las relaciones con el presidente Sánchez, los acuerdos de gobierno, la factura de las eléctricas, los escraches, República y Monarquía, la diferencia entre estar en la oposición y en el gobierno y las dificultades para cumplir lo prometido, la pandemia…
La entrevista va por los cauces esperados: Gonzo es incisivo en las preguntas e Iglesias hábil con las respuestas, intentando llevar el juego a su terreno. La técnica es la de siempre: Gonzo pone ante el entrevistado imágenes y palabras dichas por éste cuando estaba en la oposición para que las comente. Iglesias nunca ve contradicción entre lo que decía antes y lo que hace y dice ahora, aunque a veces sus respuestas chirrían y le cuesta trabajo salir del apuro: por qué no se baja la electricidad, por qué son diferentes los escraches a unos políticos y a otros, por qué no se fiaba de Sánchez pero pacta con él, por qué está en el gobierno, pero en el Congreso su partido presenta propuestas diferentes, etc. Iglesias quiere mostrar tranquilidad, dominio de la situación, pero el periodista no ceja en su empeño. Jordi Évole tiene un excelente sustituto.
Hay varios momentos que me llaman la atención y que me enfadan. El primero, cuando compara e iguala el exilio de Puigdemónt con el exilio de los republicanos después de la guerra civil. Esa comparación es indigna de ti, Iglesias, y me decepcionas. Espero que haya algún comunicado al respecto de miembros o asociaciones de la Memoria Histórica. Comparar la democracia y los mecanismos que ésta tiene con la venganza y la persecución de la dictadura franquista es insultar nuestra inteligencia. Y para colmo, mete también en el mismo saco al rey emérito que, por cierto, todavía no ha sido juzgado ni condenado ni ha sido declarado en rebeldía ni prófugo.
Otro momento es cuando Iglesias dice que los políticos no deben meterse en el trabajo de los periodistas. Aquí Gonzo salta: «Dígaselo a alguno de su partido» (recuerdo el lema «la máquina del fango» contra PRISA, durante las primarias de 2016 o las críticas hacia periodistas vertidas por Iglesias y otros miembros de la formación morada a raíz del caso del excomisario José Manuel Villarejo y del de la exasesora de Podemos Dina Bousselham).
Y otro momento es cuando Gonzo le recuerda las palabras de Gabilondo diciendo que Podemos era injusto con la generación de la transición, ya que se hizo lo que se pudo y que cada generación se enfrenta con su presente. Aquí, Iglesias no se desdice de sus críticas y no contesta a este tema sino que hace un cambio a la remanguillé y se centra en lo que le dijo Gabilondo sobre que le iban a reventar cuando llegara al poder. Yo, que tuve la suerte de poder vivir aquellos momentos de la transición, aunque reconozco que sólo como mero espectador y con pequeñas escaramuzas corriendo delante de la policía, pero sin heroicidad alguna, a diferencia de otros que sí corrieron muchos riesgos, estoy de acuerdo con Sabina en la entrevista que se publicó en elDiario.es el 7 de enero de este año, Historia de una canción (De Purísima y Oro): «Los rencores de la Guerra Civil se superaron con la Transición y la Constitución del 78, aunque no definitivamente». «Ha vuelto esa historia de buenos y malos, de las dos Españas, y una crispación y un sectarismo que abomino absolutamente y que me tiene muy preocupado».
Lo siento, Iglesias, me has decepcionado. Estás cayendo en los mismos errores que criticabas: no reconoces los errores, quieres estar en el gobierno y en la oposición al mismo tiempo y te cuesta aceptar las críticas. Casi lo mismo que hace Sánchez, por cierto. De Casado prefiero no hablar.
En otoño de 1967 Ron Jones, un profesor de historia de un instituto de Palo Alto en California, en el Cubberley High School, no tuvo respuesta para la pregunta de uno de sus alumnos: ¿Cómo es posible que el pueblo alemán alegue ignorancia a la masacre del pueblo judío? ¿Cómo pudo el pueblo alemán alegar su ignorancia del genocidio judío? ¿Cómo podía la gente de las ciudades, los obreros, los profesores, los doctores, decir que no sabían nada de los campos de concentración y las matanzas? ¿Cómo gente que eran vecinos o incluso amigos de judíos podían decir que no estaban allí cuando sucedió todo? Al no poder explicar a sus alumnos por qué los ciudadanos alemanes (especialmente los no judíos) permitieron que el Partido Nazi exterminara a millones de judíos y otros llamados “indeseables”, decidió mostrárselo. Decidió hacer un experimento con sus alumnos: instituyó un régimen de extrema disciplina en su clase, restringiéndoles sus libertades y haciéndoles formar en unidad. El nombre de este movimiento fue The Third Wave.
Jones llamó al movimiento “La Tercera Ola”, debido a la noción popular de que la tercera de una serie de olas en el mar es siempre la más fuerte, y afirmó que sus miembros revolucionarían al mundo. Ante el asombro del profesor, los alumnos se entusiasmaron hasta tal punto que a los pocos días empezaron a espiarse unos a otros y a acosar a los que no querían unirse a su grupo. El experimento cobró vida propia, con alumnos de toda la escuela uniéndose a él. Jones se preocupó acerca del resultado del ejercicio y lo detuvo al quinto día haciendo ver a sus alumnos que el movimiento tenía un líder mundial: Adolf Hitler. Se rumoreó que hubo implicaciones, como el suicidio de uno de los alumnos, pero poco ha trascendido sobre el asunto.
En 1981, el escritor estadounidense Todd Strasser, bajo el pseudónimo Morton Rhue, narró esos hechos en su libro “The Wave”, La Ola, y en 2011 el director Dennis Gansel realizó una película con el mismo título, ubicando los hechos en Alemania en la época actual; un carismático profesor de instituto aborda en su clase la autocracia. Relacionándolo con el surgimiento de dictaduras, el fascismo y el nazismo, Wenger articula unas sesiones muy prácticas, en que presenta los elementos que explican su atractivo: espíritu de grupo, ideales comunes, ayuda mutua, uniformes y parafernalia exterior…
En apenas unos días, lo que comienza con una serie de ideas inocuas como la disciplina y el sentimiento de comunidad se va convirtiendo en un movimiento real: «La Ola». Los jóvenes se entusiasman, mejoran notablemente en autoestima e iniciativa, superan sus diferencias raciales y sociales, se implican en el diseño de lemas y logos, y hasta adoptan un uniforme común. Las críticas de varias alumnas al experimento —cuestionado también por otros profesores y por grupos anarquistas— llevan la situación mucho más allá de lo que nadie había imaginado. Al tercer día, los alumnos comienzan a aislarse y amenazarse entre sí. Cuando el conflicto finalmente rompe en violencia, el profesor decide no seguir con el experimento, pero para entonces es demasiado tarde, «La Ola» se ha descontrolado… No cuento el trágico final, por si no la habéis visto, pero podéis imaginarlo.
Viendo las imágenes del 6 de enero en el Capitolio, en Washington, me han venido a la cabeza las imágenes y el argumento de la película. Y me hago unas preguntas similares a las del alumno: ¿Cómo es posible que el pueblo norteamericano alegue ignorancia ante las barbaridades que dice Trump? ¿Cómo es posible que se crea, a pesar de todos los datos en contra, que las elecciones fueron un fraude? ¿Cómo es posible alegar ignorancia ante las consecuencias del COVID-19? ¿Cómo creerse las continuas mentiras, lo que ahora se denomina fake news, que continuamente emite su presidente? En época de Hitler, Goebels aprovechó la prensa y la radio para bombardear al pueblo alemán con continuas mentiras sobre los judíos. Ahora, Trump aprovecha Facebook y Twitter para hacer lo mismo, esta vez con mucho mayor delito ya que el pueblo norteamericano, como el de cualquier otro país democrático, tiene otras muchas herramientas para contrastar la información. Pero, al igual que ocurre casi siempre, las personas sólo creemos aquello que nos interesa y sólo acudimos a los medios de información que corroboran aquello que queremos creer. En esto se apoya Trump, que no es nada tonto y sabe cómo, a quién y qué debe transmitir. Sus mensajes durante cuatro años han provocado e incendiado a casi la mitad de los norteamericanos con discursos y mensajes que han ido calando en una sociedad cada vez más polarizada y, por desgracia, cada vez más violenta. Los casos de brutalidad policial contra los negros, aunque han existido siempre en Estados Unidos, se han agudizado durante la presidencia de Trump. El caso de George Floyd, con unas imágenes que han impactado por su brutalidad, se une al de otros muchos negros que han muerto por palizas o por disparos de la policía. Y el problema es que desde la Casa Blanca, no se han tomado las medidas ni se han condenado de una manera clara para que hechos de esa naturaleza no vuelvan a repetirse.
Pero lo que ya ha colmado el vaso ha sido el asalto al Capitolio, alentado un par de horas antes por unas palabras de Trump por las que merecería ser procesado, juzgado y, casi con toda seguridad, condenado. Comenzó por enumerar los supuestos fraudes electorales, arremetió contra los republicanos “patéticos” y “débiles” que no apoyaban su exigencia de detener la certificación de votos que se llevaría a cabo momentos después en el Congreso. «Increíble por lo que tenemos que pasar, y tener que hacer que tu gente luche. Si ellos no luchan, tenemos que eliminar a los que no luchan», arengó a sus seguidores. Expresó su desconfianza en que el vicepresidente Pence, que por su cargo dirigía la ceremonia en el Capitolio, hiciera algo por detener la certificación de votos: «Espero que defienda el bien de nuestra Constitución y el bien de nuestro país.
«Así que vamos a caminar por la avenida Pensilvania al Capitolio», siguió «Vamos a intentar darles a nuestros republicanos, a los débiles, porque los fuertes no necesitan nuestra ayuda, el tipo de amor propio y audacia que necesitan para recuperar nuestro país».
“Sé que todos los presentes pronto marcharán hacia el edificio del Capitolio para hacer oír sus voces de manera pacífica y patriótica. Hoy veremos si los republicanos se mantienen firmes a favor de la integridad de nuestras elecciones», añadió.
Unas horas después, el mundo pudo comprobar con asombro, cómo una turba de incontrolados tomaba por asalto el Congreso de la mayor democracia del planeta. Cinco muertos después, hoy ha salido Trump para desmarcarse de lo ocurrido, seguramente para evitar su procesamiento. Pero esas imágenes ya están grabadas en las retinas de millones de personas en todo el mundo. Como ocurre en La Ola, una vez que se inicia, se alienta y se premia un determinado comportamiento o unas determinadas ideas en personas con poco criterio o fáciles de manipular, después es muy difícil volverse atrás. El presidente Biden lo tiene muy complicado.