Mar de Aral, lago Chad y ¿Doñana?

En los años 60 del pasado siglo el Mar de Aral era uno de los cuatro lagos más grandes del mundo, con una superficie de 68.000 kilómetros cuadrados. En la actualidad, el Mar de Aral se ha reducido a menos del 10% de su tamaño original. Tras los trasvases de agua realizados por la Unión Soviética de los ríos Amu Daria y Sir Daria que en él confluyen, el lago se redujo de manera drástica. Se pretendía desviar agua para regar cultivos, principalmente de algodón, en Uzbekistán y Kazajistán. Además, como resultado de proyectos industriales y vertidos de residuos de fertilizantes durante todo el siglo XX, el Mar tiene un alto índice de contaminación.

Mar de Aral en 1960 y en 2006

Con el lago Chad, en el centro de África, ha ocurrido algo parecido. La causa principal de la drástica disminución del agua es la captación de aguas para irrigación de cultivos, aunque el proceso de desertificación también ha influido. De 26.000 kilómetros cuadrados ha pasado a 900. La reducción del lago ha tenido efectos devastadores en Nigeria y la aparición de conflictos entre los países ribereños del lago: Chad, Níger, Nigeria y Camerún.

Evolución de la superficie del lago Chad

En Doñana se está produciendo una catástrofe similar. La última laguna de agua dulce de Doñana se ha secado. De un total de 3.000 registradas se ha perdido por completo el 60%, cubierto por vegetación terrestre. Hay animales que mueren al no encontrar dónde beber.

Además de la falta de lluvia y de algún incendio devastador como el ocurrido en 2017, la extracción de agua para uso agrícola y humano es una causa directa del estado actual: hay más de 3.000 hectáreas de cultivos ilegales y más de 1.000 pozos también ilegales, que están llevando al acuífero a una situación crítica. Con este escenario, el Parlamento andaluz ha aprobado la toma en consideración de la ley de regadíos de Doñana. Pan para hoy y hambre para mañana. La catástrofe está servida.

Los problemas del agua en el mundo son los que producen, en su mayor parte, las inmigraciones, los desplazamientos humanos. Esperemos que los habitantes del entorno de Doñana no se vean obligados hasta ese extremo.

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Reencuentros

Volver, el tango de Carlos Gardel, es una de las canciones más nostálgicas y melancólicas que se han escrito. «Volver con la frente marchita… Que es un soplo la vida, que veinte años no es nada». Pocas letras reflejan con tanto sentimiento el paso de los años, el regreso a un lugar, a una etapa de la vida.

Hoy, cuando bajaba por la Ronda de Outeiro camino del mesón donde me iba a reencontrar con mis amigos de hace cincuenta años y con mi adolescencia, canturreaba el tango de Gardel. Veía mi reflejo en los escaparates, la frente marchita, mucho más despejada que a principios de los años setenta, la espalda más encorvada y el caminar quizás menos resuelto.

Las estrellas no me miraban burlonamente, como en el tango, porque es un mediodía radiante, el cielo despejado y el aire muy frío, una de las mañanas más frías que recuerdo en Coruña. Miro el reloj y compruebo que voy a llegar demasiado pronto, así que aminoro el paso al llegar a la estación de San Cristóbal, no quiero llegar el primero. Y recuerdo, claro que recuerdo, aunque han pasado cincuenta años, que no es nada, que es un soplo la vida.

Instituto Masculino de La Coruña a mediados de los años sesenta, en la ciudad escolar, cerca del estadio de Riazor. Como su propio nombre indica, sólo estudiábamos chicos, adolescentes de 10 a 17 años. El Instituto Femenino, el Eusebio da Guarda, estaba en la Plaza de Pontevedra. Para entrar en el Instituto había que realizar una prueba, el ingreso, y si se aprobaba, comenzaban los cuatro cursos del bachillerato elemental. Al finalizar esta etapa se hacían otros exámenes,  la reválida, que concedían el título de bachiller elemental, que permitía el acceso a los estudios del bachillerato superior, dos cursos, al final del cual se realizaba otra reválida, aprobada la cual se conseguía el título de bachiller superior.

Yo entré en el Instituto en segundo curso, en el año 1966, pues el primero lo estudié en Madrid, ya que… Pero esta es otra historia que contaré en otra ocasión. Tenía 11 años y algo de miedo por entrar en un aula en la que ya se habrían creado grupos de amigos el curso anterior y la fama de duros que tenían muchos profesores. La disciplina en aquella época distaba mucho de ser permisiva, así que me imaginaba mi aislamiento, las miradas de desprecio de mis compañeros de clase, los gritos y las amenazas de los docentes, la dureza de las asignaturas… Como siempre me ocurría, prefería ponerme en lo peor para no llevarme un chasco después.

En realidad, no me costó demasiado trabajo ni demasiado tiempo adaptarme a la situación. Nos sentábamos por orden alfabético, así que durante tres años tuve como compañero de pupitre a Modesto Casanova, un fornido y rubicundo muchacho oriundo de una aldea de Lugo, que me contaba anécdotas y aventuras que me partían de risa y que en más de una ocasión nos costaron castigos. No era un estudiante brillante, pero sí un buen y noble muchacho del que guardo muy buenos recuerdos.

Los que realmente formamos pandilla y un grupo que duró todo el bachillerato fueron los que nos vimos en la comida. Faltaban un par de ellos, Formoso y Balsa. El primero no pudo venir y nos lo comunicó, pero al segundo fue imposible localizarlo. Hace años que no se sabe nada de él, a pesar de haberlo intentado en las redes sociales. José Luis Cortón, el que ha conseguido la hazaña de juntarnos después de tanto tiempo, Ricardo, Carlos, José Luis Álvarez, José Antonio Casal, José Manuel Pardo, Benito, el único que yo no conocía porque se unió cuando me fui del Instituto, y yo.

Alrededor de un cocido gallego con todos sus ingredientes, un tinto mencía y unos postres propios de estas fechas, oreja y filloas junto café y licores, la comida transcurrió como no podía ser de otra manera -aunque en tan poco tiempo fue imposible ponernos al día después de tantos años- contando anécdotas del Instituto, de los profesores, de las excursiones, de las chicas que nos gustaban, de las discotecas donde no nos dejaban pasar pues éramos demasiado jóvenes y muchas, muchas más cosas. Todo un lujo, todo un placer rememorar una época de la vida llena de ilusiones, de risas, de alegría.

Como todavía era de día, aunque terminamos de comer cerca de las seis, salimos del mesón y nos sentamos en una terraza a tomarnos un cubata. La temperatura era agradable al sol, aunque cuando se puso tuvimos que meternos dentro. Seguimos recordando aquellos tiempos, o tempora, o mores, como si nos acabáramos de ver hacía sólo unos días. Eso fue lo que más me gustó, la confianza, la camaradería, el buen humor que siempre nos acompañó y que sigue exactamente igual.

No, el tango Volver es demasiado triste, nostálgico, melancólico. No, nosotros no vivimos con «el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez». Estos reencuentros son alegres, optimistas, necesarios, nos ponen frente a nosotros mismos y nos permiten rejuvenecer. Gracias, amigos, tenemos que repetirlo más a menudo. Por lo menos, no dejar pasar otros cincuenta años, creo que no lo aguantaría.

Cualquier decisión era mala

Ya sabemos la decisión del Tribunal Constitucional. Cualquier decisión era mala, pero la elegida ha sido la peor. Pedro Pacheco dijo que la justicia es un cachondeo y esa frase a punto estuvo de costarle la cárcel. No quiero arriesgarme a decir esa frase ni a darle la razón al Sr. Pacheco, no vaya a ser que lo de la libertad de expresión valga para unos y para otros no.
O sea, que dos jueces cuyo mandato está caducado en el TC, más otros que se niegan a dejar sus puestos en el CGPJ traen por la calle de la amargura a determinados partidos políticos. A otros no, ya que les interesa mantenerlos donde están porque los han nombrado ellos. ¿Dónde queda la independencia judicial, si siempre votan en bloque jueces progresistas por un lado y conservadores por otro?

Y digo yo y me pregunto: si uno de los tres poderes del Estado, el judicial, los jueces, los tribunales, no se atienen a las reglas y se atrinchera en sus puestos sin abandonarlos, ¿por qué otro de los poderes, el ejecutivo o el legislativo no puede hacer lo mismo? Imaginemos a Pedro Sánchez diciendo un día de estos: no voy a convocar elecciones cuando toca, el año que viene, porque no me ha dado tiempo a desarrollar todo mi programa electoral, así que me quedo en la Moncloa un par de años más y ya, si eso, habrá elecciones en 2025. O imaginemos también a la presidenta del Congreso Meritxel Batet negándose a abandonar su puesto cuando se celebren las elecciones. Seguro que el Tribunal Supremo o el Tribunal Constitucional tomarían cartas en el asunto. Pero, ¿quién obliga o somete a esos dos organismos? El pueblo, ¿qué pinta el pueblo en todo esto y cómo se puede «desfacer este entuerto»? Veamos lo que dice nuestra Constitución

Artículo 1

  1. España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
  2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.
Artículo 9
  1. Los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico.
Artículo 66
  1. Las Cortes Generales representan al pueblo español y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado.
  2. Las Cortes Generales ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuya la Constitución.
  3. Las Cortes Generales son inviolables.
Artículo 159
  1. El Tribunal Constitucional se compone de 12 miembros nombrados por el Rey; de ellos, cuatro a propuesta del Congreso por mayoría de tres quintos de sus miembros; cuatro a propuesta del Senado, con idéntica mayoría; dos a propuesta del Gobierno, y dos a propuesta del Consejo General del Poder Judicial.
  2. Los miembros del Tribunal Constitucional deberán ser nombrados entre Magistrados y Fiscales, Profesores de Universidad, funcionarios públicos y Abogados, todos ellos juristas de reconocida competencia con más de quince años de ejercicio profesional.
  3. Los miembros del Tribunal Constitucional serán designados por un período de nueve años y se renovarán por terceras partes cada tres.

Después de esto, ya no entiendo nada. Si los nombramientos son por un período determinado, ese período ya ha pasado y los miembros del TC se niegan a abandonar sus puestos, ¿qué pasa ahora? Me lo expliquen.

Catar y morir

Hoy, cientos de millones de personas seguirán la final de la copa del mundo de fútbol que se celebrará en Lusail, una ciudad cercana a la capital de Catar, Doha. Durante casi un mes, miles de millones de aficionados se han olvidado de que 11 de las 22 personas que decidieron el voto para que este país fuera la sede del mundial fueron compradas, que es un país en el que no se respetan los derechos humanos, que han muerto miles de trabajadores construyendo estadios e infraestructuras, que se impide la libertad de expresión, que se persigue al inmigrante…

Pero el fútbol tiene que ser una droga muy poderosa que paraliza, atonta, subyuga, adormece, manipula, hace olvidar problemas. Negamos la realidad, lo que ocurre ante nuestros ojos, las atrocidades que se permiten, se toleran e, incluso, se fomentan. Porque no cabe duda de que todos saben lo que ocurre allí y no dudamos en pagar por ver los partidos, los mandatarios del fútbol justifican con palabras huecas y mentirosas la idoneidad de la celebración en Catar del mundial, que si gracias a eso el país se va a abrir, se van a mejorar los derechos ciudadanos. Todo mentira. El dinero de los cataríes ha comprado voluntades y cerrado bocas.

Mientras tanto, Amir Nazr-Azadani, un futbolista iraní de 26 años, que fue condenado a muerte por participar en las protestas contra el régimen, no escucha por parte de los dirigentes del fútbol ni una palabra de condena de su sentencia. Según las teorías de Infantino, presidente de la Fifa o de Rubiales, presidente del federación española de fútbol, hay que respetar las costumbres y leyes de esos países, por eso no se permitieron brazaletes, banderas u otros símbolos de apoyo a las mujeres y colectivos LGTB en Catar. Y habrá que respetar también, claro, la decisión de colgar al futbolista iraní, no faltaba más. Según parece, el fútbol está por encima de todo eso y no está para resolver los problemas. Y todos se van a quedar de brazos cruzados.

Pues lo siento, me niego a participar en esa farsa. Así que no he visto ni un solo partido del mundial ni tampoco veré la final. Dirán que eso no sirve para nada, que es un gesto infantil e inútil, que así no se consigue nada. Puede ser, pero por lo menos mi conciencia se queda tranquila, que es lo que más me interesa. Cuando mañana o cualquier otro día veamos la terrorífica imagen del futbolista colgado de una grúa y las noticias sigan mostrando las atrocidades de esos y otros países, se alzarán las hipócritas voces de los dirigentes que hasta ahora han permanecido callados o han mirado hacia otro lado. El mundo seguirá girando y dentro de unos años se habrá olvidado todo. Qué pena.

Leyes y política

Vaya por delante que yo no soy jurista y que no se me ocurriría entrar en una discusión con un experto en la materia. Como mucho, me leí en su momento la Constitución de 1978 y algunas leyes educativas, pero confieso mi ignorancia en el articulado del código civil y penal. Sé lo que es un delito y lo que no lo es aplicando, sobre todo, el sentido común porque entiendo que la Ley, con mayúsculas, debe aplicar dicho sentido. El problema es que los mortales de a pie a veces nos quedamos a cuadros cuando comprobamos que lo que parece ser un mismo hecho, un mismo delito es juzgado y sentenciado de forma distinta por diferentes jueces.

Todavía recuerdo con estupor cuando uno de los jueces que juzgó el denominado «juicio a la Manada» sólo vio sexo en un ambiente de jolgorio y a la joven en actitud relajada, por lo que pidió la absolución. Reconozco mi pasmo y mi asombro. No hace mucho se emitió sentencia en el juicio de los ERE en Andalucía. De los cinco jueces, tres condenaron a Griñán y a otros cuatro altos cargos de la Junta de Andalucía por malversación y las otras dos magistradas ven esas condenas basadas en meras especulaciones. Se acusa a Griñan de pasividad (no sé entonces cómo a Rajoy o a Esperanza Aguirre no se les acusa de lo mismo en el caso de la financiación ilegal del PP, por ejemplo). Ganó la condena a Griñán por 3 a 2. Pero así es la Justicia y creo que hay que acatarla, intentando, lógicamente, apurar todas las opciones de apelación que hay en un régimen judicial tan garantista como el español. Podría extenderme más en esto, pero lo que pretendía con esta introducción era plantear lo que está ocurriendo con la «Ley del solo sí es sí»

La ley del solo sí es sí (Ley de Garantía de la Libertad Sexual) se aprobó el pasado agosto en medio de un ambiente general de satisfacción por recoger varias reivindicaciones feministas importantes, con el objetivo de definir con precisión el consentimiento (libre, voluntario y claro) y reordenar las penas que, según muchos expertos, a veces caían en el absurdo. También se hace hincapié en los asesinatos por violencia sexual, el delito por acoso callejero, educación sexual obligatoria para los agresores, educación sexual en todas las etapas educativas, etc. Una ley ambiciosa y necesaria pero que, al parecer, ha dejado varios cabos sueltos. Al rebajar las penas mínimas algunos jueces han interpretado que debían bajar a su vez la condena a agresores a los que correspondía una pena mínima y varios han salido en libertad. Uno de los jueces que suele participar en programas de televisión dando su opinión sobre temas jurídicos, el magistrado Ignacio González Vega, de la progresista asociación Jueces y Juezas para la Democracia, con formación jurídica de más de treinta años, ha insistido en que él sólo ha aplicado la ley al rebajar la pena a un reo. En su caso, fue condenado a seis años, la pena mínima, que ahora se le ha recortado a cuatro. Otros jueces, sin embargo, no ven razón alguna para revisar las condenas. O sea, que la Ley es la misma pero no todos la interpretan igual. Eso ha ocurrido siempre, pero ahora nos rasgamos las vestiduras porque incide en un tema en el que gran parte de la sociedad se ha concienciado y que, a la vista de las discrepancias, causa un profundo malestar e incluso alarma social. Nadie puede entender que esta ley sea más benévola con delitos que son repudiados por su cobardía y vileza.

Pero estas discrepancias no solo se producen entre los jueces, entre expertos en jurisprudencia, sino también entre movimientos feministas (con esta ley, con la ley trans, con la ley para abolir la prostitución…) y entre políticos del mismo signo. Es normal que PP, Vox y Ciudadanos rechacen esta Ley, no faltaba más y no esperaba menos, viendo sus trayectorias. Pero que también haya discrepancias en el PSOE y entre los partidos que están a la izquierda de los socialistas, clama al cielo. Dentro del gobierno hay discrepancias (hasta cierto punto lógicas en un gobierno de coalición), pero es que dentro de Unidas Podemos, el desencuentro alcanza niveles que rayan en lo esperpéntico. El colmo, las declaraciones vía Twitter de Pablo Iglesias contra Yolanda Díaz. Como la vicepresidenta no había defendido con rapidez a su compañera Irene Montero frente a los virulentos ataques de la derecha, a Pablo Iglesias no se le ocurre otra cosa decir que «ponerse de perfil» cuando se «machaca a una compañera», en referencia a la ministra de Igualdad Irene Montero, «no solo es miserable y cobarde, sino políticamente estúpido». Vale, ya tenemos el lío montado en Unidas Podemos, aunque la cosa venía de lejos con el movimiento Sumar auspiciado por Yolanda Díaz, que no le gusta nada a Iglesias. Pero es que Irene Montero tampoco ayuda mucho con declaraciones en las que acusa de machismo a los jueces, declaraciones que no han gustado ni a jueces conservadores ni a progresistas.

Total, que tenemos a los tres poderes del Estado hechos unos zorros y peleando entre ellos: el ejecutivo (o parte del ejecutivo) ataca al poder judicial, los jueces (o parte de ellos) atacan al ejecutivo, parte de los jueces también atacan al legislativo por su poca efectividad a la hora de redactar leyes, parte del legislativo ataca a la judicatura… y la casa, o sea nuestro país, sin barrer.

Aprovecho para hablar también un poco de la necesidad de que la izquierda no vuelva a cometer los mismos errores que comete siempre, porque aquellos que nos sentimos de izquierda y votamos a partidos de izquierda, parece que estamos huérfanos y desorientados. PSOE, Unidas Podemos, Más País, el proyecto Sumar de Yolanda Díaz (que todavía no está definido y no sé si se escindirá de Unidas Podemos, si Izquierda Unida se sumará, si Alberto Garzón se acercará a Yolanda Díaz y se alejará de Pablo Iglesias…), Adelante Andalucía, las Mareas o el Bloque en Andalucía y Galicia… Hasta el momento, la coalición del gobierno (PSOE – Unidas Podemos) está funcionando relativamente bien, con grandes logros, a pesar de lo que digan los partidos de derecha y los medios que los apoyan, pero se están viendo ya demasiadas brechas y luchas que no presagian nada bueno para las próximas elecciones. Mientras tanto, cruzaremos los dedos y elevaremos plegarias a Santo Tomás Moro, patrón de los políticos, para que les muestre el camino de la verdad y les enseñe que la política es el ejercicio de virtudes al servicio de las personas. Difícil lo tiene.

Ignacio González de Vega
Irene Montero
Pablo Iglesias
Santo Tomás Moro

Algoritmos

—La humanidad es sólo un algoritmo de Dios. O, para aquellos que no sean excesivamente dados a creer en la magia o en seres extraterrenales o en divinidades que controlan y vigilan nuestros actos, se podría decir que hombres y mujeres son el producto, uno más, de un plan que nadie sabe y no creo que se sepa jamás, quién o qué ha diseñado. Si es que existe ese diseño o, por el contrario, el Universo es producto de la casualidad, de miles de millones de casualidades que se producen a lo largo del tiempo. Si las últimas teorías de la física son ciertas, lo que hoy existe, espacio, materia y tiempo, surgieron de la nada, exactamente de la nada. Y seguramente, el espacio, la materia y el tiempo se contraerán y se convertirán en nada.

Las palabras del viejo profesor, que hoy se despedía de su cátedra con un discurso sobre la Metafísica y las Matemáticas, se elevaban con claridad desde hacía más de media hora sobre las filas de estudiantes que escuchaban con atención y con un silencio expectante. El aula magna de la Facultad estaba repleta y pasillos y escaleras servían también para reunir a muchos profesores, compañeros suyos y de otras facultades y especialidades que querían rendirle un homenaje, además de la placa, el regalo sorpresa y la cena que tendría lugar en el mejor restaurante de la ciudad. El profesor era una auténtica institución e incluso había sido propuesto un par de veces para el Premio Nobel, aunque no lo había ganado, quizás por ideas similares a las que hoy estaba desgranando y que solía introducir en sus clases, siempre amenas por los comentarios irónicos y mordaces con los que salpicaba las explicaciones. A veces demasiado irónicos, demasiado mordaces, demasiado excéntricos para una institución centenaria acostumbrada a la seriedad y a la tradición.

En lugar de complicadas fórmulas y problemas casi irresolubles que con letra clara escribía en la pizarra del aula, el anciano catedrático hablaba hoy con palabras comprensibles, con ideas que, hoy sí, todos entendían. Al comienzo había echado la vista atrás y, con un punto de nostalgia, pero también con alegría, repasó una vida dedicada a las matemáticas, primero en un Instituto de un barrio madrileño y después en la Universidad. Ahora, el discurso se había concentrado en un tema que, a lo largo de su vida académica, había expuesto algunas veces, pero nunca se había atrevido a profundizar.

—He dedicado mi vida a realizar cálculos y, últimamente, a ayudar a bancos, compañías de seguros y a empresas de informática, a resolver problemas que permitieran mejorar resultados y crear nuevas herramientas. En realidad, para eso sirven las matemáticas, para ayudar a comprender mejor el mundo. También para dominarlo y controlarlo, como sabéis. Cada vez que utilizáis ese artefacto que alguno tiene en sus manos, el móvil, miles de fórmulas y de complejos cálculos sitúan dónde estáis, qué hacéis, qué os gusta y dirigen vuestras vidas, vuestras emociones. Me temo que yo también he contribuido, sin ser consciente, a recortar vuestra libertad. Nadie es libre, no existe el libre albedrío, eso es una patraña que los poderosos de todas las épocas han inculcado e inculcan en las mentes humanas desde que nacen. Ya os lo he explicado y creo que lo recordáis: los hombres que poseen el conocimiento poseen el poder. Los sacerdotes sumerios, asirios, babilónicos o egipcios guardaban celosamente sus secretos para atemorizar al pueblo. Capaces de calcular movimientos de astros, eclipses, inundaciones de ríos o distancias, capaces de escribir en tablillas o en papiros, sólo unos pocos tenían acceso a ese conocimiento que podían utilizar en su propio beneficio. Así se fue creando, poco a poco, una casta que, con diferentes manifestaciones, aún pervive. La religión es una de ellas, quizás la más antigua.

“Ya empezamos”, susurró un compañero de departamento a otro, “si no se mete con la religión, no se queda tranquilo. Ganas me dan de levantarme, pero sería demasiado evidente y, además, no podría pasar porque es materialmente imposible, esto está repleto, nunca había visto el aula magna tan abarrotada. Hay que reconocerlo, tiene carisma”. Algunos alumnos y compañeros lo miraron y le hicieron gestos de que se callara, lo que hizo con una mueca de fastidio.

—Tengo muchos amigos filósofos —continuó el viejo profesor— que me han acompañado a lo largo de los años y me han ayudado a plantearme preguntas que intenté responder con fórmulas matemáticas, pero, llegado un punto, ni la física, ni las matemáticas ni siguiera la filosofía son capaces de llegar a encontrar respuestas. Eso no significa que no las haya. El hombre lleva demasiado poco tiempo sobre la tierra como ser pensante, así que no perdamos la esperanza o la fe, como diría un buen amigo, el párroco de mi barrio. No sonriáis, yo también tengo amigos en la religión. Pongo por encima a las personas, que, si son buenas, carece de importancia el papel que juegan en la sociedad. La religión ha hecho mucho daño, lo digo siempre, sobre todo cuando es radical, intransigente. Pero si delante de mí hay un sacerdote, una monja o un creyente que no intentan imponerme sus creencias y sus palabras y hechos redundan en bien de la sociedad, me tienen a su lado.

La conferencia continuó por similares derroteros, hasta que, después de leer el último folio, ordenarlos todos con unos golpecitos sobre el atril y después de un segundo en el que nadie sabía si comenzar a aplaudir, el matemático dijo:

—No quiero que mi última intervención en esta facultad sea recordada por haber molestado a alguien. No tengáis en cuenta mis palabras sobre el algoritmo y Dios, cada uno que crea en lo que le dé la gana. Sé que a lo largo de mi carrera me he ganado a pulso la fama de ser intransigente, pero sólo lo he sido con aquellos que son realmente intransigentes, con los que es imposible debatir, con los violentos, con los intolerantes, con los que usan el poder, sea cual sea, para intimidar y aprovecharse. Hubo una época en la que intenté encontrar un algoritmo, una fórmula que explicara esos comportamientos para eliminarlos o, por lo menos, darles una réplica adecuada. La sociología, la psicología, la antropología, la filosofía o las ciencias políticas también lo han intentado, pero sin éxito. Se ha avanzado, no demasiado, porque las sociedades son cada vez más desiguales, la insolidaridad y el egoísmo se han incrementado de manera alarmante. Creo que estuve a punto de encontrar ese algoritmo, pero al final siempre tropezaba con el mismo problema: el hombre o la mujer como individuos quizás puedan explicarse al ochenta o al noventa por ciento, pero cuando empiezan a relacionarse con otros, y eso es inevitable porque el ser humano es sociable por naturaleza, las variables son tan complejas que no creo que se pueda explicar nunca. Y esa es mi gran esperanza y con ello el último consejo que quiero transmitiros: confiad siempre en el hombre, confiad en las matemáticas y en todas las ciencias y que éstas sirvan siempre para mejorar a la sociedad. Buscad e intentad encontrar un algoritmo, unos algoritmos, que eliminen a aquellos otros que esclavizan, que controlan, que manipulan. Espero que alguno de vosotros lo consiga. Entonces es cuando realmente las matemáticas habrán cumplido una misión trascendental. Gracias y hasta siempre.

Con una pequeña inclinación de cabeza, el profesor bajó del estrado entre aplausos y vítores de todos los que asistieron a su última clase. En primera fila, su mujer le envió un beso y se acercó a él para ayudarlo a salir del aula.

Pender de un hilo

Siempre me ha gustado la mitología, sobre todo la griega y la romana, porque la nórdica me queda un poco más lejos, y no digamos la de oriente, tampoco conecto demasiado bien con las Valquirias o con Thor, aunque un poco más con los enanos y los elfos por mor del Señor de los Anillos. La mitología griega sigue presente, lo queramos o no, en nuestras vidas actuales y en el lenguaje. Expresiones como «la caja de Pandora», «talón de Aquiles», «quedarse de piedra», «la manzana de la discordia», «hacerse eco», «ser un narcisista» y otras muchas, las utilizamos continuamente sin saber, muchas veces, que provienen de las maravillosas leyendas que griegos y romanos nos legaron y que es una pena que muchas personas desconozcan. Un compañero mío del instituto, profesor de historia del arte, perdía (o ganaba) la mitad de su tiempo cuando analizaba algún cuadro explicando a sus alumnos y alumnas la historia que reflejaba el artista. La fragua de Vulcano o Las hilanderas de Velázquez, Sísifo o El rapto de Europa, de Tiziano, el nacimiento de Venus de Botticelli o Saturno devorando a su hijo de Goya son sólo unos ejemplos. Tampoco es desdeñable el desconocimiento de la historia sagrada, por lo que aviados vamos si queremos analizar el tema de cualquier cuadro o escultura de siglos pasados.

Una expresión que ha estado presente estos días en personas que conozco y quiero es «la vida pende de un hilo». La verdad es que el origen de esta frase es todo menos bonito. Que tres hermanas hilanderas (las Moiras griegas o las Parcas romanas) dediquen su tiempo a decidir la vida y la muerte, controlando el destino, el fatum, de los humanos e incluso de los dioses, no es algo precisamente agradable ni la leyenda que más me guste. Pues sí, mientras una se dedicaba a hilar el hilo en la rueca, otra decidía la longitud de ese hilo y la última lo cortaba. Trabajo en grupo, perfectamente organizado y estructurado. Además, la felicidad o la desgracia dependían del color del hilo, que marcaba los buenos o malos momentos. Todos tenemos un hilo multicolor, pero hay personas en las que predomina el color claro, la alegría, los buenos momentos, y en otras personas es el color oscuro, tirando a negro, el que predomina. Yo no me puedo quejar.

Mirar a un lado o a otro al cruzar una calle, elegir un camino al azar cuando caminamos, masticar bien o mal, caer de una forma o de otra, hacer un esfuerzo de más o de menos… Son muchos los momentos, las situaciones, las decisiones que tomamos consciente o inconscientemente y que pueden cambiar el rumbo que seguimos. Eso es lo que hace que la vida sea apasionante y, a la vez, con un punto de inseguridad e intranquilidad que está siempre presente. Menos mal que esto sólo lo pensamos muy de vez en cuando, porque si no el desasosiego y la angustia nos impediría respirar. Por eso es importante pararnos, mirar alrededor y contemplar las maravillas que nos rodean, sortear lo mejor posible las dificultades, pensar que somos capaces de vencerlas y que nos hacen más fuertes.

La vida pende de un hilo, es verdad, pero nosotros también podemos intentar que ese hilo se haga más grueso y más largo. Tenemos que poner de nuestra parte. Quizás no podamos hacer frente a imponderables, sobre todo a esos que la naturaleza nos depara de vez en cuando o a los que están escondidos en lugares recónditos de nosotros mismos o a la vuelta de la esquina, pero no podemos estar toda la vida pendientes de pandemias o accidentes. Supongo que esto lo puede decir alguien que vive en un lugar privilegiado de la Tierra porque seguramente alguien que ahora viva en Ucrania, en Burundi, en Somalia o en la República Democrática del Congo pensará de manera muy diferente.

Hace aproximadamente diez días dos personas muy cercanas afrontaron situaciones dramáticas que, por suerte, ya han superado. He esperado este tiempo hasta estar seguro de que sus vidas han vuelto casi a la normalidad, aunque también estoy seguro de que nunca podrán olvidar por lo que han pasado. Por eso las animo a que, a partir de ahora afronten la vida con alegría, con optimismo, aprovechando intensamente cada momento, como todos tendríamos que hacer. Mientras tanto las Moiras seguirán tejiendo la rueca, pintando nuestro hilo de colores y alargando o acortando el tamaño del mismo hasta que Átropos decida cortarlo. Mientras tanto, a vivir, que son dos días y que la diosa Fortuna nos acompañe.

Yo quiero…

Yo quiero, yo quisiera…

Estar cerca de los perdedores, de aquellos a los que siempre les sale cruz.

Estar lejos de los que prometen, sabiendo que no podrán cumplir lo prometido.

Estar cerca de los que silenciosamente luchan cada día sin hacer alarde de ello.

Estar lejos de los que disfrutan ostentando aquello que tienen, sobre todo delante de los que tienen muy poco o no tienen nada.

Estar cerca de los que se muestran desnudos, tal y como son, de mirada limpia y palabras claras.

Estar lejos de los que se envuelven en banderas y se dan golpes de pecho, una vez por semana.

Estar cerca de los que ayudan a ser mejores a los demás y, al mismo tiempo, se ayudan a sí mismos.

Estar lejos de los que se disfrazan de corderos entre los corderos y de lobos entre los lobos.

Estar cerca de los que se atreven a buscar lo imposible hasta el final.

Estar lejos de los que abandonan sin luchar.

Estar cerca de los que son amenazados por negros nubarrones, pero a los que nunca les llega el agua que purifica y limpia y hace nacer la esperanza.

Estar lejos de los que alardean de lo que no tienen, queriendo engañar a los demás y a ellos mismos.

Estar cerca de los que son heridos por la crueldad del destino.

Estar lejos de los que abandonan a los suyos por cobardía o por falta de escrúpulos.

Estar cerca de los valientes, para que me sirvan de ejemplo.

Estar lejos de los cobardes, para que no me contaminen.

Estar cerca de los que nacen donde no tendría que nacer nadie y de los que mueren sin merecerlo, sin saber qué es la vida.

Estar lejos de los que miran y no contemplan la luna.

Estar cerca de los que lloran sin motivo.

Estar lejos de los soberbios, de los ingratos, de los farsantes, de los que abusan de su poder o de su fuerza, de los que actúan con crueldad con los débiles y agachan la cabeza con los fuertes y poderosos.

Estar cerca de los que aman, aunque no sean correspondidos, de los que sufren, para aliviar su dolor, de los tolerantes, de los inocentes, de los sabios.

Estar lejos de tu ausencia.

Estar cerca de ti.

Las (otras) guerras actuales en el mundo

Todos los focos están apuntando en este momento a la guerra de Ucrania, aunque, según Putin, Rusia no está en guerra ni ha declarado guerra alguna, ni está invadiendo Ucrania. Putin describe la intervención en Ucrania como una «operación militar especial» que tiene como objetivo «desmilitarizar» y «desnazificar» a Ucrania, así como garantizar la seguridad rusa frente a la ampliación de la OTAN. Mientras tanto, dos millones setecientos mil ucranianos, a día de hoy y subiendo la cifra, han huido del país refugiándose en Polonia, Rumanía o Moldavia, entre otras naciones. La solidaridad europea acogiendo, sobre todo, a mujeres, niños y personas mayores, es loable, aunque en otras ocasiones no lo ha sido tanto, como veremos.

Como suele ocurrir en estos casos estamos aprendiendo la geografía y la historia de un país asolado por la guerra. Aparte de su capital, Kiev, de Chernóbil por el desastre nuclear o de Odesa, la mayor parte apenas habíamos oído hablar de Járkov, de Jerson o de Mariúpol. Después de haber asistido a las explicaciones detalladas en la televisiones de los ataques rusos y de la valiente y esforzada defensa de los ucranianos, somos capaces de ubicar casi sin esfuerzo ni titubeos la situación de esas ciudades y de otras como Leópolis, Dónetsk, Jersón o Zaporiyia. El nacimiento de Ucrania, las causas de la guerra, la anexión de Crimea a Rusia o los intentos de independencia del Donbás salen continuamente en los medios de comunicación, apoyados por los análisis de militares, politólogos, historiadores, economistas y esos tertulianos que son capaces de opinar sobre pandemias, volcanes, guerras o cualquier tema que se ponga a tiro.

La guerra de Ucrania se libra, además de en los frentes de batalla y en las ciudades que son asoladas de manera inmisericorde, en los frentes de la propaganda, de la economía y de la política. Aunque hay decenas de periodistas informando sobre el terreno, la visión sesgada es inevitable. Los buenos siempre están de nuestro lado y los malos siempre están enfrente. Las televisiones muestran las penurias de la gente sin agua, sin comida, los muertos en las calles, los edificios destrozados, los bombardeos, los tanques. En Rusia, Putin es un héroe que quiere reponer la dignidad y el peso específico perdidos con la desmembración de la URSS y conseguir que la OTAN se mantenga lejos de sus fronteras; en Europa y en la mayor parte de las democracias occidentales el héroe es Zelensky, el presidente de Ucrania, que con sus mensajes, sus vídeos desde las calles de Kiev y su apelación a la ayuda de occidente pretende mantener la moral de sus conciudadanos, a pesar del enorme desequilibrio de fuerzas. En medio, miles de muertos, millones de desplazados, ciudades devastadas. Se pretende aislar a Rusia imponiendo sanciones económicas y prohibiendo que sus oligarcas, de los que se dice que son los que mantienen a Putin en el poder, puedan beneficiarse de las libertades de las que disponen a lo largo y ancho del mundo. El deporte y la cultura también se están viendo afectados por esta guerra. Cientos de empresas han salido de Rusia y los paquetes con las sanciones se van ampliando casi diariamente. Seguramente en Rusia irán sintiendo cada vez más el peso de estas medidas, que también nos afectan a nosotros; la subida de los carburantes, de la electricidad o el desabastecimiento de varios productos son algunas de esas consecuencias, que viendo lo que les ocurre a los ucranianos no parecen gran cosa.

Cuando en los años 90 en Europa —también en Europa, vaya por Dios— se desarrolló la guerra de los Balcanes, donde las atrocidades sobre la población fueron quizás mucho peores que las que ahora se están produciendo, no se produjo un movimiento solidario tan grande como el que ahora estamos viendo. Después de la desmembración de la URSS, las ansias de independencia en las antiguas repúblicas yugoslavas provocaron que primero se independizara Eslovenia sin apenas conflicto, pero después comenzó la auténtica guerra entre Serbia y Croacia y más tarde Bosnia. La complejidad de los conflictos, étnicos, religiosos y territoriales, devino en matanzas como la de Srebenica, las violaciones masivas de mujeres, los asedios de Vukovar, Sarajevo o Mostar, el bombardeo sobre Dubrovnik. Nosotros veíamos la guerra desde nuestros sillones, pero como aquello estaba lejos, apenas echábamos cuenta. Hoy, cuando viajamos a Serbia o a Croacia, nos enseñan algunos ejemplos de lo que fue esa guerra: los tejados destrozados de Dubrovnik, los agujeros de balas en casas y en algún museo…, así que no sería extraño que dentro de unos años el morbo nos lleve a viajar a Ucrania, un país que nos mostrará los destrozos que provocó esta guerra-invasión-desmilitarización-desnazificación-operaciónmilitarespecial y nos conmoveremos y lamentaremos sobre lo que allí ocurrió y pudimos contemplar, también, en nuestros televisores.

Lo que ocurre es que esta sealoqueseaosellame no nos deja ver o nos ha hecho olvidar o dejar a un lado las otras guerras que, sí, también, por desgracia, están asolando otras zonas del mundo, que están empobreciendo naciones, provocando miles de muertos, millones de refugiados y desplazados y que no me resisto a enumerar:

  • Guerra civil yemení, que comenzó en 2015 con la intervención de Arabia Saudí. Más de 60.000 víctimas.
  • Intervención militar en Tigray. Conflicto entre Etiopía y Sudán. Más de 40.000 víctimas.
  • Conflicto entre Israel y Palestina, que parece no tener fin.
  • Frentes yihadistas en Mali, zonas del Sahel, Níger, Burkina Fasso, Mozambique o el Congo

Y tampoco podemos olvidarnos de Birmania y la persecución contra los Rohinya, el conflicto de Panshir en Afganistán, la guerra civil siria, con más de medio millón de víctimas… Según muchas fuentes, en la actualidad hay 65 conflictos en todo el mundo. Miles de muertos, millones de desplazados, economías devastadas. A todo ello hay que sumar la guerra que la humanidad está librando contra el planeta, agotando sus recursos y destrozando la naturaleza. Supongo que lo llevaremos en nuestros genes, que desde que somos humanos nuestro destino es destruir, acabar con todo aquello que nos estorba en nuestros planes, sean estos el enriquecernos, alcanzar el poder, ampliar las fronteras, imponer nuestra religión o nuestra cultura, acabar con el diferente porque lo sentimos como una amenaza. Cada vez me cuesta más trabajo creer que el hombre es bueno por naturaleza, porque tampoco hay que olvidar que nuestra solidaridad se dirige, sobre todo, a aquellos que se parecen mucho a nosotros, aquellos que son «blancos y de ojos azules», como ha dicho alguien, que no vienen en pateras, como si los «otros» no sufrieran tanto o más que los ucranianos. «No a la guerra en cualquier parte del mundo» y «sí a la solidaridad con cualquiera persona que sufra y venga de donde venga».

Bendita sea tu pureza

Mi madre termina de refregarme bien. Estoy sentado en el barreño de latón, el agua todavía templada. Mi abuela llega con más agua caliente, que me echa poco a poco por encima, para quitarme el jabón que aún me queda, sobre todo en la cabeza. Me pican los ojos y protesto, y me quejo aún más cuando me limpian las orejas, que me duelen de tanto hurgar en ellas. No me explico esa manía por tener brillantes las orejas. Tiemblo un poco y mamá me seca muy bien, no vaya a resfriarme. Tengo cuatro o cinco años, más o menos. Ella está en la banqueta del cuarto de baño y me sienta sobre sus rodillas. Más refregones sobre mi delicada piel de niño, roja ya como un pimiento. Me vuelvo a quejar, pero como si nada.

Ahora empieza el ritual, mi madre recitando la oración que ya me sé de memoria y que yo repito con ella.

Bendita sea tu pureza, empieza a ponerme la camiseta blanca de algodón, calentita porque mi abuela la ha tenido cerca de la bilbaína, la cocina de leña y carbón que todavía se utiliza en casa; quedan un par de años para que se cambie por una de butano y la leñera se convierta en una alacena.

Y eternamente lo sea, meto el brazo izquierdo, el que siempre me cuesta más, todavía no controlo bien ese movimiento, levantar el brazo por encima de la cabeza y empujar para que la manga se introduzca del todo.

Pues todo un Dios se recrea, ahora el brazo derecho me cuesta menos. Va a ser que seré diestro, menos mal, porque los zurdos lo pasan mal en la escuela, según dicen madre y abuela.

En tan graciosa belleza, me baja bien la camiseta, y me da un beso en la cara. Mi madre es siempre muy cariñosa conmigo y yo también le devuelvo el beso. En casa somos muy de besos, cuando salimos o entramos de la calle, cuando nos levantamos o acostamos. Estamos todo el día dándonos besos.

A ti, celestial princesa, ahora me pone los calzoncillos, también blancos de algodón y calentitos y me remete bien la camiseta por dentro.

Virgen, sagrada María, la camisa de los domingos, hoy es domingo y por eso me han bañado, sólo me lavan todo el cuerpo, en el barreño de latón, los domingos, el resto de los días la cara, las manos, las rodillas y las orejas, siempre las orejas, relucientes como patenas. Y vuelve la dificultad con el brazo izquierdo, sobre todo porque tengo que coger el extremo de la manga de la camiseta con la mano, para que no se me suba cuando me meta el brazo en la manga de la camisa. A mi se me escapa muchas veces y me da mucha rabia, porque es muy molesto.

Yo te ofrezco en este día, el brazo derecho, muy bien, José Manuel, dice mi madre.

Alma, vida y corazón, empieza a abotonarme la camisa desde arriba, con cuidado, para no saltarse ningún ojal. Yo todavía no sé abotonarme bien, ese movimiento es muy difícil, introducir un pequeño botón en un agujero más pequeño. Son ganas de complicar las cosas.

Mírame con compasión, me pone el pantalón corto, de pequeños siempre nos ponían pantalón corto, verano e invierno, hasta que no se hacía la primera comunión no nos ponían pantalón largo, pero sólo en contadas ocasiones y sólo en invierno.

No me dejes, madre mía. Termina de vestirme con el jersey de los domingos, me peina y echa colonia. Me abraza y me da dos besos, esta es la parte que más me gusta, rodearle el cuello con los brazos y darle muchos besos, mamá huele muy bien, a Heno de Pravia, y también canta muy bien, siempre está cantando y yo aprendo muchas de sus canciones. Ya estoy listo para el paseo de los domingos con mis padres y mi hermano pequeño, que lavarán un poco más tarde porque todavía estará dormido en la cuna. Seguramente iremos al parque de Santa Margarita o al centro, a los jardines de Méndez Núñez y nos montaremos en el trolebús, en la parte de arriba, que es la que más me gusta.

Y ahora me toca a mí, noventa años después.

Mi madre hace algunos meses que ha perdido movilidad. Le cuesta andar, lo hace muy despacio y con andador o buscando apoyos en los muebles y en las paredes, y también le cuesta asearse o vestirse sola, llevarse el tenedor o la cuchara a la boca. Pero sigue teniendo buen humor, siempre canturreando o silbando bajito, con la sonrisa perenne en la boca, mirando con sus ojillos miopes, siempre brillantes de alegría  aunque, qué pena, a veces se apagan y miran hacia no se sabe dónde, hacia el interior, hacia un pasado que se olvida y se escapa ya con demasiada frecuencia, nombres, lugares, fechas que ya no recuerda. Pero hoy está contenta y más ágil y despierta que los días anteriores.

Hoy es domingo y hoy me toca a mí comenzar el ritual por la mañana, después del desayuno y el aseo. La siento en su cama, le quito la bata y la parte superior del pijama con mucho trabajo, porque ya le cuesta subir los brazos y moverlos de manera coordinada.

Bendita sea tu pureza, le dejo la camiseta puesta, una camiseta que está limpia porque se duchó ayer y todavía huele a la colonia Álvarez Gómez que le gusta tanto.

Y eternamente lo sea, dice ella, que no ha olvidado la oración, se acuerda todavía de muchas cosas, menos mal. Le pongo un jersey de cuello alto, azul, que le gusta mucho porque le abriga el cuello, ella es muy friolera, lo ha sido siempre y a medida que cumple años, aún más. Venir de Andalucía a Galicia tiene esas cosas, además, las personas mayores siempre tienen frío. Yo no soy demasiado mayor, pero ya voy notando que necesito más ropa de abrigo.

Pues todo un Dios se recrea, recitamos la oración los dos juntos a partir de ahora, como hacíamos muchas veces cuando yo era pequeño. Le quito el pañal de la noche, que apenas está húmedo, pues se ha levantado un par de veces al cuarto de baño. Ya no tiene el pudor de los primeros días y se deja hacer sin resistencia, intentando ayudarme con sus pocas fuerzas.

En tan graciosa belleza, ella sigue recitando sin equivocarse, le pongo un nuevo pañal con dificultad, es complicado que meta las dos piernas, unas piernas que siempre han sido muy bonitas, y lo siguen siendo, a pesar de la edad, cumplió noventa y cuatro años el octubre pasado. Se ríe porque le hago cosquillas. Y aunque no le haga cosquillas, también se ríe, es una bendición.

A ti, celestial princesa, el pantalón que le compré hace unos días tiene su complicación. Ella está sentada y al ponerla de pie para ajustárselo, apenas es capaz de sostenerse y agarrarse a mí y así es muy difícil maniobrar.

Virgen, sagrada María, seguimos luchando con el pantalón que, finalmente, soy capaz de ponerle.

Yo te ofrezco en este día, lo que queda es más fácil, una chaqueta de punto, blanca con dibujos, que intenta abotonar ella sola, pero tengo que ayudarla. El dedo índice de su mano derecha está deformado por la artrosis y le impide realizar movimientos finos y complicados.

Alma, vida y corazón, le pongo la bata, una bata marrón que es la que más le gusta. Las personas mayores son muy maniáticas con la ropa, les suele gustar ponerse siempre lo mismo y es complicado convencerlas de que cambien algunas prendas.

Mírame con compasión le ayudo a calzarse las zapatillas y se pone de pie con mi ayuda.

No me dejes, madre mía decimos los dos juntos y ella me mira, sonriente y me da las gracias. Se acerca al andador, con pasitos cortos, vacilantes, pero no quiere mi ayuda. Yo me quedo detrás, recogiendo la ropa del suelo para poner una lavadora y tirar el pañal sucio a la basura. La miro alejarse por el pasillo adelante, muy despacio, camino del salón, cantando como siempre. Y yo repito muy bajito y con un pequeño nudo en la garganta, no me dejes, madre mía, no me dejes todavía.