Ocio y negocio

Me ha costado trabajo, demasiado diría yo, ponerme delante de la pantalla y del teclado del ordenador. Más de un mes sin escribir y sólo dos o tres entradas en el blog durante el verano. Pero para eso están las vacaciones… Aunque ahora que me doy cuenta, yo ya no tengo vacaciones, sino que vivo dentro de las vacaciones, como en una maravillosa burbuja que me permite estirar el tiempo o comprimirlo a mi gusto. Cuando escucho a otras personas o en los medios de comunicación hablar sobre el puente del Pilar o de la Constitución, sobre las Navidades o la Semana Santa, de los millones de desplazamientos, de los aeropuertos y las estaciones de tren repletas (salvando el paréntesis de la pandemia, claro), respiro aliviado y recuerdo la ilusión y la alegría de los primeros días de descanso y la tristeza y la ansiedad de la incorporación al trabajo, la revisión del calendario para averiguar cuándo sería el próximo puente, las horas que faltaban para llegar al viernes por la noche y la angustia de las tardes de domingo pensando en el lunes. Claro que tenía otra edad y podía soportar mucho mejor el estrés y el agobio de trabajar fuera de casa, estudiar, preparar oposiciones, cuidar de los hijos y todo lo que conlleva tener una familia. Visto en la distancia, no sé cómo podía estirar y aprovechar tanto el tiempo.

Lo reconozco, prefiero el ocio al negocio. Ya lo decían los filósofos griegos y muchos otros que los siguieron: el fin del hombre es ser feliz y la base de la felicidad está en la capacidad para emplear debidamente el ocio. Lo malo es que la sociedad y la educación sólo te preparan para el neg-ocio, para el no-ocio, para el trabajo. Lo importante en la educación formal, es decir, en la escuela, en los institutos y en la universidad, y en la educación informal, o sea, la familia y la sociedad en general, es hacer neg-ocio, produciendo, vendiendo, comprando, negando el ocio. Y ahí está la gran contradicción, lo que quiere hacernos creer desde que tenemos uso de razón y expresó tan bien José Agustín Goytisolo y cantó Paco Ibáñez: “Me lo decía mi abuelito,/ me lo decía mi papá,/ me lo dijeron muchas veces/ y lo olvidaba muchas más./ Trabaja, niño, no te pienses/ que sin dinero vivirás./ Junta el esfuerzo y el ahorro,/ ábrete paso, ya verás/ cómo la vida te depara buenos momentos…”. Estamos instalados en la cultura del trabajo, donde se vive para trabajar, lo que significa que si no se trabaja produciendo se pierde el tiempo. Es decir, lo importante es el trabajo y el ocio es sólo un medio para reponer fuerzas y poder seguir trabajando. Leer un libro, pasear, escuchar música, jugar, hacer deporte, tocar la guitarra, charlar con los amigos, escribir por placer, no se hace como algo que tiene valor en sí mismo, sino como un medio para poder trabajar más y más.

Y en eso estamos educados y vivimos felices. Tener un buen trabajo, ganar mucho dinero, comprar casa, coche, viajar, buena ropa, consumir y consumir. “¡Es la economía, estúpido!”, célebre frase de un asesor de campaña de Bill Clinton. Y efectivamente, estamos instalados, queramos o no, en la rueda de la economía: estudiar para trabajar, trabajar para consumir, consumir más para trabajar más y así hasta que nos muramos, con pequeños intervalos para vacaciones, puentes y, al final, la jubilación, cuando las fuerzas y las ganas están en franco retroceso. Por eso jugamos a la primitiva y al euromillones, y soñamos con que nos toque el gordo de Navidad, aunque este último no da para vivir de las rentas. Vivir de las rentas, eso sí que es un buen negocio, o mejor dicho, el mejor ocio. La vida, hay que reconocerlo, es mucho más feliz si no tenemos que pelearnos con nuestro jefe o con nuestros empleados, si no tenemos la obligación de levantarnos todos los días a las siete de la mañana para llegar a la oficina, al tajo o a dar clase, como hice durante cuarenta años. Porque no me tocó la lotería, si no de qué.

Arbeit macht frei, el trabajo os hará libres. Ese letrero infame, colocado a la entrada del campo de exterminio de Auschwitz, era de un cinismo y de una crueldad inimaginables. Sin llegar a tanto, ni mucho menos, sigo pensando que esa frase sobre la libertad que da el trabajo fue inventada por un torturador de mentes y de cuerpos, un Torquemada de tomo y lomo. Lo que nos hace libres realmente es no tener que depender de nada para vivir. Ojalá fuéramos como esas aves del evangelio, que no siembran, ni siegan, ni recogen en granero, pero el padre celestial las alimenta.

El ocio, para los griegos, era un fin en sí mismo, el objetivo de una vida feliz, algo por lo que merece la pena luchar y lo que la humanidad debe alcanzar. Aristóteles ya apuntó la idea de que las máquinas hicieran el trabajo y que el hombre se dé al ocio. Avanzado que era el filósofo; lo malo es que en aquella época todavía no se habían inventado los robots, por lo que propuso que unos hombres se dedicaran a trabajar y otros se dedicaran al ocio. O sea, defendía la esclavitud para que los ciudadanos libres pudieran permanecer ociosos. Eso es algo que todavía pervive, dos mil quinientos años después: hoy muchos trabajan para que unos pocos disfruten del ocio. Aristóteles, visto desde nuestra perspectiva, no es políticamente correcto, pero hay que reconocer que dio en el clavo en muchas cosas y ayudó a pensar y a plantearse preguntas. A ver si los políticos toman nota.

¿Os he convencido? ¿Estáis de acuerdo en todo lo que he dicho sobre el ocio y el negocio? Me quedan muchas cosas en el tintero y podría seguir escribiendo sobre ello, sobre las diferentes visiones que romanos, católicos, protestantes y utópicos tenían sobre el ocio y el trabajo, sobre las bondades del ocio y la esclavitud del trabajo, pero…

¡TODO LO QUE HE DICHO ES MENTIRA!

MENTIRA

MENTIRA Y MENTIRA

Porque en estos momentos lo único que quiero y deseo es que mi hija Carmen, que se examina la próxima semana del último ejercicio de las oposiciones, las apruebe y trabaje, trabaje y trabaje. Y que mi hijo Santiago siga trabajando, trabajando y trabajando. Y que los millones de parados que hay en España, consigan trabajos dignos y bien pagados. Entre otras cosas porque si no, a ver quién me va a pagar la pensión. Pero me gusta crear el caos y entrar en contradicción conmigo mismo y discutir, que para eso está el ocio para, entre otras cosas, dedicarse a la discusión, que es una manera muy fácil y divertida de pasar el rato.

Termino. Muy pocos ciudadanos nacidos a partir de los años 80 conocen a Josep Tarradellas, que dijo una frase que ha quedado para la posteridad. Seguro que dijo muchas más, pero esta se lleva la palma: Ja sóc aquí, ya estoy aquí, traducido para los que no hablan catalán en la intimidad. Sí, amenazo con seguir escribiendo para esos poquitos que leen lo que se me ocurre. A ver si también continúo con la historia de mi familia, que la tengo muy abandonada.

El arte de no hacer nada