La suerte ¿en tus manos?

Decía Bernardo de Chartres que somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos, no por la agudeza de nuestra vista ni por la altura de nuestro cuerpo, sino porque somos levantados por su gran altura.

La suerte ¿en tus manos?

Hay que reconocerlo: gran parte de lo que somos, de lo que hemos logrado llegar a ser, de lo que seremos en el futuro, se lo debemos a la suerte, buena o mala, al azar. No me digáis que todo ha sido fruto del esfuerzo, del trabajo, de la lucha continua, del sudor de nuestra frente. Tanto los que han triunfado como los que han fracasado deben en buena parte su fortuna o su pobreza, su miseria o su desgracia, a la casualidad. No es que crea en el fatum (el hado) de los clásicos, en el destino, en la providencia, en que nuestra vida está determinada y que hagamos lo que hagamos, todo está escrito y no podemos cambiarlo. Sería demasiado fácil y cómodo para nosotros, lo usaríamos como una excusa para justificarnos, sobre todo cuando las circunstancias nos son adversas. Pero el azar, el estar en el sitio justo en el momento exacto, la casualidad, lo queramos o no, ha influido en nuestra situación actual.

Fijaos: por mucho que ha avanzado la ciencia, todavía no se sabe con absoluta certeza cómo surgió la vida en la Tierra, aunque las últimas teorías presuponen que pudo provenir de ingredientes de meteoritos que chocaron contra su superficie y que reaccionaron con azúcares, aminoácidos y otras sustancias que ya estaban presentes en los albores de nuestro planeta. Es decir, la vida en sí es una pura casualidad, ya que tuvieron que darse una enorme cantidad de circunstancias para que se formara la primera célula viva. Y de ahí, después de miles de millones de años y otras muchas casualidades, nació el primer hombre, hace unos pocos cientos de miles de años. Que la evolución haya conseguido que seamos como somos en la actualidad es también puro azar.

Pero hay más: el simple hecho de haber nacido con unas características físicas y psicológicas concretas, en una familia, en un lugar y en un momento dados, haber contraído o no una enfermedad, sufrir un accidente, la educación recibida, el haber coincidido con determinadas personas, nuestros amigos y nuestros enemigos…, han supuesto tal cúmulo de coincidencias que no dependen de nosotros, que asusta pensar el enorme número de vidas diferentes que podríamos haber vivido si alguna de las decisiones tomadas o cualquier otra circunstancia hubieran variado un poco.

Eso no significa que debamos resignarnos. Porque, por otro lado, hay muchas situaciones que sí podemos controlar, aunque no sea totalmente. Creo en la fuerza de voluntad que lucha, a veces denodadamente, contra entornos muy adversos y que, también en muchas ocasiones, sale victoriosa. Creo en la educación, en el esfuerzo, en la valentía o en el sacrificio que, dentro de unos límites, pueden torcerle el brazo a la adversidad. Pero hay que ser humildes y sinceros, porque nuestro poder no puede ir más allá de pequeños cambios dentro de un camino o de una dirección ya marcada.

Algunos podrían decirme: ¿es que los ejemplos de Gandhi, Mandela o Stephen Hawking, entre otros muchos, no contradicen tus afirmaciones? ¿Es que sus vidas y sus actos no reflejan el poder del hombre sobre su destino o sobre el destino de los demás? Y yo les digo que no, que ellos lo único que han hecho ha sido aprovechar sus potencialidades y ponerlas al servicio de alguna idea porque la inteligencia o la voluntad forman parte de un mismo magma, de una sustancia profunda sobre la que no podemos influir, pero que nos conforma y sobre la que estamos instalados. Esa sustancia es como la madre primigenia, el conjunto de creencias, culturas, conocimientos, saberes que se han ido acumulando a lo largo de la historia y que, lo queramos o no, nos impiden ser y actuar de manera diferente a como lo hacemos.

Como siempre me ha interesado este tema, haré referencia a él en numerosas ocasiones en este blog. Y para comenzar, un cuento no muy conocido de Hans Christian Andersen: La suerte puede estar en un palito, en el que se puede encontrar un claro ejemplo de que la suerte, nuestra suerte, puede estar escondida justo a nuestro lado. Si es buena o mala, puede depender, o no, de nosotros mismos.