La política y los políticos

«Puedo escribir los versos más tristes esta noche» (Pablo Neruda). «Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario» (Amanece que no es poco, película de José Luis Cuerda).

Algunos se preguntarán qué tienen que ver Los veinte poemas de amor y una canción desesperada con el humor absurdo y surrealista de la película rodada en un pueblo de Albacete y con la que disfruto cada vez que la veo. La verdad es que confieso que no lo sé, pero se me ha ocurrido unirlas para hablar de lo que sucede en la actualidad y lo que pasó hace ya 43 años.

El 23 de febrero de 1981 hacía cinco meses que yo vivía en Sevilla -mejor dicho, entre Sevilla y Dos Hermanas, en Montequinto-, tenía 25 años, vivía solo y faltaban poco más de cinco meses para que Carmen y yo uniéramos nuestros destinos (algo de poesía, que no se diga, Neruda). Yo había llegado hacía poco del colegio, porque entonces había jornada partida, me estaba duchando y aprovechaba para escuchar en el transistor la votación para la investidura como Presidente del Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo. Cuando estaba a punto de salir de la bañera, empecé a escuchar los gritos y los disparos. No me resbalé del susto de auténtico milagro. Secarme, vestirme y seguir escuchando las noticias fue lo siguiente que hice. Me senté en el salón, puse la televisión y ya no hice nada más en todo lo que restaba de tarde y noche. Ni siquiera me acuerdo si llegué a cenar. Toda la noche en blanco, esperando con angustia y deseando que todo terminara felizmente, como así ocurrió al día siguiente. Seguro que todos los que vivieron aquello recuerdan con nitidez esas horas y cada 23F vuelvo a recordarlo.

Regresando al presente confesaré algo: estoy cada vez más desilusionado con los políticos y los partidos de nuestro país. Siempre me ha gustado la política porque creo que es imprescindible para el buen funcionamiento de un estado. Aunque nunca he sido militante de ningún partido, confieso que desde que puedo votar, y lo hice por vez primera en 1977, las primeras elecciones libres desde 1936 y las primeras elecciones libres después de la muerte de Franco, siempre lo he hecho a partidos de izquierda. Esa primera vez voté al Partido Socialista Popular de Enrique Tierno Galván (ya no quedan políticos de su talla ni de su preparación). Recuerdo la emoción de ese gesto de elegir la papeleta, introducirla en el sobre, esperar a que me llegara el turno en la fila y votar. Después no he faltado a ninguna cita electoral. Pero confieso que cada vez tengo más dudas y menos ganas.

Lo que ha ocurrido en España en los últimos años se ha producido de manera vertiginosa: crisis económica de 2008, reforma laboral de 2010 de Rodríguez Zapatero, el movimiento 15M de 2011 y la Acampada de Sol, las Asambleas Populares que trajeron un soplo de aire fresco a la política española, el nacimiento de las Mareas y de Podemos, la corrupción del PP y los numerosos casos juzgados y los que todavía están a la espera de juicio, la moción de censura contra Rajoy en 2018, la crisis del PP de Casado y la llegada desde Galicia de Feijóo, la Presidencia del Gobierno de Pedro Sánchez, la pérdida de poder del PSOE en Andalucía y otras comunidades… Sé que hay muchos más acontecimientos, pero tampoco quiero extenderme demasiado.

Lo que sí quiero reflejar es el cansancio y la desilusión que se está instalando en mi percepción y en mis opiniones sobre los políticos. ¿Es que nuestros partidos no tienen mecanismos para conocer los casos de corrupción que hay dentro de ellos? ¿Es que los partidos políticos no saber hacer autocrítica? ¿Es que ningún político sabe o quiere dimitir y/o reconocer sus errores y sus fracasos? ¿Es que los políticos piensan realmente en los ciudadanos o se piensan que somos tontos? Podría seguir haciéndome preguntas de este tipo hasta mañana.

Ni el PP ni el PSOE ni tampoco Podemos, Sumar, Junts…, pueden dar lecciones de  coherencia, de transparencia, de generosidad. El cesarismo se ha instalado en las cúpulas de los partidos y el que se mueva en la foto ya sabe lo que le va a ocurrir. Echo de menos las corrientes críticas, las voces discordantes (García Page, es una excepción), las lógicas discrepancias, tan necesarias en los partidos para evitar su anquilosamiento. Pero observo que eso ya no existe. El último caso, el de Koldo García Izaguirre, parece un esperpento que si viviera Valle-Inclán podría ponerse las botas. No sé qué estudios o qué preparación tendrá Koldo García, pero en su currículum figuran varias detenciones y condenas por violencia, ser portero de un club nocturno, vigilante jurado, escolta, chófer, asesor y escolta de José Luis Abalos hasta hace un par de días . Eso le permitió, entre otras cosas, ser consejero de Renfe Mercancías, además de tener múltiples contactos con empresarios y, según parece, enriquecerse con la venta de mascarillas (creo que es un experto en billetes de 500 euros). Su mujer, además, fue nombrada secretaria en el Ministerio de Transportes. A pesar de las denuncias de miembros de su propio partido, José Luis Ábalos, que no sé qué hace todavía en el Congreso o cómo no ha sido fulminantemente dado de baja en el PSOE, nunca hizo nada y lo mantuvo a su lado. Lo de ver la paja en el ojo ajeno, ya se sabe. ¡Qué decepción! Estoy ya harto del «y tú más».

Voy terminando: la política es necesaria, los políticos son contingentes y, muchas veces, innecesarios, prescindibles totalmente. Los partidos se han convertido en agencias de colocación en ayuntamientos, diputaciones, empresas públicas y privadas, etc., por eso apenas hay ya crítica (¿Qué hay de los mío? es la pregunta que más se escucha en las sedes de esos partidos).

Para terminar, eso sí que es necesario hacerlo, vaya mi recuerdo a las víctimas de la tragedia de Valencia, a las víctimas de Gaza, a las víctimas de la guerra en Ucrania y de otras guerras menos conocidas en lugares recónditos, a los millones de víctimas del hambre, de la codicia, de la violencia machista, de la explotación. Llevamos unos siglos en los que nunca ha sido tan real la locución latina Homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre (y para la mujer, más, añadiría yo).

Y un 23 de febrero de 1837, casi se me olvida,  nació en Santiago de Compostela Rosalía de Castro, a la que dedicaré alguna entrada y muchas más líneas.

No me hagáis demasiado caso. O sí.

Reconozco que no estoy en mi mejor momento físico y, por ende, mental, así que es mejor que no me hagáis demasiado caso y no echéis mucha cuenta sobre lo que voy a escribir. Además, es domingo, los domingos son para descansar y no sé qué hago escribiendo estas líneas. Supongo que le ocurrirá a todo el mundo, que cuando tiene un problema de salud, automáticamente se traslada a la cabeza, a las emociones, a las ideas. Viene esto a cuento porque desde hace unos días tengo un herpes zoster en mano y brazo derechos y que se extiende un poco al pecho. Dolor, malestar general y una medicación que lo deja a uno adormecido y con problemas intestinales. Dicen que eso puede durar de dos semanas a varios meses y como sólo llevo unos diez o doce días y esto no tiene visos de finalizar a corto plazo, me temo que van a dar las uvas y voy a tener que brindar con zumo. Lo malo, o mejor dicho, lo bueno, es que no estoy acostumbrado a estar enfermo, por lo que no me adapto bien a esta situación y mi humor, según la gente más cercana, léase mi mujer, se ha agriado. Será eso o será, también, la situación política de este país.

Vaya por delante, para que nadie se llame a engaño, que soy republicano de izquierdas, lo que parece que no se lleva demasiado en estos tiempos. Visto lo que ocurrió en la jura de bandera y en el posterior cumpleaños de la princesa Leonor, en este país se ha desatado la Leonormanía. Y yo que pensaba que la monarquía estaba de capa caída después de lo ocurrido con el rey Juan Carlos, que me frotaba las manos oteando la caída del rey Felipe VI y la llegada de la Tercera República, resulta que, igual que antes la gente no era monárquica sino juancarlista, que ahora sobrellevamos de aquella manera al actual rey y a la reina Letizia, vamos a tener monarquía y reina Leonor I para rato. Qué se le va a hacer, habrá que esperar algún tiempo más y no sé yo si estos ojos que se van a comer los gusanos podrán llegar a verlo. Y de cantar el himno de Riego, mejor ni hablamos.

El caso es que, enlazando con el párrafo anterior, las negociaciones de Pedro Sánchez con los independentistas catalanes no me ayudan en la recuperación. Esto es un sinvivir, entre pastillas de Opiren para proteger las paredes del estómago, las pastillas de Valtrex y de Zaldiar antivirales y para el dolor respectivamente, vitamina B, probióticos, crema Fucidine, además de Enalapril para la tensión y atorvastatina para el colesterol, mi estómago y mi tracto intestinal están protestando amarga y sonoramente. Y claro, comprobar que Sánchez no es capaz de mandar a tomar viento a Puigdemont, que yo en su lugar ya lo habría mandado a lomos de una de estas ciclogénesis explosivas que nos están invadiendo, pues eso, que las circunstancias no me están ayudando. Porque vamos a ver, Pedrosánchez, uno debería tener un poquito de dignidad. Está muy bien que quieras formar un gobierno progresista que impida que la derecha y la ultraderecha tomen las riendas del país y lo dejen hecho unos zorros en temas como la cultura, la educación y la sanidad públicas, la inmigración, los derechos de las mujeres… (imaginarme un gobierno con Feijóo de presidente y Abascal de vicepresidente es una de mis peores pesadillas), pero aguantar los desplantes de un personaje al que prometiste traer a España para juzgarlo, ver todos los días su flequillo y su sonrisa de prepotencia, las largas que está dando, el protagonismo que está adquiriendo, todo eso hace que mis dolores y mi cabreo aumenten hasta límites que no sé si seré capaz de aguantar. Y lo de la amnistía no sé, la verdad, no lo tengo claro. Por un lado no me parece mal para normalizar la situación en Cataluña, pero, por otro, amnistiarlo todo, incluida la malversación, me parece pasarse de frenada y no sé yo si en Europa estarían muy conformes. Además, eso de que haya un observador imparcial, como si fuéramos un país tercermundista (¿o quizás lo seamos?), es otro aspecto de la negociación que no me gusta.

De todos lados me llegan mensajes. Desde el lado derecho me recuerdan continuamente lo que dijeron hasta hace unas semanas los socialistas sobre la amnistía y pactar con Junts, un partido de derechas y ultranacionalista, que se ha tirado al monte, quizás para tapar sus vergüenzas, que son muchas. Y por el lado izquierdo me repiten las barbaridades de Vox, lo que ha dicho y sigue diciendo el PP, sobre todo Ayuso, a la que habría que levantar un monumento porque no hay día que no nos asombre con sus salidas de tono. Y para colmo, por si no había bastante, la trifulca entre Sumar y Podemos, entre Yolanda Díaz e Ione Belarra, que también podrían esperar un poco hasta que la investidura triunfe o fracase.

No soy adivino, no sé lo que va a ocurrir en los próximos días o semanas, si al final Pedro Sánchez acabará siendo investido presidente o tendrá que convocar elecciones por no haber logrado los apoyos suficientes. Pero me temo que se va a dejar demasiados pelos en la gatera, que si gobierna será a un precio muy elevado, que en unas próximas elecciones mucha gente dejará de votarle y, espero que no y ojalá me equivoque, el PSOE y la izquierda pasarán una travesía del desierto muy dolorosa. Los ejemplos de la izquierda en Francia, en Italia o en Grecia están ahí, con un socialismo prácticamente desaparecido por haber tomado una senda que la ciudadanía no entendió. Crucemos los dedos.

Tenemos mucha suerte

En los últimos días se ha generado una gran polémica desde que la presidenta del Congreso, Francina Armengol, anunció que permitirá la utilización de las lenguas cooficiales en la Cámara Baja, algo que ya viene sucediendo en el Senado desde 2021.

Resulta que los españoles estamos orgullosos de pertenecer a un país con una enorme variedad de paisajes, de costumbres, de tradiciones, una riqueza a la que se suma la gran suerte de poseer también una variedad idiomática que se manifiesta en la existencia de seis lenguas oficiales reconocidas en nuestra Constitución: castellano, gallego, catalán, valenciano, vasco y aranés. A eso hay que añadir los dialectos, los acentos, el vocabulario y las variantes de cada una de las lenguas. Cuando se escucha a un andaluz del sur de Huelva, a un cordobés o a un jiennense, a un salmantino o a un maño hablar español, da la impresión que pertenecen a países diferentes, como puede ocurrir cuando escuchamos a un argentino, un mexicano o un peruano. Lo mismo ocurre con el gallego, muy diferente en las rías altas, en las bajas y en el interior.

Pues bien, ese orgullo, que muchos de nuestros políticos se hartan de pregonar cada vez que hablan o escriben, resulta que es hipócrita, mentiroso, falaz, cuando se trata de llevarlo a la sede de la soberanía del pueblo español, las Cortes. Si desde el primer momento en que se aprobó la Constitución y se formó el consiguiente Congreso de los Diputados se hubiera aprobado una norma que permitiera el uso de las lenguas cooficiales, aunque fuera de manera restringida al principio, se habría normalizado su uso y ya nadie protestaría y seguramente se habrían evitado o disminuido reivindicaciones nacionalistas. Pero todavía estaba demasiado reciente eso de «una, grande y libre», a lo que algunos y algunas quieren regresar.

Si miramos en nuestro entorno europeo, países como Suiza, Finlandia, Bélgica o Irlanda llevan años utilizando varias lenguas en sus parlamentos, como también ocurre en Canadá, Paraguay, India, Sudáfrica o Israel, entre otros. Y en esos países nadie se rasga las vestiduras ni se insulta ni se lanzan mensajes incendiarios, como ya he visto y escuchado en algunos medios. Pero España es diferente, amigos y amigas, y aquí se hace una tormenta de un vaso de agua. En lugar de ponderar y alegrarnos de vivir en un país rico en su diversidad, de potenciarla, queremos regresar al pasado centralista, al imperio español, a «Santiago y cierra España». A lo mejor exagero un poco, pero ya D. Ramón María del Valle-Inclán, hace cien años, en Luces de Bohemia, puso en boca de uno de sus personajes la frase «Santiago y abre España, a la libertad y al progreso». A lo mejor, alguien, aquí y ahora, tendría que repetir bien alto esa frase.

(Y, aunque no venga a cuento, no me gusta lo de la amnistía, ni me gustó la entrevista de Yolanda Díaz con Puigdemón. Siento discrepar con alguno de mis amigos o conocidos, pero ese debate o discusión lo dejo para otro momento).

Hoy es 23F

Hace casi seis meses que me he venido a vivir a Sevilla, mejor dicho, a una zona que está entre Sevilla y Dos Hermanas, llamada Montequinto. Vivo solo, en un octavo piso de un bloque que forma parte de una urbanización todavía poco habitada. Una mujer es el motivo de que haya dejado mi Coruña natal y de que me haya embarcado en una aventura que, como todas las que giran alrededor del amor, están llenas de emoción, de vértigo y de ilusión. Tengo 25 años y en unos meses me casaré.

Ella vive en Aroche, un pueblo del norte de la provincia de Huelva y es maestra como yo. Además, es prima segunda mía y la conozco desde que tengo 13 años. Pero entonces ella apenas me miraba porque era un poco mayor que yo y en esas edades se nota mucho la diferencia de madurez y de intereses. Sólo unos años después, cuando hice el servicio militar en Sevilla y coincidimos algunas veces, comenzó a fijarse un poco más en mí. Pero esa es otra historia.

Estoy solo en un piso que hemos comprado en septiembre de 1980. Está casi vacío, apenas una cama, una pequeña salita con televisor y una cocina que sólo utilizo para hacerme el desayuno, calentar la comida de Carmen y poco más. Carmen me trae comida cuando viene a verme cada dos fines de semana (el intermedio yo voy a verla a Aroche, no podemos estar tantos días sin vernos). Estamos amueblando el piso poco a poco, haciendo muchas cuentas, la hipoteca, el coche, las letras… Antes los novios casi ni se planteaban alquilar un piso, había que comprarlo, sobre todo si tenían dos nóminas como nosotros, escasas, pero dos. Los tiempos han cambiado, ahora las parejas se van a vivir juntas antes de casarse, si se casan, claro.

Hoy es lunes, 23 de febrero de 1981. Trabajo como maestro en un colegio de Dos Hermanas, con jornada partida. Salgo a las cinco de clase y en mi 127 amarillo llego a Montequinto antes de las cinco y media. Me gusta hacer ejercicio, sobre todo correr, pero hoy no me apetece. Hago algo de gimnasia y empiezo a ducharme sobre las seis y cuarto. Siempre pongo la radio para escuchar música mientras me ducho, pero hoy se está votando en el Congreso de los Diputados la investidura del candidato Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno, ya que Adolfo Suárez presentó la dimisión y me interesa, aunque ya se sabe de antemano, el resultado. El secretario del Congreso va leyendo uno a uno el nombre de los Diputados, que en voz alta van dando su voto afirmativo o negativo. Estoy totalmente enjabonado, sin echar demasiada cuenta en lo que está ocurriendo en el Congreso, cuando me llaman la atención unos gritos lejanos y el comentario del locutor que dice que unos guardias civiles han entrado.

Sin ser consciente todavía de la gravedad de lo que está ocurriendo, cuando me estoy enjuagando se escuchan unas ráfagas y es entonces cuando me entra un escalofrío y me seco a toda velocidad. En la radio apenas hay ya novedad, el locutor no puede hablar y se escuchan gritos de fondo. Lo que ocurrió después, ya es historia. Pero las horas que pasé solo en el piso, sin teléfono y sin salir de casa por la incertidumbre de lo que estaba pasando y de lo que podría ocurrir, nunca se me olvidarán. Una noche de insomnio, puedo asegurarlo.

Cualquier decisión era mala

Ya sabemos la decisión del Tribunal Constitucional. Cualquier decisión era mala, pero la elegida ha sido la peor. Pedro Pacheco dijo que la justicia es un cachondeo y esa frase a punto estuvo de costarle la cárcel. No quiero arriesgarme a decir esa frase ni a darle la razón al Sr. Pacheco, no vaya a ser que lo de la libertad de expresión valga para unos y para otros no.
O sea, que dos jueces cuyo mandato está caducado en el TC, más otros que se niegan a dejar sus puestos en el CGPJ traen por la calle de la amargura a determinados partidos políticos. A otros no, ya que les interesa mantenerlos donde están porque los han nombrado ellos. ¿Dónde queda la independencia judicial, si siempre votan en bloque jueces progresistas por un lado y conservadores por otro?

Y digo yo y me pregunto: si uno de los tres poderes del Estado, el judicial, los jueces, los tribunales, no se atienen a las reglas y se atrinchera en sus puestos sin abandonarlos, ¿por qué otro de los poderes, el ejecutivo o el legislativo no puede hacer lo mismo? Imaginemos a Pedro Sánchez diciendo un día de estos: no voy a convocar elecciones cuando toca, el año que viene, porque no me ha dado tiempo a desarrollar todo mi programa electoral, así que me quedo en la Moncloa un par de años más y ya, si eso, habrá elecciones en 2025. O imaginemos también a la presidenta del Congreso Meritxel Batet negándose a abandonar su puesto cuando se celebren las elecciones. Seguro que el Tribunal Supremo o el Tribunal Constitucional tomarían cartas en el asunto. Pero, ¿quién obliga o somete a esos dos organismos? El pueblo, ¿qué pinta el pueblo en todo esto y cómo se puede «desfacer este entuerto»? Veamos lo que dice nuestra Constitución

Artículo 1

  1. España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
  2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.
Artículo 9
  1. Los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico.
Artículo 66
  1. Las Cortes Generales representan al pueblo español y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado.
  2. Las Cortes Generales ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuya la Constitución.
  3. Las Cortes Generales son inviolables.
Artículo 159
  1. El Tribunal Constitucional se compone de 12 miembros nombrados por el Rey; de ellos, cuatro a propuesta del Congreso por mayoría de tres quintos de sus miembros; cuatro a propuesta del Senado, con idéntica mayoría; dos a propuesta del Gobierno, y dos a propuesta del Consejo General del Poder Judicial.
  2. Los miembros del Tribunal Constitucional deberán ser nombrados entre Magistrados y Fiscales, Profesores de Universidad, funcionarios públicos y Abogados, todos ellos juristas de reconocida competencia con más de quince años de ejercicio profesional.
  3. Los miembros del Tribunal Constitucional serán designados por un período de nueve años y se renovarán por terceras partes cada tres.

Después de esto, ya no entiendo nada. Si los nombramientos son por un período determinado, ese período ya ha pasado y los miembros del TC se niegan a abandonar sus puestos, ¿qué pasa ahora? Me lo expliquen.

Leyes y política

Vaya por delante que yo no soy jurista y que no se me ocurriría entrar en una discusión con un experto en la materia. Como mucho, me leí en su momento la Constitución de 1978 y algunas leyes educativas, pero confieso mi ignorancia en el articulado del código civil y penal. Sé lo que es un delito y lo que no lo es aplicando, sobre todo, el sentido común porque entiendo que la Ley, con mayúsculas, debe aplicar dicho sentido. El problema es que los mortales de a pie a veces nos quedamos a cuadros cuando comprobamos que lo que parece ser un mismo hecho, un mismo delito es juzgado y sentenciado de forma distinta por diferentes jueces.

Todavía recuerdo con estupor cuando uno de los jueces que juzgó el denominado «juicio a la Manada» sólo vio sexo en un ambiente de jolgorio y a la joven en actitud relajada, por lo que pidió la absolución. Reconozco mi pasmo y mi asombro. No hace mucho se emitió sentencia en el juicio de los ERE en Andalucía. De los cinco jueces, tres condenaron a Griñán y a otros cuatro altos cargos de la Junta de Andalucía por malversación y las otras dos magistradas ven esas condenas basadas en meras especulaciones. Se acusa a Griñan de pasividad (no sé entonces cómo a Rajoy o a Esperanza Aguirre no se les acusa de lo mismo en el caso de la financiación ilegal del PP, por ejemplo). Ganó la condena a Griñán por 3 a 2. Pero así es la Justicia y creo que hay que acatarla, intentando, lógicamente, apurar todas las opciones de apelación que hay en un régimen judicial tan garantista como el español. Podría extenderme más en esto, pero lo que pretendía con esta introducción era plantear lo que está ocurriendo con la «Ley del solo sí es sí»

La ley del solo sí es sí (Ley de Garantía de la Libertad Sexual) se aprobó el pasado agosto en medio de un ambiente general de satisfacción por recoger varias reivindicaciones feministas importantes, con el objetivo de definir con precisión el consentimiento (libre, voluntario y claro) y reordenar las penas que, según muchos expertos, a veces caían en el absurdo. También se hace hincapié en los asesinatos por violencia sexual, el delito por acoso callejero, educación sexual obligatoria para los agresores, educación sexual en todas las etapas educativas, etc. Una ley ambiciosa y necesaria pero que, al parecer, ha dejado varios cabos sueltos. Al rebajar las penas mínimas algunos jueces han interpretado que debían bajar a su vez la condena a agresores a los que correspondía una pena mínima y varios han salido en libertad. Uno de los jueces que suele participar en programas de televisión dando su opinión sobre temas jurídicos, el magistrado Ignacio González Vega, de la progresista asociación Jueces y Juezas para la Democracia, con formación jurídica de más de treinta años, ha insistido en que él sólo ha aplicado la ley al rebajar la pena a un reo. En su caso, fue condenado a seis años, la pena mínima, que ahora se le ha recortado a cuatro. Otros jueces, sin embargo, no ven razón alguna para revisar las condenas. O sea, que la Ley es la misma pero no todos la interpretan igual. Eso ha ocurrido siempre, pero ahora nos rasgamos las vestiduras porque incide en un tema en el que gran parte de la sociedad se ha concienciado y que, a la vista de las discrepancias, causa un profundo malestar e incluso alarma social. Nadie puede entender que esta ley sea más benévola con delitos que son repudiados por su cobardía y vileza.

Pero estas discrepancias no solo se producen entre los jueces, entre expertos en jurisprudencia, sino también entre movimientos feministas (con esta ley, con la ley trans, con la ley para abolir la prostitución…) y entre políticos del mismo signo. Es normal que PP, Vox y Ciudadanos rechacen esta Ley, no faltaba más y no esperaba menos, viendo sus trayectorias. Pero que también haya discrepancias en el PSOE y entre los partidos que están a la izquierda de los socialistas, clama al cielo. Dentro del gobierno hay discrepancias (hasta cierto punto lógicas en un gobierno de coalición), pero es que dentro de Unidas Podemos, el desencuentro alcanza niveles que rayan en lo esperpéntico. El colmo, las declaraciones vía Twitter de Pablo Iglesias contra Yolanda Díaz. Como la vicepresidenta no había defendido con rapidez a su compañera Irene Montero frente a los virulentos ataques de la derecha, a Pablo Iglesias no se le ocurre otra cosa decir que «ponerse de perfil» cuando se «machaca a una compañera», en referencia a la ministra de Igualdad Irene Montero, «no solo es miserable y cobarde, sino políticamente estúpido». Vale, ya tenemos el lío montado en Unidas Podemos, aunque la cosa venía de lejos con el movimiento Sumar auspiciado por Yolanda Díaz, que no le gusta nada a Iglesias. Pero es que Irene Montero tampoco ayuda mucho con declaraciones en las que acusa de machismo a los jueces, declaraciones que no han gustado ni a jueces conservadores ni a progresistas.

Total, que tenemos a los tres poderes del Estado hechos unos zorros y peleando entre ellos: el ejecutivo (o parte del ejecutivo) ataca al poder judicial, los jueces (o parte de ellos) atacan al ejecutivo, parte de los jueces también atacan al legislativo por su poca efectividad a la hora de redactar leyes, parte del legislativo ataca a la judicatura… y la casa, o sea nuestro país, sin barrer.

Aprovecho para hablar también un poco de la necesidad de que la izquierda no vuelva a cometer los mismos errores que comete siempre, porque aquellos que nos sentimos de izquierda y votamos a partidos de izquierda, parece que estamos huérfanos y desorientados. PSOE, Unidas Podemos, Más País, el proyecto Sumar de Yolanda Díaz (que todavía no está definido y no sé si se escindirá de Unidas Podemos, si Izquierda Unida se sumará, si Alberto Garzón se acercará a Yolanda Díaz y se alejará de Pablo Iglesias…), Adelante Andalucía, las Mareas o el Bloque en Andalucía y Galicia… Hasta el momento, la coalición del gobierno (PSOE – Unidas Podemos) está funcionando relativamente bien, con grandes logros, a pesar de lo que digan los partidos de derecha y los medios que los apoyan, pero se están viendo ya demasiadas brechas y luchas que no presagian nada bueno para las próximas elecciones. Mientras tanto, cruzaremos los dedos y elevaremos plegarias a Santo Tomás Moro, patrón de los políticos, para que les muestre el camino de la verdad y les enseñe que la política es el ejercicio de virtudes al servicio de las personas. Difícil lo tiene.

Ignacio González de Vega
Irene Montero
Pablo Iglesias
Santo Tomás Moro

Las (otras) guerras actuales en el mundo

Todos los focos están apuntando en este momento a la guerra de Ucrania, aunque, según Putin, Rusia no está en guerra ni ha declarado guerra alguna, ni está invadiendo Ucrania. Putin describe la intervención en Ucrania como una «operación militar especial» que tiene como objetivo «desmilitarizar» y «desnazificar» a Ucrania, así como garantizar la seguridad rusa frente a la ampliación de la OTAN. Mientras tanto, dos millones setecientos mil ucranianos, a día de hoy y subiendo la cifra, han huido del país refugiándose en Polonia, Rumanía o Moldavia, entre otras naciones. La solidaridad europea acogiendo, sobre todo, a mujeres, niños y personas mayores, es loable, aunque en otras ocasiones no lo ha sido tanto, como veremos.

Como suele ocurrir en estos casos estamos aprendiendo la geografía y la historia de un país asolado por la guerra. Aparte de su capital, Kiev, de Chernóbil por el desastre nuclear o de Odesa, la mayor parte apenas habíamos oído hablar de Járkov, de Jerson o de Mariúpol. Después de haber asistido a las explicaciones detalladas en la televisiones de los ataques rusos y de la valiente y esforzada defensa de los ucranianos, somos capaces de ubicar casi sin esfuerzo ni titubeos la situación de esas ciudades y de otras como Leópolis, Dónetsk, Jersón o Zaporiyia. El nacimiento de Ucrania, las causas de la guerra, la anexión de Crimea a Rusia o los intentos de independencia del Donbás salen continuamente en los medios de comunicación, apoyados por los análisis de militares, politólogos, historiadores, economistas y esos tertulianos que son capaces de opinar sobre pandemias, volcanes, guerras o cualquier tema que se ponga a tiro.

La guerra de Ucrania se libra, además de en los frentes de batalla y en las ciudades que son asoladas de manera inmisericorde, en los frentes de la propaganda, de la economía y de la política. Aunque hay decenas de periodistas informando sobre el terreno, la visión sesgada es inevitable. Los buenos siempre están de nuestro lado y los malos siempre están enfrente. Las televisiones muestran las penurias de la gente sin agua, sin comida, los muertos en las calles, los edificios destrozados, los bombardeos, los tanques. En Rusia, Putin es un héroe que quiere reponer la dignidad y el peso específico perdidos con la desmembración de la URSS y conseguir que la OTAN se mantenga lejos de sus fronteras; en Europa y en la mayor parte de las democracias occidentales el héroe es Zelensky, el presidente de Ucrania, que con sus mensajes, sus vídeos desde las calles de Kiev y su apelación a la ayuda de occidente pretende mantener la moral de sus conciudadanos, a pesar del enorme desequilibrio de fuerzas. En medio, miles de muertos, millones de desplazados, ciudades devastadas. Se pretende aislar a Rusia imponiendo sanciones económicas y prohibiendo que sus oligarcas, de los que se dice que son los que mantienen a Putin en el poder, puedan beneficiarse de las libertades de las que disponen a lo largo y ancho del mundo. El deporte y la cultura también se están viendo afectados por esta guerra. Cientos de empresas han salido de Rusia y los paquetes con las sanciones se van ampliando casi diariamente. Seguramente en Rusia irán sintiendo cada vez más el peso de estas medidas, que también nos afectan a nosotros; la subida de los carburantes, de la electricidad o el desabastecimiento de varios productos son algunas de esas consecuencias, que viendo lo que les ocurre a los ucranianos no parecen gran cosa.

Cuando en los años 90 en Europa —también en Europa, vaya por Dios— se desarrolló la guerra de los Balcanes, donde las atrocidades sobre la población fueron quizás mucho peores que las que ahora se están produciendo, no se produjo un movimiento solidario tan grande como el que ahora estamos viendo. Después de la desmembración de la URSS, las ansias de independencia en las antiguas repúblicas yugoslavas provocaron que primero se independizara Eslovenia sin apenas conflicto, pero después comenzó la auténtica guerra entre Serbia y Croacia y más tarde Bosnia. La complejidad de los conflictos, étnicos, religiosos y territoriales, devino en matanzas como la de Srebenica, las violaciones masivas de mujeres, los asedios de Vukovar, Sarajevo o Mostar, el bombardeo sobre Dubrovnik. Nosotros veíamos la guerra desde nuestros sillones, pero como aquello estaba lejos, apenas echábamos cuenta. Hoy, cuando viajamos a Serbia o a Croacia, nos enseñan algunos ejemplos de lo que fue esa guerra: los tejados destrozados de Dubrovnik, los agujeros de balas en casas y en algún museo…, así que no sería extraño que dentro de unos años el morbo nos lleve a viajar a Ucrania, un país que nos mostrará los destrozos que provocó esta guerra-invasión-desmilitarización-desnazificación-operaciónmilitarespecial y nos conmoveremos y lamentaremos sobre lo que allí ocurrió y pudimos contemplar, también, en nuestros televisores.

Lo que ocurre es que esta sealoqueseaosellame no nos deja ver o nos ha hecho olvidar o dejar a un lado las otras guerras que, sí, también, por desgracia, están asolando otras zonas del mundo, que están empobreciendo naciones, provocando miles de muertos, millones de refugiados y desplazados y que no me resisto a enumerar:

  • Guerra civil yemení, que comenzó en 2015 con la intervención de Arabia Saudí. Más de 60.000 víctimas.
  • Intervención militar en Tigray. Conflicto entre Etiopía y Sudán. Más de 40.000 víctimas.
  • Conflicto entre Israel y Palestina, que parece no tener fin.
  • Frentes yihadistas en Mali, zonas del Sahel, Níger, Burkina Fasso, Mozambique o el Congo

Y tampoco podemos olvidarnos de Birmania y la persecución contra los Rohinya, el conflicto de Panshir en Afganistán, la guerra civil siria, con más de medio millón de víctimas… Según muchas fuentes, en la actualidad hay 65 conflictos en todo el mundo. Miles de muertos, millones de desplazados, economías devastadas. A todo ello hay que sumar la guerra que la humanidad está librando contra el planeta, agotando sus recursos y destrozando la naturaleza. Supongo que lo llevaremos en nuestros genes, que desde que somos humanos nuestro destino es destruir, acabar con todo aquello que nos estorba en nuestros planes, sean estos el enriquecernos, alcanzar el poder, ampliar las fronteras, imponer nuestra religión o nuestra cultura, acabar con el diferente porque lo sentimos como una amenaza. Cada vez me cuesta más trabajo creer que el hombre es bueno por naturaleza, porque tampoco hay que olvidar que nuestra solidaridad se dirige, sobre todo, a aquellos que se parecen mucho a nosotros, aquellos que son «blancos y de ojos azules», como ha dicho alguien, que no vienen en pateras, como si los «otros» no sufrieran tanto o más que los ucranianos. «No a la guerra en cualquier parte del mundo» y «sí a la solidaridad con cualquiera persona que sufra y venga de donde venga».

No todo el mundo se corrompe

Manhattan, esa extraordinaria película de Woody Allen que habré visto unas dos o tres mil veces, más o menos, finaliza con una frase de Mariel Hemingway, cuando se despide de Allen camino de Londres y éste intenta detenerla temiendo que pierda su inocencia, su mejor cualidad: «No todo el mundo se corrompe. Tienes que tener un poco de fe en la gente». He ahí una hermosa frase para la esperanza, para el optimismo. En días tan aciagos, conviene acudir a libros, películas y ejemplos que nos reconcilien con nuestros congéneres.

Lo malo es que hay demasiados ejemplos, sobre todo en política, que parecen contradecir esa frase. El «tamayazo», la fallida moción de censura en Murcia y el último y vergonzoso suceso acaecido en el Congreso de los Diputados, con la casi segura compra de los dos diputados de UPN por… no es preciso, creo, decir nombres, producen un profundo sentimiento de vergüenza y de rabia. Siempre he creído en la honradez de la mayor parte de nuestros representantes políticos, con algunas excepciones que, por desgracia, se van ampliando con rapidez. Pero esa creencia y esa confianza se van deteriorando por momentos y cada vez más.

Espero que se desenmascare y salga a la luz pública, con pruebas fehacientes, lo ocurrido el pasado jueves día 3. Aunque me temo, como ya ha ocurrido con anterioridad que, a pesar de todo, los responsables se hagan los locos, lo nieguen y que el partido los apoye. Y el distanciamiento de los ciudadanos de sus representantes políticos se hará cada vez mayor.

¿Debemos perder la esperanza? ¿Hay alguien que nos la pueda devolver intacta? Menos mal que siempre nos quedará Nadal y su ejemplo.

¿La clase trabajadora se equivoca votando a la derecha?

«El voto obrero gira a la derecha en medio centenar de democracias». Artículo de ABC publicado el 16 de mayo de este año.

El citado artículo empieza así: «Los obreros y las clases sociales más modestas hace años que dejaron de votar a los partidos de izquierdas, socialistas, comunistas, demócratas, populistas, para comenzar a votar de manera creciente a los partidos conservadores, muy conservadores, de extrema derecha y populistas. Esa es la conclusión de un estudio realizado en cincuenta democracias, analizando los datos electorales, entre 1948 y 2020, coordinado por un famoso economista de izquierdas, Thomas Piketty.» Este artículo, publicado en Le Monde, parece que ha pasado desapercibido o no ha sido analizado ni comprendido por los partidos de izquierdas, ya que siguen cometiendo los mismos errores que los han llevado, salvo pequeñas excepciones, a una irrelevancia en Europa perniciosa para los intereses de la clase trabajadora.

No pretendo ser ni convertirme en uno de esos expertos tertulianos que son capaces de pontificar y dar lecciones sobre cualquier tema de actualidad: un fuera de juego en el partido Francia-España, la lava del volcán Campo Viejo de La Palma, aconsejar a los especialistas sobre la pandemia de Covid-19 o escandalizarse o aplaudir la subida del salario mínimo interprofesional. Me admira su enorme preparación y su seguridad a la hora de dar opiniones sin dar muestras de la más mínima duda o vacilación. Se equivocan muchas veces, pero nunca se dan por aludidos ni se sonrojan ni reconocen sus errores. Y las cadenas de radio y televisión los siguen contratando y los espectadores y escuchantes asisten extasiados a sus conferencias y discursos. No pretendo ser uno de ellos, pero sí me gusta opinar y, como ya dije en alguna que otra ocasión, polemizar. Por eso me atrevo a escribir lo siguiente: el proyecto político de la izquierda está fracasando y los partidos políticos de la izquierda no son capaces de comprender ni analizar las causas que empujan a la clase obrera a votar a la derecha. Ni más ni menos. Me centraré en el caso de España.

La izquierda y muchos analistas políticos están de acuerdo en que las medidas que aplicó la derecha en la anterior crisis, que no vino provocada por una pandemia a nivel mundial sino por sus malas gestiones con los bancos, agrandaron la brecha entre ricos y pobres, asfixiaron a una enorme cantidad de trabajadores y empobrecieron a la clase media. Leí no hace mucho en Facebook una entrada que decía lo siguiente:

«– ¿Habéis olvidado que nos bajaron la indemnización por despido de 45 días por año a 20 días por año?, ¿Qué hicisteis? NADA, tragar como borregos.

– ¿Habéis olvidado que nos subieron el IVA del 18% al 21%.? ¿Qué hicisteis? NADA, tragar como borregos.

– ¿Habéis olvidado que fomentaron la masificación de contratos basura? ¿Qué hicisteis? NADA, tragar como borregos.

– ¿No recordáis que nos impusieron el copago farmacéutico? ¿Qué hicisteis?: NADA. Tragar como borregos.

– ¿Recordáis que nos pusieron una penalización a las renovables? ¿Qué hicisteis?: NADA, tragar.

– ¿Habéis olvidado que sacaron la Ley mordaza? ¿ Qué hicisteis? NADA, a tragar.

– ¿Recordáis que nos redujeron las inversiones públicas en sanidad, educación e infraestructuras? ¿Qué hicisteis? NADA, tragar como borregos.

Dieron una amnistía fiscal a los evasores. ¿Qué hicisteis? NADA

– Basaron su modelo en las concesiones a empresas privadas con una perdida de calidad en los servicios (geriátricos, hospitales…). ¿Qué hicisteis? NADA, tragar.

– Rescataron a la banca y a las autopistas. ¿Qué hicisteis? : NADA.

Os acordáis que fueron condenados por corrupción? ¿Qué hicisteis? NADA.

– ¿Habéis olvidado que hicieron recaer todo el peso de la crisis sobre autónomos y las clases trabajadoras? ¿Qué hicisteis? No hiciste NADA .

– Y cuando permitieron los desahucios masivos… ¿Qué hicisteis? NADA.

– ¿Recordáis que regalaron 60 mil millones con nuestro dinero a los bancos…. ¿Qué hicisteis? NADA, tragar.

– No podéis haber olvidado que hicieron la mayor reforma laboral y pérdida de derechos de los trabajadores ¿y que hicisteis?: NADA, aguantar.

– Y podíamos seguir haciendo un rápido repaso de todo lo que al parecer «SE OS HA OLVIDADO», como los fondos buitre, los aeropuertos valencianos, el Yak 42, el 11-M, la guerra de Irak con sus armas de destrucción masiva, o de cómo metieron la mano en la caja de las pensiones, o de las tarjetas black o de la plana mayor del PP enchironada, de los archivos de Bárcenas, etc., etc.,…Vamos que tendríamos temita para rato. ES TRISTE ESCUCHAR A UN OBRERO ¡ YO VOTO A LA DERECHA!….¡¡IDIOTA!! MAS QUE IDIOTA».

Bien, aquí está la bronca que echa el sacerdote desde el púlpito a los que van a misa por no seguir a rajatabla los diez mandamientos o las filípicas de algún obrero a sus compañeros por no afiliarse a algún sindicato o no seguir las directrices del partido. Y así no se consigue nada, ni con insultos, ni con amenazas ni con desprecio. No se puede hacer ni decir lo mismo que Juan Barranco, exalcalde socialista de Madrid, en un mitin en las últimas elecciones madrileñas: No hay nada más tonto que un trabajador de derechas. Así le va a la izquierda, haciendo amigos, y así fueron los resultados en Madrid. Va a resultar que los votantes se equivocaron, votaron mal, como diría Vargas Llosa. Este tipo de frases son de un reduccionismo enorme, ya que se considera a los trabajadores y trabajadoras como un sujeto colectivo que, de forma unánime y al unísono, optan por una opción política conservadora, negando su capacidad de tomar decisiones y obrar en consecuencia. Con ese tipo de actitudes se simplifican los motivos por los que una persona se siente atraída por un partido de derechas o por la ultraderecha. Y supone e implica, también, una superioridad moral que impide a la izquierda reflexionar sobre lo que ha hecho mal.

Los que votan al PP o a Vox no forman un grupo homogéneo, movidos por la indignación o la repulsa hacia determinadas posturas de la izquierda (sintonía con el independentismo catalán o con la defensa del movimiento bolivariano, por poner algún ejemplo). Ni todos los que votan al PP o a Vox son fachas ni son estúpidos, ni xenófobos, ni homófobos ni franquistas. En las últimas elecciones generales consiguieron diez millones de votos y me niego a creer que haya tanto facha, tanto estúpido y tanta añoranza por la dictadura franquista en mi país. De hecho, soy amigo de personas que votan al PP y son demócratas, inteligentes y no pertenecen a la clase alta. Y, por supuesto, son capaces de explicar por qué votan a la derecha. Se estará de acuerdo o no con sus argumentos, pero en una democracia hay que respetar las decisiones a la hora de votar y de estar de acuerdo con tal o cual partido, faltaría más.

También encuentro un grave defecto en el discurso de la izquierda: el paternalismo y la falta de empatía para entender por qué hay personas de clase obrera que votan a la derecha, ya que todo lo reducen a lo dicho anteriormente, o son fachas o son estúpidos. No soy analista político, pero sí veo lo que pasa a mi alrededor y me informo y leo y escucho. Soy de izquierdas y por eso me duele escuchar algunos discursos simplistas que nada ayudan para atraer a los desencantados y a los cabreados con las políticas de la izquierda. Sé que es muy difícil gobernar en minoría, que los dos partidos que están en el poder se encuentran con enormes dificultades sobrevenidas, como es la pandemia, pero ayudaría bastante que los roces y las desavenencias no se airearan a golpe de twit o de declaraciones extemporáneas. Como suele decirse en el mundo del fútbol, los trapos sucios se lavan en el vestuario. Así que más reflexión, más análisis, menos insultos y más políticas sociales. Digan lo que digan, los ERTEs, la subida del SMI, el incremento del gasto en pensiones, sanidad y educación, la subida progresiva de impuestos, la planificación y la lucha contra la pandemia, etc., han mejorado o mejorarán la percepción de la ciudadanía hacia el gobierno. Todavía queda tiempo para demostrar que la socialdemocracia y el comunismo bolivariano e indigenista, que según algunos nos gobiernan, saben hacer las cosas bien. Y así, seguramente, muchos obreros quizás vuelvan a votar a la izquierda.

Las tres neuronas de un obrero de derechas | Wall Street International  Magazine

5 de mayo. Jornada de reflexión

Las jornadas de reflexión antes del día de las votaciones siempre me han parecido una tontería. Nadie reflexiona nada, todos tienen ya decidido su voto y muy pocos dedican ese día a pensar sobre el sentido del voto al día siguiente. Como también me parece absurdo que no se puedan realizar ni publicar encuestas desde una semana antes de la fecha de la votación, como si eso pudiera influir algo. Las personas responsables, que han leído los programas, que han analizado qué han hecho en el gobierno y en la oposición los diferentes partidos, no dejándose cegar por los cantos de sirena y por las promesas de los candidatos, deciden su voto con mucha antelación. Otros tienen dudas razonables entre dos partidos con programas similares y esperan alguna señal que les ilumine a última hora, pero no dedican un día entero a pensar el sentido de su voto. Algunos hasta echarán una moneda al aire un poco antes de salir hacia la mesa electoral y se decantarán por una candidatura que, aunque no les convenza totalmente, es con seguridad mejor que otras según su punto de vista. Y por último, están los que votan «contra» un partido, y su papeleta irá a parar a aquel otro que le haga más daño al «enemigo», como en la guerra y en el fútbol.

Por eso me gustan más la jornada o jornadas de reflexión una vez pasadas las elecciones. Porque es hora de analizar lo que ha ocurrido, por qué se ha votado de una u otra manera. No soy analista político y hoy televisiones y radios echarán humo con las tertulias post-5 de mayo. Pero me voy a atrever, como acabo de hacer en Facebook. Una cosa está clara: ha arrasado Ayuso. Y eso, aunque a muchos no les ha gustado, hay que decirles: es la democracia, amigos y amigas. Algunos han dicho que los madrileños y madrileñas se han equivocado y que les dan vergüenza los resultados. Y yo me pregunto: ¿se equivocan los votantes independentistas catalanes cuando sus partidos son mayoría? ¿Se equivocaron los andaluces votando durante casi cuarenta años a la izquierda? ¿Se equivocaron los españoles haciendo que partidos de izquierda gobiernen actualmente el país? La democracia es eso, cambiar votos y partidos según las necesidades, percepciones y resultados que ven los ciudadanos.

Espero alguna autocrítica por parte de PSOE y Podemos, que han perdido en todos sus feudos madrileños. No ha ganado Ayuso, ha perdido la izquierda, y por algo será. Los partidos socialistas europeos están casi todos desaparecidos porque no han sabido adaptarse a la nuevos tiempos. Espero que eso no le suceda al PSOE. A Iván Redondo, a Sánchez y a Tezanos tendrían que pedírsele responsabilidades. Al primero por diseñar una campaña nefasta, al segundo por dejarse convencer por un márketing artificial de despacho y al tercero por escribir la tontería de llamar tabernarios a los que votan al PP, además de manipular y equivocarse en las encuestas. Además, es incomprensible que un miembro del Comité Ejecutivo del PSOE sea nombrado presidente del CIS, un organismo que puede influir en la percepción de los ciudadanos sobre la situación real del país.

Pablo Iglesias y Podemos hace tiempo que se están equivocando. Demasiadas purgas internas, mucho amiguismo, mucha soberbia. Aunque no lo parezca, no han sabido conectar con los ciudadanos. Contradicciones aparte, que eso lo tienen todos los partidos, Podemos quiso en su momento dar el sorpasso al PSOE, pero no pudo o no supo. Y a partir de ahí, todo cuesta abajo. Que Vox haya ganado en votos y en escaños a Podemos parecía imposible, pero así ha sido. El caso de Andalucía es paradigmático y las mareas en Galicia también. Ha hecho bien Pablo Iglesias yéndose de la política, con mucha dignidad, por cierto (aunque algunos apuntan que Roures, el de Mediapro, ya le ha prometido un buen puesto y un mejor sueldo; veremos si es cierto o es otra mentira de la derecha; si fuera así, después de lo del chalet, acabaría con todo el prestigio de Pablo).

Ciudadanos ha desaparecido de la escena en Madrid y, al paso que va, desaparecerá también de España. Sigue el mismo camino que UPyD, del que ya casi nadie se acuerda. Lo que nació como un partido bisagra se convirtió en una muleta del PP. El desastre fue iniciado por Albert Rivera y continuado por Inés Arrimadas. El fiasco provocado por su pésima estrategia en Murcia y en Castilla León provocó el tsunami madrileño. Ayuso y el PP supongo que se lo agradecerán

El único partido que ha sabido conectar con la realidad madrileña (y espero que eso se traslade al resto de España) es Más Madrid. Dos buenos candidatos, Errejón y Mónica García, que han sabido fajarse con mucha dignidad con Ayuso y Monasterio. La izquierda tiene dos años para reflexionar y cambiar muchas cosas. Dejémonos de Redondos y de Tezanos y conectemos con los ciudadanos (perdonad el ripio, pero me ha salido así).

Breves -brevísimos en este caso- apuntes sobre los procesos electorales  (12): la anacrónica y analógica jornada de reflexión. | El derecho y el  revés