En mi estudio

Luisa nos ha puesto deberes para el próximo martes. Luisa es nuestra profesora, coordinadora o monitora, no sé realmente cómo llamarla, del taller de Creación literaria al que asisto desde hace unos meses. Una de esas tareas es escribir un relato de un folio sobre tema libre. Tema libre, tema libre… Y aquí estoy, en la pequeña habitación que hemos convertido en estudio, delante de un folio en blanco, devanándome los sesos para inventarme una historia que tenga algún sentido.

El folio está encima de una mesa sobre la que hay una gran cantidad de objetos, un ordenador, el teclado y un ratón, un tablero de ajedrez, varios botes con bolígrafos, lápices, plumas y gomas, un montoncito de folios y dos libretas. En un lateral de la mesa, tres cajones en los que guardo documentos. Frente a mí, que estoy sentado en un cómodo sillón con reposabrazos, una ventana por la que contemplo la pared del piso de enfrente, en la que hay otra ventana que últimamente siempre tiene las persianas bajadas, porque la pareja que lo tenía alquilado se fue hace unos meses.

Miro a mi alrededor buscando inspiración. A mi izquierda, un armario librería con puertas de cristal que llega hasta el techo, donde hay libros de lectura y, sobre todo, muchos de los libros de pedagogía que utilicé durante la carrera, carpetas, enciclopedias, atlas, álbumes de fotos, varias cámaras y en la parte de abajo, cajas de herramientas y objetos varios. A la derecha, un pequeño equipo de música. Me levanto y pongo un disco de Los Beatles. Tengo casi toda la colección del grupo y elijo el de Abbey Road. Comienza a sonar Come together. Me encanta cómo suena la batería de Ringo en esta canción.

Tema libre, nos ha dicho Luisa. No sé por qué, pero ahora me viene a la cabeza el soneto de Lope de Vega:

Un soneto me manda hacer Violante

En mi vida me he visto en tal aprieto…

He empezado a escribir en el ordenador, pero esto parece que no me ayuda, así que dejo el texto aquí y me paso a la pluma que me regalaron mis hijos hace unos años. Paso del mundo digital al analógico, pero no encuentro lógica en lo que estoy escribiendo, así que comenzaré de nuevo. Miro hacia el armario y la vista se detiene en un libro que utilicé mucho cuando era maestro: “Gramática de la Fantasía. Introducción al arte de inventar historias”, de Gianni Rodari. Lo abro por la primera página y veo que tiene una fecha, otoño de 1979. Dios mío, cómo ha pasado el tiempo. Entonces tenía 24 años y daba clase a alumnos de tercero de primaria en Camariñas, un pueblo acostado en una ría en plena Costa da Morte. Me detengo un instante, con la pluma en el aire, recordando los buenos momentos que allí pasé. Quizás tendría que escribir la redacción sobre mi etapa en Camariñas, el grupo de maestros jóvenes que nos encontramos y de los que ya no tengo noticias, las numerosas anécdotas y aventuras que pasamos recorriendo los pueblos de alrededor, Muxía, Ponte do Porto, Camelle, Arou, Corme, Ponteceso… Y Cée, Corcubión, Finisterre… Los nombres y las imágenes vienen y van, los rostros, las calles, las iglesias, las playas, los bosques.

Ha terminado la cara A del disco y pongo la cara B, que comienza con Here comes the sun, Aquí llega el sol, pero a mi cabeza no llega ninguna idea. Vuelvo al presente y hojeo el libro de Rodari. Al final compruebo en el índice que hay 44 capítulos, en cada uno de los cuales se dan ideas para inventar historias. Me detengo en el capítulo 6, “Qué pasaría si…” y me río con las ideas que se proponen: ¿Qué pasaría si un cocodrilo llamara a tu puerta pidiendo un poco de romero? O ¿Qué pasaría si tu ascensor se precipitara al centro de la tierra o aterrizase en la luna? Seguro que Kafka se hizo una pregunta parecida ¿Qué pasaría si un hombre se despertara transformado en un inmundo escarabajo? y de ahí nació La metamorfosis. Se me ocurre una pregunta para el relato: ¿Qué pasaría si el río Guadalquivir desapareciera un día de Sevilla? Pero compruebo que he llegado al final del folio, así que lo escribiré otro día.

14 meses y un día

Parece la condena por algún delito no excesivamente grave. Creo que si la condena es inferior a dos años, si se cumplen determinados requisitos, se puede uno librar de la cárcel. O sea, que 14 meses y un día podría suponer que el condenado evitara entrar en prisión. O no, vaya usted a saber, que con la justicia hemos topado y aunque todo está escrito y las leyes tendrían que estar grabadas en un frontispicio, depende del juez que te toque. Y seguramente, del pie con el que se haya levantado el día de la sentencia.

Después de estas disquisiciones legales y penales, que habrán hecho feliz a mi hijo Santiago, que es abogado, diré que 14 meses y un día es el tiempo transcurrido entre la publicación de mi primer libro La vida es un cuento y la del segundo, Relatos para no olvidar quién soy. Si hace dos años alguien me hubiera dicho o pronosticado esto, yo habría sonreído, me habría encogido de hombros y dando media vuelta, lo tildaría de loco o iluso.

Pero no, ni locura ni ilusión. Las dos publicaciones son ya una realidad. El último libro de relatos está ya en mi poder. Esta vez, en lugar de una editorial tradicional como la anterior, Libros Indie, me he atrevido con KDP, la editorial de Amazon. Yo he tenido que aprender a utilizar la aplicación, maquetar el contenido, revisarlo, hacer la portada y subirlo a Amazon, en formato tapa blanda y Kindle. Todo un reto, porque no es tan sencillo como parece y te arriesgas a cometer fallos y errores. Pero la satisfacción de haber sido uno mismo el escritor y el editor es mucho mayor.

Así que ahora comienza la andadura de Relatos para no olvidar quién soy. Ya no es mío, sino de los lectores, sean estos muchos o pocos. Pero como seguramente alguien leerá estos relatos, se encontrará con diecinueve textos, más un prólogo y un epílogo, que, en realidad, no son tales. Hay autobiografía, ficción, reflexiones, humor, ironía… Creo que se lee con facilidad. Y por seguir con la publicidad, diré que el precio es bastante ajustado: 10 euros el libro de tapa blanda, 172 páginas, o sea, algo más de cinco céntimos por página, y todavía más barata la versión Kindle, 2,50 euros. Una ganga, señoras y señores, me los quitan de las manos. Además, se acercan unas fechas muy buenas para leer o regalar, los largos días de verano.

Y aquí os presento mi nuevo hijo.

Esta es la dirección de Amazon donde se puede adquirir:

https://amzn.eu/d/4NjeLgR

Feria

Me había prometido no pisar este año el albero de los Remedios, pero ya se sabe, el hombre propone y la familia, sobre todo la mujer de uno, dispone. Porque, vamos a ver, qué se le ha perdido a un gallego, medio andaluz, eso sí, en un lugar donde miles, qué digo miles, millones de personas se apretujan en pocos metros cuadrados, sudan a chorros durante horas, no pueden beber ni comer a gusto en su caseta -sí, para más inri tengo caseta desde hace más de treinta años en la calle Pascual Márquez-, se gastan un dineral en una jarra de rebujito y una tortilla seca (de jamón ni hablamos porque entonces el montante se iría por la estratosfera), apenas pueden hablar porque la música de sevillanas, si hay suerte, o de reguetón, si tienes esa desgracia, te impiden dialogar con tus amigos, observas con envidia a los que van en coches de caballo, tienes que reírte porque si no dicen que eres un sieso, un malaje o un esaborío (para los que no son de estos lares, dícese de la persona antipática o aburrida, que no tiene gracia ni sentido del humor).

Porque para risas y juergas estoy yo. Este año no es que haga calor, es que el infierno ha querido participar de la fiesta y nos da un adelanto de lo que nos ocurrirá a los pecadores cuando la palmemos. Y para terminar con el cuadro, que ya me gustaría a mí ser Velázquez para pintarlo, no se nos ha ocurrido otra cosa que reformar la cocina completamente, ahora, y no dentro de seis o siete meses, con la fresquita, y ahí me tenéis, toda la casa llena de cajas, que todavía no me explico de dónde han salido tantos chismes y cachivaches, de electrodomésticos, de polvo, mucho polvo, polvo en todos y cada uno de los rincones de la vivienda, desayunando, comiendo y cenando fuera, un pastón, oiga. Porque lo que iba a terminar el viernes antes de Feria, ha continuado hasta ayer jueves, todo el día luchando con los albañiles, sorteando cajas y acordándome de la madre o el padre que inventó las reformas, seguro que ya en el Paleolítico se dedicaban a mover piedras de un lado para otro de la cueva. Y hasta dentro de un mes, como mínimo, no traen los muebles. Así que ya me diréis si tengo el cuerpo para farolillos.

Pues sí, tenga o no tenga ganas, aquí me tenéis, a punto de salir de casa, llamando a un cabify o a un taxi, otra pasta, porque no quiero imaginarme tener que coger el metro o el autobús, como en latas de sardinas. Así que, con el uniforme de la feria, chaqueta, corbata, pantalón de vestir, un clavel en la solapa y sudando a chorros, pongo mi mejor sonrisa, canto por lo bajini unas sevillanas de María del Monte para irme entonando y acompañado de mi mujer y de mi hija, bajo en el ascensor y espero a que llegue el taxi que he encargado por Free Now.

En el cielo, unas nubes amenazan lluvia, pero no caerá esa breva. De todas formas, estoy seguro de que cuando llegue al recinto ferial nada de lo que acabo de decir tendrá sentido. Veré bailar sevillanas a mis hijos, que bailan como los ángeles, no como su padre, que parece un pato amaneado, beberé un rebujito, comeré algo y, si se tercia, hasta me tomaré también una cerveza. O dos, que hoy a lo mejor se me da por tirar la casa por la ventana.

Feliz fin de feria, amigos. Y recordad que los gallegos tenemos mucha retranca.

Mar de Aral, lago Chad y ¿Doñana?

En los años 60 del pasado siglo el Mar de Aral era uno de los cuatro lagos más grandes del mundo, con una superficie de 68.000 kilómetros cuadrados. En la actualidad, el Mar de Aral se ha reducido a menos del 10% de su tamaño original. Tras los trasvases de agua realizados por la Unión Soviética de los ríos Amu Daria y Sir Daria que en él confluyen, el lago se redujo de manera drástica. Se pretendía desviar agua para regar cultivos, principalmente de algodón, en Uzbekistán y Kazajistán. Además, como resultado de proyectos industriales y vertidos de residuos de fertilizantes durante todo el siglo XX, el Mar tiene un alto índice de contaminación.

Mar de Aral en 1960 y en 2006

Con el lago Chad, en el centro de África, ha ocurrido algo parecido. La causa principal de la drástica disminución del agua es la captación de aguas para irrigación de cultivos, aunque el proceso de desertificación también ha influido. De 26.000 kilómetros cuadrados ha pasado a 900. La reducción del lago ha tenido efectos devastadores en Nigeria y la aparición de conflictos entre los países ribereños del lago: Chad, Níger, Nigeria y Camerún.

Evolución de la superficie del lago Chad

En Doñana se está produciendo una catástrofe similar. La última laguna de agua dulce de Doñana se ha secado. De un total de 3.000 registradas se ha perdido por completo el 60%, cubierto por vegetación terrestre. Hay animales que mueren al no encontrar dónde beber.

Además de la falta de lluvia y de algún incendio devastador como el ocurrido en 2017, la extracción de agua para uso agrícola y humano es una causa directa del estado actual: hay más de 3.000 hectáreas de cultivos ilegales y más de 1.000 pozos también ilegales, que están llevando al acuífero a una situación crítica. Con este escenario, el Parlamento andaluz ha aprobado la toma en consideración de la ley de regadíos de Doñana. Pan para hoy y hambre para mañana. La catástrofe está servida.

Los problemas del agua en el mundo son los que producen, en su mayor parte, las inmigraciones, los desplazamientos humanos. Esperemos que los habitantes del entorno de Doñana no se vean obligados hasta ese extremo.

Otra carta, y ya son muchas, a los Reyes Magos

Mi familia suele dirigir sus cartas de reyes a Baltasar, pero eso es restringir demasiado las cosas y, además, es un rey excesivamente materialista porque, según la Biblia, fue el que le regaló el oro al niño Jesús. Que sí, que ya sé que era una manera de reconocer a Jesús como rey, pero a sus padres seguro que les hubiera hecho más ilusión una cunita, unos pañales, una manta o un carrito de paseo. Así que, para evitar suspicacias y celos, se la dirijo a los tres. Yo no sé si realizan un trabajo en grupo, si todos leen todas las cartas y después se reparten los regalos (por ejemplo, tú la tablet, yo el libro y Baltasar la camisa) o si cada uno lee una carta y se encarga de todas las peticiones. Ni la Biblia, ni los exégetas o estudiosos que han elaborado diferentes teorías sobre el origen y organización de los Reyes Magos ha profundizado en este tema. Así que me limitaré a exponer lo que a mí me gustaría para el año 2023 y que se las apañen como puedan o les aconseje su leal y real saber y entender.

Queridos Reyes Magos:

¡Virgencita, como estoy! No se me ocurre frase que mejor resuma lo que pido. Este año 2022 ha sido pródigo en deseos cumplidos y, por encima de todos, el mejor regalo, el trabajo que desde hace poco más de un mes tiene mi hija en una bodega de Jerez. Esa era su mayor ilusión, mi deseo más grande y se cumplió. También fuisteis generosos con lo de la salud (mi hija tuvo un pequeño problema ocular, pero visto lo que acontece en personas cercanas, se puede considerar algo menor), también me regalasteis alguna prenda de vestir y libros, que siguen siendo uno de los regalos que más me gustan. Hablando de libros, este año 2022 lo recordaré siempre porque, sin que yo lo hubiera pedido ni imaginado, no sé cómo lo hicisteis pero publicaron mi primer libro de relatos y, como colofón, también conseguisteis que me invitaran a firmar en la Feria del Libro de Sevilla. ¿Se puede pedir más? Así que, como comprenderéis, va a ser difícil que 2023 mejore a 2022. Eso en cuanto a la familia, que repito no nos podemos quejar: Santiago sigue con un buen trabajo, Carmen hija trabaja y Carmen madre y yo seguimos disfrutando de buena salud, dentro de un orden, que ya tenemos una edad.

Sin embargo, me temo que no estuvisteis muy atentos y os despistasteis con Rusia y Ucrania, porque Putin está haciendo barbaridades por aquellos lares. Menos mal que no está Trump mandando en Estados Unidos porque no sé dónde estaríamos ahora. Tampoco estuvisteis muy finos con lo de las elecciones en Italia, aunque en América del Sur os habéis portado. Ahora espero que no miréis para otro lado en España, que la cosa no está para tirar cohetes. Como Ayuso siga haciendo de las suyas y Feijóo le ría las gracias, a ver dónde vamos a parar. Así que prestad atención, por favor. Podría decir muchas más cosas que tendríais que mejorar en política, pero me temo que ahí no tenéis mucha mano, será que en vuestra época lo de la democracia no se llevaba y no os habéis puesto al día. Si queréis, podemos quedar una tarde a tomar café o a comer, yo invito, y hablamos del tema.

En cuanto a mis peticiones, reconozco que no se me ocurre nada original, aparte de que continúe con la buena salud actual (la mía y la de mi familia, por supuesto y que sigamos tan unidos y queriéndonos como siempre), que sea capaz de convencer a mi mujer de hacer algún viaje al extranjero (Egipto, por ejemplo, y si puede ser alguno más, sea por España o Alemania, mejor que mejor); una radio, que la que tengo en la mesilla para escucharla por las noches y por la mañana ya está la pobre muy deteriorada y hace más ruido que otra cosa, pero una radio no demasiado grande; un par de cinturones para los vaqueros, o sea, que no sean de mucho vestir y, por supuesto, algún libro, que hemos hecho una inversión grande en una estupenda librería en el salón y hay que amortizarla, que tiene todavía muchos huecos libres. Que Santiago y Carmen sigan con sus buenos trabajos. Si se os ocurre algo más, bienvenido sea, lo dejo a vuestra elección. Porque lo de acabar con el hambre y las guerras en el mundo, impedir el cambio climático, gobiernos sensatos y cercanos a la ciudadanía, etc., me parece que se sale de vuestras competencias, pero si podéis hacer algo, por favor os lo pido, hacedlo.

Un saludo y que no se os acumule demasiado trabajo.

Reconocimiento

Si quiero convertirme en mí mismo, me miro en los demás. En los poetas que se desangran en las brillantes noches de estío. En el niño que busca a su escondido amigo invisible. En el vagabundo que deambula en el parque arrastrando su soledad. En el marino que otea perdidos y remotos horizontes.
¿Qué verán cuando me miran?
¿Qué dudas se escriben en el gélido aire del desengaño?
Tú no sigues mis pasos ni yo bebo tus vientos, pero te vigilo y me vigilas. No pierdo la esperanza de encontrarme, de encontrarte, de encontrarnos en este desierto que nos rodea, en este infinito desencanto que nos entumece. A pesar de todo, no pierdo la esperanza de convertirme en mí mismo y, quizás, hasta de reconocerme.

Porque, al final, todo consiste en eso, en reconocernos cuando miramos a través del espejo de los otros, en la lucha cotidiana contra el viento que sopla de través, en el abrazo a la sombra del enemigo, en esa luz, esa luz, esa luz que destella en el fondo de esa mirada, esa mirada, esa mirada que me traspasa.

Festa dos maios

Aunque en Coruña capital no recuerdo que se celebrara la fiesta de los mayos (festa dos maios), en los pueblos, sobre todo en los de Ourense y Pontevedra, sí se celebraban y espero y deseo que lo sigan haciendo.
Basado en ritos prerromanos y precristianos, el culto a la naturaleza, a la agricultura, ha estado siempre muy presente en Galicia y en muchas partes de España.
La fiesta consiste en realizar diversas representaciones alrededor de un árbol o escultura, llamada maio o mayo, consistente en una armazón o esqueleto de palos o tablas de forma cónica o piramidal, recubierto de tela metálica o arpillera, que se cubre de ramas, helechos, flores, hojas, hinojo o hierba. El armazón se construye sobre una plataforma que, a modo de camilla, permite transportar el mayo por las calles del lugar.
Acompañando a los mayos, hay grupos de personas, a menudo niñas o niños disfrazados —que también reciben la denominación de mayas y mayos— adornados con flores, hojas o ramas y con una corona de flores, que danzan y cantan coplas populares o «cantigas», a veces dialogadas, mientras caminan alrededor de la escultura, acompañados de la percusión de dos palos. Era habitual pedir a los asistentes un aguinaldo que, por Lugo y Orense, solía consistir en un puñado de castañas maiolas (castañas secas), nueces o avellanas, sustituidos hoy por dinero.
También se aprovechaba para realizar críticas a los poderosos, políticos y clero sobre todo, como se suele hacer en carnaval.

Curros Enríquez es uno de los grandes poetas gallegos, figura clave en el Rexurdimento, el renacimiento de la literatura gallega. Como los otros dos grandes poetas gallegos del XIX, Rosalía de Castro y Eduardo Pondal, los temas de sus poemas se centran en los problemas del pueblo gallego: la emigración, la pobreza, la explotación por parte del poder político y eclesiástico…

Uno de los poemas más conocidos de Curros Enríquez es «Ahí ven o maio», al que le puso música Luis Emilio Batallán.

https://youtu.be/R9RqiUfDn58

Ahi ven o maio
De frores cuberto
Puxéronse a porta
Cantándome os nenos
Os puchos furados
Pra min extendendo
Pedíronme crocas
Dos meus castiñeiros

Pasai rapaciños
Calados e quedos
Que o que é polo de hoxe
Que darvos non teño
Eu son voso probe
O pobo galego
Pra min non hai maio
Pra min sempre é inverno

Cando eu me atopare
De donos liberto
Que o pan non mo quiten
Trabucos e préstemos
Que, como os do abade
Frorezan meus eidos
Chegado habrá entón
O maio que eu quero

Queredes castañas
Dos meus castiñeiros
Cantádeme un maio
Sin bruxas nin demos
Un maio sin segas
Usuras nin preitos

….

Ahí viene mayo
De flores cubierto
Se pusieron en la puerta
A cantar los niños
Los sombreros agujereados
Hacia mí extendiendo
Me pidieron castañas
De mis castaños
Pasad, chiquillos
Callados y quietos
Que lo que es por lo de hoy
Que daros no tengo

Yo soy el pobre
Del pueblo gallego
Para mí no hay mayo
Para mí siempre es invierno.

Cuando yo me encuentre
De dueños libre

Que el pan no me lo quiten
Tributos y deudas
Que, como los del abad
Florezcan mis campos
Llegado habrá entonces
El mayo que yo quiero.

Queréis castañas
De mis castaños
Cantadme un mayo
Sin brujas ni demonios
Un mayo sin siegas
Usuras ni pleitos

Un covitoso en Rota

Alguna ventaja tendría que tener estar covitoso, otro neologismo que no sé si la rae lo habrá aceptado o lo aceptará próximamente.

Llevo ya doce días con covid, sin apenas síntomas, dando positivo sin duda, que las dos rayas del test, la C y la T, bien marcadas que están. Mi mujer también se contagió pero ella ya ha dado negativo. Como uno sigue siendo muy responsable, a pesar de la edad, que dicen las malas lenguas que cuando uno pasa de los sesentaytantos pierde la vergüenza, pues me he venido a mi retiro de Rota, solo, sin mi santa esposa, que ya es negativa (de covid, se entiende) y que cada vez que se cruza conmigo se pone la mascarilla. Como en nuestro piso de Sevilla, que es muy pequeño, nos estamos cruzando continuamente, pues resulta que continuamente mi mujer se pone la mascarilla, no vaya a ser que yo, positivo, vuelva a contagiarla a ella, negativa. Por mucho que yo le explique que con tres vacunas, además de la de la gripe y la del neumococo, y recién contagiada, el número de anticuerpos que tiene que tener debe de superar cualquier estadística, que el pobre virus ni se atreverá a acercarse a ella, que mis virus ya tienen que estar exhaustos y debilitados después de casi dos semanas y que no serían capaces de contagiar absolutamente a nadie, no hay manera, ella todo el día con la mascarilla y mirándome raro.

Así que he tomado la drástica decisión de dejarla sola en Sevilla y venirme yo a Rota. Ella, como es lógico, me ha animado y ha aplaudido mi decisión. Eso de «en la salud y en la enfermedad» creo que no lo entendió bien. Qué se le va a hacer, vivo con una hipocondríaca y no lo puede evitar.

Así que aquí estoy, yo solito, poniendo una lavadora y tendiéndola, planchando y limpiando algo el piso, aunque mi hija lo ha dejado como los chorros del oro. Pero también me he podido dedicar a otros menesteres: pasear por la playa hasta Punta Candor, tomar un café en la Plaza de las Canteras y después una cerveza en una terraza, comprar comida preparada en el Mercadito (costillas con salsa barbacoa, gambones al ajillo y patatas panaderas), escuchar a Mozart en el equipo de música, después ver una película repantingado en el sofá, leer un capítulo de Ágata ojo de gato de José Caballero Bonald e, incluso, me ha dado tiempo a acercarme a la Feria de Rota, aunque llovió y se me quitaron las ganas de quedarme.

Total, un aburrimiento esto de estar covitoso en Rota. Estoy dudando si hacerme otro test mañana o dejarlo ya, para más seguridad, hasta la semana que viene. La feria termina el domingo, este fin de semana hay carreras de motos en Jerez, parece que va a hacer buen tiempo. Porque mira que si mañana el test sale negativo…

El horóscopo

Hay ocasiones en que se hacen las cosas sin pensar, sin planificar y salen bien, y otras, seguramente la mayor parte de las veces, salen mal. Actuar o hablar de manera irreflexiva o emocional suele conducir a situaciones imprevistas y catastróficas y por eso no me gusta actuar o hablar así, aunque a veces, por pensar demasiado las cosas, he dejado pasar muchas buenas oportunidades.

Dicen que los tauro somos personas previsibles, sistemáticas, prácticas, ordenadas, en suma, personas aburridas. Por eso no nos gusta improvisar, quizás porque tenemos aversión a las sorpresas y porque no tenemos reflejos para responder de la manera más apropiada a aquello que surge de repente. También dicen los expertos en astrología que somos personas tranquilas y plácidas la mayor parte del tiempo, pero impetuosos y brutales cuando se nos enfada o se nos cruzan los cables. Serios, trabajadores y pragmáticos, si se nos mete una cosa en la cabeza no paramos hasta conseguirla porque la constancia es una de nuestras más reconocidas virtudes. Pero la monotonía, la planificación o el orden tienen hoy muy mala prensa, por eso los tauro estamos de capa caída. Ahora hay que tener un pensamiento divergente, original, que se salga de lo corriente, saber improvisar, sorprender. Pero no busquéis en los tauro sorpresas, ni fuegos artificiales. Por lo menos en la mayor parte de los tauro, aunque habrá honrosas excepciones, supongo.

Eugenio y yo estábamos de acuerdo en muy pocas cosas; yo era del Madrid y él del Barça, a mi me gustaba hacer deporte y leer mucho y él se pasaba el tiempo libre tumbado viendo la televisión, a mí me gustaba viajar y él sólo se movía del pueblo para visitar a la familia o para ir al médico, yo de izquierdas y él de derechas, a mí me gustaban las morenas y delgadas y a él las rubias y gorditas. Total, que no compartíamos casi ningún gusto, pero simpatizábamos, vaya usted a saber por qué y siempre buscábamos momentos para estar juntos. Era un buen conversador y sabía argumentar sus razonamientos con mucha inteligencia y habilidad y me costaba, lo reconozco, vencerle en las discusiones. Por eso, quizás, me gustaba, porque veía en él un contrincante a mi altura con el que merecía la pena competir, sobre todo en ajedrez. Una de las pocas cosas que compartíamos era nuestra afición al ajedrez, pero en esto también diferíamos. A mi me gustaba plantear partidas tranquilas, con movimientos poco arriesgados, basándome en la defensa y arriesgándome sólo lo imprescindible. Una defensa Caro Kan, una india de dama o una Petrov eran mis favoritas mientras que a Eugenio le gustaban la siciliana o la india de rey. Él siempre buscaba sacrificios imposibles, aperturas raras para que yo no pudiera basarme en la teoría o distracciones de cualquier tipo para que no pudiera concentrarme. Yo quería planteamientos a largo plazo, situando mis piezas sin fisuras, pero él prefería los golpes de efecto, las improvisaciones, los movimientos arriesgados. «Prefiero morir matando a morirme de aburrimiento» era su frase preferida cuando llevábamos más de una hora sentados ante el tablero. «Eugenio, el ajedrez es un juego de lógica, de previsión, de planificación, no una forma de suicidio». La verdad es que yo era mejor jugador y ganaba la mayor parte de las partidas, pero a veces me sorprendía con jugadas maravillosas que después comentábamos cuando me ganaba. En las tardes de invierno, con el viento soplando furioso, las olas balanceando los barcos y las gotas de lluvia golpeando los cristales, un café caliente, una copa de brandy y una partida de ajedrez eran el mejor modo de pasar el tiempo.

En aquella época el tiempo transcurría con lentitud, con amable y tranquila pereza y las horas y los días se desgranaban sin apenas sobresaltos, unos iguales a otros, sin luces ni sombras ni altibajos ni estrépito. No éramos conscientes de que la vida era eso y no fuimos capaces de saborearla, de concentrarnos en apresar los momentos como un auténtico tesoro, como un placer de los sentidos, que se acorchaban sin remedio, ausentes y distraídos. El tiempo flotaba delante de nosotros, como las hojas doradas en el otoño, como globos irisados, y no supimos cerrar las manos alrededor y apresarlo y hacer un lazo y amarrarlo y esconderlo en lo más hondo y profundo del pecho para que nunca se escapara. Y se escapó. Y ya nunca más busqué el tiempo perdido ni lo encontré en una magdalena. El olvido arrinconó o diluyó demasiados recuerdos. Esos días, sin embargo, los puedo recordar con nitidez, como si hubieran transcurrido ayer, pero han pasado ya demasiados años.

Recuerdo a mi compañero Eugenio sentado al lado de la puerta del café, abriendo el periódico todas las mañanas por la página donde leía lo que los astros le deparaban. Supersticioso como pocas personas a las que he conocido, se creía al pie de la letra todo lo que pronosticaba el experto en astrología del diario, que seguramente también escribiría sobre deportes, sucesos o notas de sociedad y me leía en voz alta lo que allí se decía, mientras yo me tomaba el café con la tostada. Un escorpio como él era opuesto a mí, según decía, aunque también nos complementábamos. Me gustaba charlar con él y discutir sobre las cosas más variadas y peregrinas, de fútbol, de política, de mujeres, de economía, de pesca, del tiempo o de cualquier tema que surgiera.

Cuando los pronósticos del horóscopo eran favorables y el viento soplaba a favor, los días al lado de Eugenio eran alegres, divertidos, llenos de conversaciones inteligentes, irónicas, de largos paseos por los caminos que rodeaban el pueblo o que se asomaban a la ría. Pero si los pronósticos eran aciagos o pesimistas, yo tenía que alejarme, distanciarme de un ser que podía llegar a ser nocivo, incluso violento. Lo bueno es que los horóscopos raras veces predecían días totalmente negativos, sino que siempre dejaban una puerta a la esperanza y a eso me agarraba yo e intentaba que él también se apoyara en la parte más positiva. Pero en esos días los silencios se agrandaban, el gesto de su rostro era hosco, desagradable y la mirada perdida y baja, las manos en los bolsillos de la chaqueta o de los pantalones, los pasos largos. Como yo estaba acostumbrado a esa situación, caminaba a su lado y apenas le hablaba. Sólo cuando se iba acercando la medianoche y el día estaba a punto de terminar, las miradas al reloj eran cada vez más frecuentes y en su cara se percibía el cambio de humor. Entonces era cuando podíamos comenzar a hablar casi sin problemas ni malos modos.

Una tarde de invierno, anocheciendo, sentados frente al tablero de ajedrez al lado de la ventana que daba al puerto y a la ría, comentábamos un suceso que había ocurrido días atrás en la fábrica de conservas del pueblo. El dueño había echado a una mujer porque, según decía, había estado robando latas a lo largo de varios meses. El encargado había sospechado de ella y la estuvo vigilando durante dos o tres semanas. Efectivamente, la mujer, una señora casada con un carpintero y madre de cuatro hijos todavía pequeños, metía cada vez tres o cuatro latas de conservas en su bolso y se las llevaba a su casa. Después, según se comprobó, las vendía a las vecinas y se ganaba un dinero extra. Ese dinero, según comentó después ante magistratura, era para compensar lo poco que ganaba en la fábrica y que le permitía llegar a fin de mes. Nosotros conocíamos a la familia y considerábamos muy injusta la decisión de la magistratura, que le dio la razón al propietario y dejó a la mujer sin trabajo. «No hay derecho a que se explote así a la gente», «con los millones que gana la conservera, podían haber hecho la vista gorda o llamarle la atención y avisarla, pero no echarla, a ver qué van a hacer ahora, porque con lo que gana el marido imposible vivir dignamente», «y lo malo es que a ver ahora quién la contrata para hacer cualquier trabajo, porque en los pueblos ya se sabe». Cuando llevábamos hablando un buen rato sobre el tema, Eugenio dijo «esto no puede quedar así, tenemos que darle una lección al dueño para que aprenda». Yo estuve de acuerdo, pero dije que no se me ocurría nada, como no fuera intentar hablar con él para convencerle de que volviera a contratarla. «Eso seguro que no arregla nada, conociendo al personaje, que es un impresentable y un hijo de su madre» comentó mi compañero. «Pues ya me dirás, porque dejar de comprarle latas de conserva no me parece que sea demasiado eficaz, o hacer campaña en contra en el pueblo sería ineficaz y contraproducente, porque la mayor parte de las familias depende de ese trabajo», terminé de razonar. No veía una solución porque, entre otras cosas, la mujer había confesado los hurtos y el empresario no iba a dar marcha atrás, porque quería dar un escarmiento y que nadie volviera a intentar llevarse nada de la fábrica.

No me gusta tomar decisiones a la ligera porque me asustan las posibles consecuencias negativas, o el ridículo, o el qué dirán. Por eso, cuando Eugenio me dijo que se le había ocurrido algo, mientras nos dirigíamos hacia la fábrica que estaba situada en las afueras del pueblo, en la carretera que llevaba hacia la capital, algo me dijo que debería detenerlo. «A ver, qué se te ha ocurrido», dije con un pequeño temblor en la voz. «Ya lo verás, y si no quieres acompañarme, quédate aquí».

Hay situaciones, momentos en la vida o decisiones que pueden cambiar el destino de los hombres. La mayor parte de las veces son acciones sin importancia, que hacemos con frecuencia, como cruzar una calle distraído, pasar debajo de un balcón con macetas, comer sin masticar bien un trozo de pollo, decir sí o no, callar cuando tienes que hablar o hablar cuando deberías permanecer callado, llegar tarde a una cita, coger un avión o un coche… Todos los días realizamos gestos como esos y casi nunca tienen trascendencia. Pero un coche que se salta un semáforo, una maceta suelta, decir una palabra o una frase a destiempo, girar a la derecha en lugar de a la izquierda o aplazar un viaje, por ejemplo, pueden acabar con uno en un instante o con el futuro hecho trizas. Yo no sabía en ese momento que la decisión de seguir andando al lado de Eugenio o detenerme y darme la vuelta podía cambiar mi vida. Los tauro somos prudentes pero no cobardes y el tono de voz de Eugenio era desafiante, como un trapo rojo que ponía delante de mí y yo, sin dudarlo, acudí sin pensar al engaño. Ese es nuestro problema, a veces pensamos demasiado las cosas pero nos dejamos convencer o llevar con cierta facilidad. Eugenio no me engañó, pero me retó, y eso, todo hay que decirlo en honor a la verdad, suponía que Eugenio me conocía muy bien. No intentó convencerme, sino desafiarme, una de las mejores maneras de hacer actuar a un tauro.

Llegamos a una de las puertas de la fábrica, una nave enorme, paredes muy altas, con cierto aire decadente o de abandono, desconchones en las paredes, cristales sucios. Había dos coches aparcados en un lateral, uno de ellos lo conocíamos muy bien, un Mercedes negro con matrícula antigua, pero muy bien cuidado. El otro vehículo era un Ford Fiesta. Eugenio me dijo que diéramos una vuelta. Algunos focos iluminaban el exterior. Sabíamos que Luis, el guarda de la conservera, un  marinero jubilado que tenía muy malas pulgas, estaba de baja por una lesión en una pierna; lo veíamos todos los días acodado en la barra de uno de los bares del paseo marítimo charlando con otros marineros, contando sus aventuras en el Mar del Norte. En la fábrica no se necesitaba un guarda, nunca habían intentado robar, entre otras cosas porque en las oficinas no había dinero en efectivo y a nadie se le ocurriría, según se decía en el pueblo, robar latas de conservas. Pero Luis había sido amigo de la infancia del dueño, había trabajado en uno de sus barcos pesqueros y era una manera de agradecerle los servicios prestados y añadir algo de dinero a la escasa pensión.

Eugenio se asomó con precaución a la ventana de la oficina. Allí estaba el dueño, revisando un libro de cuentas y charlando con uno de sus hijos, el menor, el que seguramente se haría con las riendas de la fábrica ya que los otros dos, un médico y un arquitecto, se había ido del pueblo hacía años. El hijo era un muchacho alto, muy fuerte, acostumbrado a hacer deporte. Siempre en chándal, se paseaba por las calles luciendo palmito y atrayendo las miradas de las muchachas, guapo, rico, simpático, el mejor partido de la localidad. Él picaba aquí y allá, pero todavía no había elegido. Según decían las malas lenguas, le gustaba más la carne que el pescado, lo que en un pueblo marinero era una auténtica herejía.

Eugenio me hizo una señal para que nos deslizáramos bajo la ventana para evitar ser vistos. Sacó un spray de su chaquetón y se dirigió al Mercedes. Antes de que pudiera darme cuenta, había escrito con pintura blanca en el lateral “Conservera, mafia explotadora” y lo culminó con círculos y rayas alrededor de todo el coche. Intenté evitarlo, pero se dirigió al otro coche y escribió “Paco es maric”. Esto ya no lo pude consentir y antes de que terminara de escribir, intenté quitarle el spray. Hay líneas que no se deben traspasar. Yo era más fuerte y más ágil que Eugenio, pero se resistía con uñas y dientes. Los resoplidos y el forcejeo llamaron la atención de padre e hijo, que salieron a la puerta y nos vieron luchando. Al principio no se dieron cuenta de lo que pasaba y se acercaron con la intención de separarnos, diciéndonos que dejáramos de pelear. Pero Paco, viendo lo que Eugenio había escrito, se lo señaló a su padre, se enfureció, volvió a entrar en la oficina y salió con un bate de béisbol, que seguramente tendría el guarda como arma disuasoria. Sin mediar palabra, le dio un fuerte golpe a Eulogio en un costado y éste cayó al suelo retorciéndose entre gritos de dolor. Después se dirigió a mí e intentó hacer lo mismo. En aquella época yo era bastante fuerte y muy flexible, así que me eché a un lado y esquivé el primer golpe. El padre intentó impedir la pelea, mientras le decía a su hijo que no siguiera, que nos denunciarían y que ya pagaríamos lo que habíamos hecho. Pero Paco estaba ya fuera de sí porque había leído lo que se había intentado escribir en su coche. Me arrinconó en una esquina y lo último que recuerdo fue un estallido de luz y un enorme dolor en la cabeza.

Treinta y cinco años después, a mil kilómetros de distancia, sentado en un banco frente a un mar tranquilo por el que algunos veleros navegan perezosamente, no sé por qué hoy me viene a la memoria lo que ocurrió ese día. Según me contaron después, estuve cerca de un mes en coma, rodeado de máquinas que me ayudaban a respirar, cables que monitorizaban corazón, pulmones, tensión arterial, ondas cerebrales. El golpe había sido brutal en la frente y estuvo a punto de matarme. Poco a poco, sin embargo, fui recuperándome, salí del coma y comencé a mover los ojos, las manos, los brazos, empecé a hablar, a recordar, lentamente, lo que había pasado. Sufría, y sufro todavía, grandes lagunas de memoria, aunque lo sucedido ese día, curiosamente, lo recuerdo con total claridad, pero la movilidad de las piernas costó mucho más. Años de rehabilitación, fuertes dolores en la cabeza, lapsus en el habla y otros problemas neurológicos me impidieron volver a dar clase. Me dieron la baja definitiva y desde entonces cobro una pensión que me permite vivir sin problemas. Me alejé del pueblo y busqué otro lugar tranquilo, también al lado del mar. Me sería imposible vivir lejos de la gran madre, de donde todos venimos, de su arrullo, de su abrazo, lánguido a veces, furioso otras, pero siempre amoroso.

La conservera desapareció. Después del incidente, la policía investigó el suceso y encontró que el dueño de la conservera y su hijo se dedicaban al tráfico de drogas, al blanqueo de dinero y a otros negocios sucios, incluido el tráfico de mujeres. A ellos los metieron en la cárcel, donde estuvieron muchos años y hoy, muerto el padre, no se sabe dónde está el hijo que me agredió. Quizás saliera del país, se haya establecido en algún paraíso fiscal o en algún lugar donde no se pueda localizar.

Mi amigo Eugenio me viene a ver a veces. Se jubiló hace tres o cuatro años y tampoco se casó. “No soy capaz de aguantarme a mí mismo, como para aguantar a otra persona; al único que soportaba un poco era a ti”, me dice muchas veces, sonriendo. Él tuvo más suerte que yo, sólo tres o cuatro costillas rotas y un pequeño golpe en la cabeza. Después del incidente dejó de leer el horóscopo “menuda mierda de predicción la de aquel día, que tendríamos un día lleno de aventuras, claro que fue una aventura, pero estuvo a punto de costarnos la vida y de eso no decía nada, así que ya no lo leo nunca”. “Pues mira tú, yo sí que me aficioné a leer el horóscopo”, le dije “porque más acertado ese día no pudo ser”.

Desde entonces miro la vida con otros ojos. He dejado de ser tauro y ahora me he apuntado a los piscis, a los que más les gusta improvisar del zodiaco. Abro todos los días la página por donde el periodista, el astrólogo o el becario de turno escriben aquello que se les ocurre sobre lo que me sucederá a lo largo del día y dejo que ellos y el destino decidan por mí, total, si el azar o las estrellas lo dirigen todo, para qué preocuparse.

Mis cartas a los Reyes Magos

Supongo que a estas alturas de enero la mayor parte de vosotros ya habréis escrito vuestra carta a los Reyes Magos en las que, supongo también, les habréis pedido con mucho énfasis, SALUD, MUCHA SALUD. Y no es para menos vistas las circunstancias. Cada vez conozco a más gente contagiada, y cada vez está más cerca el contagio, rondando peligrosamente. Lo malo es que por mucho que uno ponga todo el empeño siguiendo las medidas que están a su alcance no podemos ni debemos vivir en una burbuja. Mascarilla, distancia social, vacuna, lavado frecuente de manos… Todos conocemos el protocolo, pero no cabe duda de que no existe un cien por cien de seguridad. Así que hay que tomárselo con filosofía y pensar que tarde o temprano nos vamos a contagiar, esperemos que los síntomas sean leves o, en su defecto, que nos coja confesados

En estos últimos años he escrito cartas los Reyes Magos que han servido a algunos como ejemplo. Lo sé porque me lo han dicho, no porque yo lo haya adivinado. Y como hay que empezar el año de alguna manera y escribiendo cualquier cosa en este blog, que durante las vacaciones lo he tenido algo abandonado, a continuación hago una recopilación de esas cartas, por si os sirven de inspiración. Todavía estáis a tiempo de que vuestros deseos se hagan realidad, porque los Reyes Magos, aunque no os lo creáis, están ahí, dispuestos a ayudaros. Intentar lo intentan, pero, a veces, las circunstancias no les permiten trabajar como ellos quisieran. Felices Reyes y feliz 2022.

Carta a los Reyes Magos (noviembre de 2017)

Queridos Melchor y Gaspar (noviembre de 2018)

Queridos Melchor y Gaspar Black Friday (noviembre de 2019)

Cartas a los Reyes Magos (noviembre de 2020)

Esto no es una carta a los Reyes Magos (noviembre de 2021)

Imprimible gratis! Carta los Reyes Magos de Oriente | Carta a los reyes, Cartas  reyes magos, Carta a papá noel