La política y los políticos

«Puedo escribir los versos más tristes esta noche» (Pablo Neruda). «Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario» (Amanece que no es poco, película de José Luis Cuerda).

Algunos se preguntarán qué tienen que ver Los veinte poemas de amor y una canción desesperada con el humor absurdo y surrealista de la película rodada en un pueblo de Albacete y con la que disfruto cada vez que la veo. La verdad es que confieso que no lo sé, pero se me ha ocurrido unirlas para hablar de lo que sucede en la actualidad y lo que pasó hace ya 43 años.

El 23 de febrero de 1981 hacía cinco meses que yo vivía en Sevilla -mejor dicho, entre Sevilla y Dos Hermanas, en Montequinto-, tenía 25 años, vivía solo y faltaban poco más de cinco meses para que Carmen y yo uniéramos nuestros destinos (algo de poesía, que no se diga, Neruda). Yo había llegado hacía poco del colegio, porque entonces había jornada partida, me estaba duchando y aprovechaba para escuchar en el transistor la votación para la investidura como Presidente del Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo. Cuando estaba a punto de salir de la bañera, empecé a escuchar los gritos y los disparos. No me resbalé del susto de auténtico milagro. Secarme, vestirme y seguir escuchando las noticias fue lo siguiente que hice. Me senté en el salón, puse la televisión y ya no hice nada más en todo lo que restaba de tarde y noche. Ni siquiera me acuerdo si llegué a cenar. Toda la noche en blanco, esperando con angustia y deseando que todo terminara felizmente, como así ocurrió al día siguiente. Seguro que todos los que vivieron aquello recuerdan con nitidez esas horas y cada 23F vuelvo a recordarlo.

Regresando al presente confesaré algo: estoy cada vez más desilusionado con los políticos y los partidos de nuestro país. Siempre me ha gustado la política porque creo que es imprescindible para el buen funcionamiento de un estado. Aunque nunca he sido militante de ningún partido, confieso que desde que puedo votar, y lo hice por vez primera en 1977, las primeras elecciones libres desde 1936 y las primeras elecciones libres después de la muerte de Franco, siempre lo he hecho a partidos de izquierda. Esa primera vez voté al Partido Socialista Popular de Enrique Tierno Galván (ya no quedan políticos de su talla ni de su preparación). Recuerdo la emoción de ese gesto de elegir la papeleta, introducirla en el sobre, esperar a que me llegara el turno en la fila y votar. Después no he faltado a ninguna cita electoral. Pero confieso que cada vez tengo más dudas y menos ganas.

Lo que ha ocurrido en España en los últimos años se ha producido de manera vertiginosa: crisis económica de 2008, reforma laboral de 2010 de Rodríguez Zapatero, el movimiento 15M de 2011 y la Acampada de Sol, las Asambleas Populares que trajeron un soplo de aire fresco a la política española, el nacimiento de las Mareas y de Podemos, la corrupción del PP y los numerosos casos juzgados y los que todavía están a la espera de juicio, la moción de censura contra Rajoy en 2018, la crisis del PP de Casado y la llegada desde Galicia de Feijóo, la Presidencia del Gobierno de Pedro Sánchez, la pérdida de poder del PSOE en Andalucía y otras comunidades… Sé que hay muchos más acontecimientos, pero tampoco quiero extenderme demasiado.

Lo que sí quiero reflejar es el cansancio y la desilusión que se está instalando en mi percepción y en mis opiniones sobre los políticos. ¿Es que nuestros partidos no tienen mecanismos para conocer los casos de corrupción que hay dentro de ellos? ¿Es que los partidos políticos no saber hacer autocrítica? ¿Es que ningún político sabe o quiere dimitir y/o reconocer sus errores y sus fracasos? ¿Es que los políticos piensan realmente en los ciudadanos o se piensan que somos tontos? Podría seguir haciéndome preguntas de este tipo hasta mañana.

Ni el PP ni el PSOE ni tampoco Podemos, Sumar, Junts…, pueden dar lecciones de  coherencia, de transparencia, de generosidad. El cesarismo se ha instalado en las cúpulas de los partidos y el que se mueva en la foto ya sabe lo que le va a ocurrir. Echo de menos las corrientes críticas, las voces discordantes (García Page, es una excepción), las lógicas discrepancias, tan necesarias en los partidos para evitar su anquilosamiento. Pero observo que eso ya no existe. El último caso, el de Koldo García Izaguirre, parece un esperpento que si viviera Valle-Inclán podría ponerse las botas. No sé qué estudios o qué preparación tendrá Koldo García, pero en su currículum figuran varias detenciones y condenas por violencia, ser portero de un club nocturno, vigilante jurado, escolta, chófer, asesor y escolta de José Luis Abalos hasta hace un par de días . Eso le permitió, entre otras cosas, ser consejero de Renfe Mercancías, además de tener múltiples contactos con empresarios y, según parece, enriquecerse con la venta de mascarillas (creo que es un experto en billetes de 500 euros). Su mujer, además, fue nombrada secretaria en el Ministerio de Transportes. A pesar de las denuncias de miembros de su propio partido, José Luis Ábalos, que no sé qué hace todavía en el Congreso o cómo no ha sido fulminantemente dado de baja en el PSOE, nunca hizo nada y lo mantuvo a su lado. Lo de ver la paja en el ojo ajeno, ya se sabe. ¡Qué decepción! Estoy ya harto del «y tú más».

Voy terminando: la política es necesaria, los políticos son contingentes y, muchas veces, innecesarios, prescindibles totalmente. Los partidos se han convertido en agencias de colocación en ayuntamientos, diputaciones, empresas públicas y privadas, etc., por eso apenas hay ya crítica (¿Qué hay de los mío? es la pregunta que más se escucha en las sedes de esos partidos).

Para terminar, eso sí que es necesario hacerlo, vaya mi recuerdo a las víctimas de la tragedia de Valencia, a las víctimas de Gaza, a las víctimas de la guerra en Ucrania y de otras guerras menos conocidas en lugares recónditos, a los millones de víctimas del hambre, de la codicia, de la violencia machista, de la explotación. Llevamos unos siglos en los que nunca ha sido tan real la locución latina Homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre (y para la mujer, más, añadiría yo).

Y un 23 de febrero de 1837, casi se me olvida,  nació en Santiago de Compostela Rosalía de Castro, a la que dedicaré alguna entrada y muchas más líneas.

Hoy es 23F

Hace casi seis meses que me he venido a vivir a Sevilla, mejor dicho, a una zona que está entre Sevilla y Dos Hermanas, llamada Montequinto. Vivo solo, en un octavo piso de un bloque que forma parte de una urbanización todavía poco habitada. Una mujer es el motivo de que haya dejado mi Coruña natal y de que me haya embarcado en una aventura que, como todas las que giran alrededor del amor, están llenas de emoción, de vértigo y de ilusión. Tengo 25 años y en unos meses me casaré.

Ella vive en Aroche, un pueblo del norte de la provincia de Huelva y es maestra como yo. Además, es prima segunda mía y la conozco desde que tengo 13 años. Pero entonces ella apenas me miraba porque era un poco mayor que yo y en esas edades se nota mucho la diferencia de madurez y de intereses. Sólo unos años después, cuando hice el servicio militar en Sevilla y coincidimos algunas veces, comenzó a fijarse un poco más en mí. Pero esa es otra historia.

Estoy solo en un piso que hemos comprado en septiembre de 1980. Está casi vacío, apenas una cama, una pequeña salita con televisor y una cocina que sólo utilizo para hacerme el desayuno, calentar la comida de Carmen y poco más. Carmen me trae comida cuando viene a verme cada dos fines de semana (el intermedio yo voy a verla a Aroche, no podemos estar tantos días sin vernos). Estamos amueblando el piso poco a poco, haciendo muchas cuentas, la hipoteca, el coche, las letras… Antes los novios casi ni se planteaban alquilar un piso, había que comprarlo, sobre todo si tenían dos nóminas como nosotros, escasas, pero dos. Los tiempos han cambiado, ahora las parejas se van a vivir juntas antes de casarse, si se casan, claro.

Hoy es lunes, 23 de febrero de 1981. Trabajo como maestro en un colegio de Dos Hermanas, con jornada partida. Salgo a las cinco de clase y en mi 127 amarillo llego a Montequinto antes de las cinco y media. Me gusta hacer ejercicio, sobre todo correr, pero hoy no me apetece. Hago algo de gimnasia y empiezo a ducharme sobre las seis y cuarto. Siempre pongo la radio para escuchar música mientras me ducho, pero hoy se está votando en el Congreso de los Diputados la investidura del candidato Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno, ya que Adolfo Suárez presentó la dimisión y me interesa, aunque ya se sabe de antemano, el resultado. El secretario del Congreso va leyendo uno a uno el nombre de los Diputados, que en voz alta van dando su voto afirmativo o negativo. Estoy totalmente enjabonado, sin echar demasiada cuenta en lo que está ocurriendo en el Congreso, cuando me llaman la atención unos gritos lejanos y el comentario del locutor que dice que unos guardias civiles han entrado.

Sin ser consciente todavía de la gravedad de lo que está ocurriendo, cuando me estoy enjuagando se escuchan unas ráfagas y es entonces cuando me entra un escalofrío y me seco a toda velocidad. En la radio apenas hay ya novedad, el locutor no puede hablar y se escuchan gritos de fondo. Lo que ocurrió después, ya es historia. Pero las horas que pasé solo en el piso, sin teléfono y sin salir de casa por la incertidumbre de lo que estaba pasando y de lo que podría ocurrir, nunca se me olvidarán. Una noche de insomnio, puedo asegurarlo.