Viaje a La Manga (y IV)

Sexto día. 5 de abril

Hoy nos hemos dado una paliza de autobús. La Manga está muy bien aunque aburrida en esta época, el hotel es bueno, las comidas abundantes, variadas y de calidad, pero la situación para poder recorrer Murcia no es la más adecuada ya que está en un extremo de la provincia y las ciudades y pueblos más importantes están muy alejados. Si uno quiere descansar y desconectar, pues bueno, puede elegir La Manga, pero como quiera conocer la Comunidad mejor que elija otro lugar.

La segunda excursión que hemos programado con Mundiplan es a Caravaca de la Cruz y al Santuario de la Virgen de la Esperanza en Calasparra. Hasta Caravaca hay una hora y media de viaje en autobús, unos 135 kilómetros. Como salimos sobre las nueve de la mañana llegamos allí a las diez y media aproximadamente. Aunque las carreteras son buenas, no deja de ser un viaje pesado. El autobús nos deja en el restaurante donde comeremos a mediodía. Desde allí vamos dando un paseo por el pueblo hasta llegar al Museo de los caballos del vino, situado en una casa-palacio del siglo XVIII. En diferentes salas, mediante una visita guiada, se puede ver todo lo relativo a esta fiesta que se celebra el 2 de mayo y que gira en torno a la importancia del caballo y que culmina con la carrera en la que diferentes peñas rivalizan para recorrer en el menor tiempo posible la cuesta del castillo. Los caballos están cubiertos con mantos bordados durante el año y cuatro mozos se agarran a los lados y corren a la par. El caballo queda eliminado si alguno de los mozos se suelta. Aunque no he visto la celebración en directo las imágenes de la carrera son realmente espectaculares.

Después nos dirigimos por el mismo camino por el que discurre la carrera al Santuario de la Vera Cruz, una cuesta bastante empinada. Mucha gente, no sólo los que vamos de excursión se acerca a la Basílica en peregrinación para besar la pequeña cruz en la que se encuentra el Lignum Crucis, es decir, un fragmento de la cruz en la que Jesucristo fue crucificado. Tanto el interior de la Basílica, sobre todo el presbiterio, como la portada, que asemeja a un retablo barroco, son dignos de resaltar. A continuación visitamos el Museo de la Vera Cruz, adosado al Santuario, donde se encuentra la Custodia de la Cruz, una pieza de gran valor ornamental.

Después del almuerzo volvemos al autobús y, por una carretera estrecha y con muchas curvas nos acercamos al Santuario de la Virgen de la Esperanza, en Calasparra. El Santuario está situado en una gruta excavada en la Roca y en él se encuentran dos imágenes de la Virgen: La Pequeñica y La Grande. Subimos hasta el camerino de La Grande y podemos contemplar las joyas y los mantos de la Virgen. El río Segura, que en este lugar lleva bastante caudal, corre a pocos metros, entre una abundante vegetación que contrasta con la sequedad con la que nos encontramos generalmente en Murcia. La verdad es que tanto el Santuario como el entorno merecen la pena visitarse. Regresamos por una carretera diferente, pero el paisaje sigue siendo casi el mismo: tierras calizas y arcillosas, escasa vegetación, muy poca agua, y la poca que hay es la que vemos en el trasvase del Tajo-Segura y muchas huertas. Es admirable la capacidad de estas gentes de cultivar la tierra sin apenas agua. No me puedo imaginar lo que harían si lloviera un poco más lo que, por cierto, no ocurrió ni una sola vez en los diez días que estuvimos por aquí mientras que en el resto de España las borrascas regaban prácticamente a todas las provincias.

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Séptimo día. 6 de abril

Hoy visitamos Lorca, tercera ciudad en importancia de la región, tras Murcia y Cartagena. Si ayer llegamos bastante cansados de la excursión a Caravaca de la Cruz y Calasparra hoy no nos podemos quejar, pues tanto el viaje en autobús como el recorrido por la ciudad y el castillo han sido bastante más tranquilos. José Luis y Magdalena no han venido porque ellos ya habían parado en Lorca cuando vinieron a La Manga y, además, habían dormido en el Parador, que se encuentra dentro del recinto del castillo.

El autobús nos deja muy cerca del Centro de Atención al Visitante de Lorca, donde nos dejan un plano de la ciudad, nos explican que es el segundo término municipal más extenso, tras Cáceres, y comenzamos la visita. Primero nos detenemos en una de las puertas de la antigua muralla que cerraba la ciudad medieval y que bajaba desde el castillo. Callejeando, entre numerosos edificios en los que se observan todavía los estragos del terremoto de 2011, llegamos hasta la Plaza de España, donde se encuentran el Ayuntamiento y la iglesia ex-colegiata de San Patricio, en la que entramos y deambulamos por ella mientras la guía nos explica los puntos de mayor interés. Al salir nos detenemos delante del Imafronte, la fachada principal y uno de los elementos más destacados de la iglesia. En una esquina de la plaza nos encontramos también el Palacio del Corregidor y las Salas Capitulares, lo que hace que el conjunto de la plaza sea realmente extraordinario y una de las plazas más bonitas que conozco.

Como la guía nos deja un poco de tiempo libre, mientras Carmen y Manoli se quedan comprando en los alrededores de la plaza, Juan Esteban y yo andamos un poco y nos dirigimos a la Calle Mayor, una de las principales vías de la ciudad. Allí preguntamos a varias personas donde podemos comprar los dulces más famosos de Lorca, las yemas. Nos recomiendan una pastelería en esa calle y compramos de dos tipos: las tradicionales de caramelo y unas de ron que nos dan a probar y, por supuesto, caemos en la tentación.

Regresamos al punto de encuentro, el Museo de Bordados del Paso Blanco (MUBBLA). Aquí debo mencionar una de las tradiciones más famosas de Lorca, las procesiones de Semana Santa, que se realizan el Viernes de Dolores, el Domingo de Ramos, el Jueves Santo y el Viernes Santo. Aunque hay procesiones exclusivamente religiosas, las más conocidas son los desfiles bíblico-pasionales en los que se contemplan, a modo de los desfiles de moros y cristianos, diferentes representaciones de la Biblia y algunos personajes históricos. El pueblo hebreo, Cleopatra, cuadrigas de caballos, romanos, egipcios o etíopes se entremezclan con imágenes religiosas. Había visto algunos reportajes en la televisión, pero ver los bordados y las imágenes en el MUBBLA, ubicado en el antiguo convento de Santo Domingo, realmente es espectacular. El trabajo artesano de las bordadoras o la riqueza de las imágenes es de las cosas que más nos han gustado. Después de una hora de visita callejeamos un poco por Lorca, comprobando que es una ciudad monumental, con grandes palacios e iglesias.

Después de comer subimos al Castillo de Lorca por una carretera sinuosa y estrecha. En el interior del castillo está el Parador de Lorca. Recorremos los diversos espacios, subimos a las almenas y a una de las torres, concretamente la Torre del Homenaje, desde donde podemos observar no sólo la ciudad de Lorca, sino los valles y montañas que la rodean. También entramos en la sinagoga que se encuentra dentro del castillo, quizás la mejor conservada de España. Si uno lo piensa bien, prácticamente todos los monumentos que se admiran en los viajes y a nuestro alrededor tienen que ver con la religión y con la guerra; en definitiva, con el poder y con el miedo. O sea, con el poder.

Y regreso a La Manga.

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Días octavo, noveno y décimo. 7, 8 y 9 de abril

Voy a condensar estos tres días en unas pocas líneas porque apenas nos movimos. El sábado dimos un paseo andando hasta el Zoco, una zona comercial que está a un par de kilómetros del hotel. Mientras Juan Esteban, José Luis y yo nos quedamos tomando un café en un mesón que tenía unas mesas en un patio exterior, Carmen, Manoli y Magdalena se dedicaron a recorrer las tiendas y comprar algunos regalos. Después de casi dos horas regresamos en autobús al hotel. Por la tarde, paseo tranquilo entre los dos mares.

El domingo fuimos andando hasta el mercadillo de Cabo de Gata, más por curiosidad y por matar el tiempo que por ganas de comprar algo porque, efectivamente, nada compramos. Pero pudimos comprobar el éxito de estos mercadillos porque cientos de nacionales y extranjeros deambulaban entre los puestos entre la curiosidad y la esperanza de encontrar alguna ganga.

Y el lunes, regreso en avión, aunque José Luis y Magdalena, que llegaron un par de días más tarde, se quedaron hasta el miércoles. La verdad es que nos sobraron dos o tres días de estancia porque con seis o siete sobra para descansar y ver lo más importante. Tomamos nota para otra ocasión.

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Viaje a La Manga (III)

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Cuarto día. 3 de abril

Hoy nos hemos quedado en La Manga y la hemos recorrido en autobús las tres parejas. Por la mañana, visita a Veneziola, uno de los extremos de La Manga perteneciente a Cartagena. La otra, el extremo norte, son los arenales de San Pedro del Pinatar. La verdad es que no nos gustó demasiado la mezcla de naturaleza virgen, muy poca, y las edificaciones. En este país habría que tener un debate en profundidad sobre la conservación de los espacios naturales, como sobre la educación, la sanidad, la precariedad laboral, la inmigración… No es este el lugar ni el momento por lo que no me extiendo.

Por la tarde, otra vez a Cabo de Palos, que ya nos lo conocemos bastante bien. Nada digno que reseñar en una tranquila tarde de paseo.

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Quinto día. 4 de abril

Hoy viajamos hasta Cartagena. Yo había leído hacía poco un libro de Santiago Posteguillo, Africanus, el hijo del cónsul, donde se relata la conquista de Qart Hadasht o Cartago Nova, la ciudad fundada por el general cartaginés Asdrúbal, por parte de Publio Cornelio Escipión, el Africano. Así que tenía muy presente la batalla y los lugares que se describen en la novela que, una vez allí, es difícil encontrar. Así, el antiguo estero o mar interior, luego laguna (Almarjal) por la que pudieron atacar los romanos ya no existe, sino que  se rellenó y se convirtió en el actual Ensanche. Quedan algunos lienzos de la antigua muralla cartaginesa y lo que sí se conserva muy bien es el teatro romano, restaurado por el arquitecto Rafael Moneo.

Después de llegar a la estación de autobuses y de conseguir un plano de la ciudad en un cercano punto de información turística, comenzamos la visita en el Palacio de Riquelme, sede del Museo del Teatro Romano que, a través de un pasaje subterráneo, comunica con salas donde se exponen piezas halladas en las excavaciones del teatro y mediante una escalera mecánica se accede al teatro romano. Solamente por contemplarlo merece la pena visitar Cartagena. Una vez finalizada esta visita nos dirigimos al puerto y allí visitamos el Museo Nacional de Arqueología Subacuática que conserva restos relacionados con el tráfico marítimo en el Mediterráneo con materiales fenicios, cartagineses o romanos, entre otros. Destacan también los restos de los barcos fenicios de Mazarrón y de barcos romanos.

Después de comer en el puerto llegamos al cercano Museo Naval de Cartagena, donde se puede contemplar el submarino Isaac Peral y numerosas piezas relacionadas con la construcción naval, cartografía y navegación, artillería naval, etc. Y después visitamos el Ayuntamiento, un edificio modernista construido a comienzos del siglo XX que sufrió diversos daños pero que ha sido restaurado y abierto otra vez en 2006. Tras subir por una espléndida escalera imperial, la guía que enseña el ayuntamiento nos mostró la sala de plenos, el despacho del alcalde y otras dependencias.

Y después de pasear por el centro de Cartagena regresamos a la estación de autobuses pues terminamos bastante cansados y nos quedaba casi una hora de camino hasta nuestro hotel. Además, teníamos ganas de ver otra vez a nuestra querida amiga catalana con su lazo amarillo. ¿Habría más personas con banderas de España? Nuestro gozo en un pozo porque nos enteramos que esa mañana había abandonado el hotel pues había finalizado su estancia en La Manga.

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Viaje a La Manga (II)

Segundo día. 1 de abril

Como el horario de desayuno habitual es de 8 a 10 de la mañana, nos demoramos todo lo que podemos y bajamos casi a última hora. Lo malo es que todo el mundo ha pensado lo mismo, hoy es domingo y el comedor está a reventar. Como se ve que la cosa está complicada, el responsable del comedor abre un anexo y allí nos sentamos. Buen desayuno: fruta, zumo de máquina, café, tostadas con aceite, algún dulce. Y si hubiera querido, huevos revueltos o duros, salchichas… Antes dije que hoy es domingo, así que Manoli y Carmen buscan una iglesia para ir a misa. En recepción se informa de todo, así que buscamos horarios y ubicación de las iglesias que hay en La Manga. Sólo hay dos y una más en Cabo de Palos. Se deciden por una que empieza a las 12 y media y que está aproximadamente a un kilómetro del hotel. Vamos paseando. Pasamos primero por una Gola, un canal semiartificial, es decir, que se ha aprovechado una pequeña salida natural del Mar Menor al Mediterráneo para ampliarla y así las aguas de ambos mares se pueden comunicar. Como la información que nos habían dado no era demasiado exacta, tuvimos que preguntar varias veces hasta encontrar la iglesia, situada muy cerca del mar, amplia y moderna. Faltaba más de media hora para que empezara la ceremonia, así que Juan Esteban y yo decidimos dejarlas y seguir caminando hasta la población de Cabo de Palos. Es un paseo muy cómodo que deja a la izquierda el Mediterráneo, que se va divisando entre edificios de apartamentos, casas bajas y hoteles. Legamos a una zona más despejada desde la que se ve, elevado sobre un pequeño promontorio, el faro de Cabo de Palos.

Tras casi una hora de tranquilo paseo llegamos hasta las primeras edificaciones del pueblo, un Mercadona, la oficina de turismo y varios comercios cerrados. Baja gente con muchas bolsas que viene del mercadillo que se organiza todos los domingos por la mañana. Juan y yo no somos muy dados a este tipo de cosas así que esperamos en la parada del autobús que nos lleve de regreso al hotel. Pasa un primer autobús que viene lleno y, poco después, un segundo que, aunque también está bastante cargado, nos permite subir. Es un trayecto corto y llegamos en menos de diez minutos. Carmen y Manoli llegan un poco después y otra vez al comedor.

Por la tarde decidimos ir en autobús hasta Cabo de Palos. Por mí hubiera ido andando los poco más de tres kilómetros que hay desde el hotel al pueblo, pero el personal que me acompaña no está por la labor. Les recuerdo que anduvimos mucho más cuando fuimos hace un par de años a Nueva York, pero ni caso. Esto es un viaje del Imserso y hay que demostrarlo. Así que fuimos a la parada del autobús y cuando estábamos esperando se acerca un taxi y nos dice que por seis euros nos acerca hasta el Cabo. No lo pensamos así que nos subimos y nos acercó hasta la base de cabo. Hay que subir por un pequeño camino asfaltado en el que se pueden leer frases como «Salvemos el faro» o «No a la especulación». Resulta que hay un proyecto de convertir los faros en hoteles, privatizándolos y se pretende evitar que, como siempre, unos pocos se beneficien y la mayoría no pueda acceder a los lugares públicos.

Estuvimos una hora visitando la base del faro, haciendo fotos, divisando las Islas Hormigas y recreándonos en las vistas del pueblo y de la Manga. Tarde espléndida de sol y sin apenas viento, una sorpresa. Bajamos hasta el pueblo y, frente al puerto nos tomamos un café. Yo aproveché para tomarme un café asiático, una especialidad de la zona de Cartagena (la mayor parte de La Manga pertenece a ese municipio) a base de café, como es lógico, leche condensada, coñac, Licor 43 y canela. Muy rico, pero una bomba de calorías. Regresamos en autobús hasta el hotel, aunque hay que comentar que el servicio de autobuses está demasiado espaciado, pasa cada tres cuartos de hora; supongo que en verano el horario se ampliará.

En la cena vuelve a repetirse la pasarela con el lazo amarillo, que se pasea de un lado a otro del comedor, exhibiéndose orgullosamente. La pareja está hoy comiendo sola, no sé si porque sus compañeros no han bajado a cenar o porque ya se han ido. El caso es que, a su lado, y al nuestro, pues sólo nos separan un par de mesas, un hombre se ha puesto un pin con una bandera española en el jersey. Ya empezamos con la guerra de símbolos y de banderas. Siento alguna inquietud por si hubiera algún incidente, pero no pasa nada. ¿Qué necesidad hay de todo esto?

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Tercer día. 2 de abril

Hoy toca la primera excursión organizada y el primer madrugón. El autobús sale a las nueve menos cuarto, así que tenemos que bajar al comedor a desayunar a primera hora, es decir, a las ocho. Siempre me he preguntado por qué, cuando se está de vacaciones, tiene uno que sacrificarse más que cuando está en su casita. Ahora que estoy jubilado no tengo horario, pero levantarme antes de las ocho me parece una herejía. Tampoco es que me quede demasiado tiempo remoloneando en la cama, pero ya hace mucho que no me levanto temprano.

Tras casi una hora y tres cuartos de viaje el autobús nos deja frente al Ayuntamiento, que estaba siendo engalanado para la lectura del Pregón. Da la casualidad de que mañana martes es el día grande las fiestas de primavera de Murcia, al que aquí llaman El Bando de la Huerta y desde allí llegamos andando hasta la Plaza Belluga. Se nota que hay buen ambiente, pues por casi todos lados hay trabajadores del Ayuntamiento colocando flores, levantando andamios y palcos, etc. En la plaza Belluga, aunque habría que decir más correctamente Plaza del Cardenal Belluga, ilustre personaje del que habría que hablar largo y tendido, nos encontramos lo que un estudioso de la arquitectura urbana definiría como eclecticismo: la catedral de Murcia, el Palacio Episcopal y el Ayuntamiento nuevo, anexo al que mencioné anteriormente. Para asombro y enfado de muchos murcianos, el arquitecto Rafael Moneo diseñó y construyó un edificio que rompe con el estilo de los edificios anteriores. No quiero entrar en polémicas, pero no me parece mal y, encima, me gustan sus líneas rectas y sencillas.

Antes de entrar en la catedral, contemplamos la torre-campanario, realmente excepcional. Según nos explica la guía, es la segunda más alta de España, tras la de Sevilla. Entramos en la catedral y recorremos sus naves y capillas, deteniéndonos sobre todo en la capilla de los Vélez. Al salir, rodeamos el espléndido edificio y después nos dirigimos andando hasta la calle Trapería, una de las más importantes de la ciudad y donde se encuentra otro edificio que merece la pena visitar, el Real Casino de Murcia. Otro edificio de estilo ecléctico, algo muy habitual en esta ciudad, donde al lado de iglesias o catedrales barrocas o neoclásicas, te encuentras de pronto con obras rompedoras y vanguardistas. La verdad es que el Casino merece la pena visitar.

Nos dejan un poco de tiempo libre que aprovechamos para recorrer el centro de la ciudad y nos encontramos con hombres y mujeres vestidos con el traje típico de la huerta murciana pues van a hacer una especie de desfile por las principales calles hasta llegar al ayuntamiento. Aprovechamos para charlar y hacernos fotos con ellas y nos dicen que vienen representantes de Valencia y de Alicante vestidas también con sus trajes típicos. Volvemos al autobús para que nos acerque al Museo Salzillo, para contemplar las obras de este escultor. En Sevilla estamos acostumbrados a ver imágenes extraordinarias la Semana Santa: Martínez Montañés, Juan de Mesa…, pero las esculturas de Francisco Salzillo tienen una calidad y una expresividad únicas. Visita imprescindible.

Comemos en La Alberca, una pedanía en las afueras de Murcia, antes de subir al Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta, que es la patrona de Murcia. Esta virgen sustituyó a la anterior patrona, la Virgen de la Arrixaca debido, según parece, a que tenía más mano a la hora de acabar con las sequías que, periódicamente, asuelan esta zona. La vista desde el Santuario de toda la vega murciana es magnífica. En el exterior del edificio se puede destacar la fachada central y en el interior el retablo y la imagen de la Virgen.

Regresamos sobre las siete y media y nos encontramos con José Luis y Magdalena, que han hecho el viaje desde Sevilla en coche y que estarán con nosotros hasta el lunes día 9, que es cuando termina nuestra estancia aquí.

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Viaje a La Manga (I)

Primer día. 31 de agosto

Si no fuera porque el Imserso ofrece unas condiciones muy ventajosas, casi imposibles de rechazar, nunca se me habría ocurrido plantearme pasar diez días en La Manga del Mar Menor. Había visto reportajes sobre la masificación de hoteles y edificios, sobre el colapso que está a punto de sufrir ese mar por la contaminación, las medusas y el cemento, sobre los problemas de tráfico en verano, cuando el número de habitantes se multiplica por veinte… O sea, no me apetecía mucho. Pero como las fechas eran buenas y otros destinos ya los conocíamos, nos decidimos Carmen, yo y el grupo de amigos que solemos viajar juntos, a visitar ese rincón. Y nunca mejor dicho lo de rincón, porque hay que ver lo arrinconado que está.

Salimos el día 31 de marzo, sábado santo. Después de semanas y meses de lluvia, la semana santa se había presentado radiante, con apenas algún chubasco que no deslució para nada las procesiones. Así que el sábado, después de dejar el coche en el aparcamiento de larga duración del aeropuerto (mucho más cómodo y más barato que el taxi), salimos hacia Alicante Juan Esteban, Manoli, Carmen y yo. Aterrizamos a mediodía en El Altet, el aeropuerto de Alicante-Elche, tras poco menos de una hora de vuelo. Allí nos trasladaron en autobús hasta el hotel de La Manga, el Cavanna. Echamos más tiempo en este traslado que en el viaje de avión, cerca de una hora y media.

Hotel antiguo, de los años sesenta, no demasiado remodelado en todo este tiempo, pero en general, bien. Después de instalarnos en la habitación, amplia y limpia, con excelentes vistas a los dos mares, y de colgar alguna ropa en los armarios, bajamos a realizar nuestra primera comida. Para la mayor parte de las personas que utilizan el Imserso, este momento es fundamental. ¿Será comida abundante, variada, sana, bien cocinada, de calidad? Cuando entramos en el comedor, éste ya estaba casi lleno, pero de un primer vistazo las preguntas anteriores fueron contestadas positivamente. Arroz, costillas de cerdo asadas, lasaña, pollo, mucha ensalada, dulces… Los platos rebosaban, lo que siempre me hace pensar por qué, siendo un bufé del que puede uno llenar el plato las veces que quiera, tiene que llenarse sin dejar ni un hueco, como si fuera a acabarse la comida. No sé si será por pereza, por no tener que levantarse varias veces de la mesa, por reminiscencias de la época del hambre de la posguerra (la edad de algunos hace adivinar que seguramente la sufrieron), pero la verdad es nunca dejo de sorprenderme de que una y otra vez se repita la misma escena. Encontramos una mesa de cuatro y, como estábamos hambrientos pues hacía horas que no tomábamos nada, llenamos a rebosar nuestros platos, pero en nuestra descargar diré que no sobró nada en ellos.

Subimos a la habitación y después de una reparadora siesta, como diría algún cursi, aproximadamente a las seis de la tarde bajamos a un salón a recibir la charla informativa que, ineludiblemente, se recibe cuando uno comienza este tipo de viajes: teléfonos de urgencia para caso de problemas de salud, horario médico, excursiones previstas y que hay que pagar aparte… Después de un pequeño debate entre los cuatro, decidimos realizar tres excursiones organizadas y una o varias más por nuestra cuenta en los ocho días completos que todavía nos quedan: Murcia, Caravaca de la Cruz y Lorca. Finalizada la charla y pagadas las excursiones decidimos dar una vuelta por los alrededores y conocer un poco la zona. Nos recibió un frío y una brisa que no esperábamos y que nos acompañó durante toda la estancia en La Manga. Será por su situación pero siempre soplaba viento, lo que aprovechan los practicantes de kitesurf para divertirse y hacer piruetas. Lo primero que llama la atención es la estrechez de La Manga. Entre el Mar Menor y el Mediterráneo hay puntos que apenas tienen 100 metros de ancho, aunque otros, los menos, alcanzan el kilómetro. Los 18 kilómetros que tiene de largo se pueden recorrer en un autobús que lleva desde el Cabo de Palos, la población más cercana, hasta Veneziola, el extremo donde se abre un estrecho que permite la comunicación de las aguas y que impide que la salinidad del Mar Menor sea excesiva. El primer paseo lo hicimos por el Mar Mayor, como lo llaman por aquí, bien abrigados. En la playa apenas había un par de personas, demasiadas para el frío que hacía. Cuando llegamos al final de un pequeño paseo marítimo, y como no teníamos ganas de llenarnos de arena, cruzamos la carretera y pasamos al Mar Menor. Algunas tiendas, pocas, abiertas, casi todas las ventanas cerradas, algún coche de vez en cuando. No se puede llamar desolación, pero si no fuera por los del Imserso y por algún extranjero que hace deporte en el agua, esto estaría desierto.

El Mar Menor, a diferencia del Mediterráneo, en el que las olas rompían con cierta fuerza en la orilla, era una balsa de aceite. Nos llamó la atención la poca profundidad que tenía en la playa. Algunos kitesurfistas se adentraban metros y metros en el agua y ésta les cubría sólo hasta las rodillas. A poca distancia de la costa una isla, la Isla del Ciervo, a la que, según nos informó una mujer que iba en bicicleta y que se paró a hacernos una pregunta, se puede llegar andando sin que te cubra el agua, pues hay una especie de pasarela que en su momento estaba señalizada que está a poca profundidad. Como el tiempo es demasiado desapacible no creo que probemos.

Tenemos el primer turno de cena, a las ocho de la tarde, así que regresamos al hotel y después de darnos una ducha, bajamos al comedor. Otra vez casi lleno y otra vez problemas para encontrar una mesa de cuatro. Al fondo había una, cerca de un grupo de seis y ocho personas que charlaban animadamente en catalán. Allí nos sentamos y comenzamos el ritual de investigar qué sorpresas culinarias nos tenían preparadas. Nos cuidan muy bien a los pensionistas porque también la cena es variada, sana y abundante. Mientras comemos, Manoli se da cuenta de que algunos de nuestros vecinos catalanes llevan un pin metálico grande con el lazo amarillo. Dentro de unos años seguramente nos habremos olvidado de esto, porque no creo que se estudie en los libros de historia, pero entre nosotros comentamos que, respetando como es lógico cualquier manifestación política y la libertad de expresión no nos parece ni el momento ni el lugar de reivindicar lo que algunos definen como «libertad para los presos políticos». Una de las que lleva el lazo se levanta varias veces y se pasea entre las mesas, yo diría que con mirada y actitud desafiante, aunque no puedo asegurarlo. Parece como si esperara que alguien dijera algo, que seguramente tendría preparada una respuesta para aquel que se atreviera a llamarle la atención, pero nadie en el gran comedor hace comentario alguno, más bien la tratan con indiferencia. Si yo fuera independentista catalán, pienso, lo último que haría sería viajar a un país como España que les roba, que los maltrata, que los oprime, que utiliza la represión y la violencia para acallar las justas reivindicaciones, un país atrasado, inculto, lleno de fascistas que no les comprenden. Pero así son las cosas de contradictorias: me quiero independizar del país, pero me sigo aprovechando de las ventajas que me proporciona. Como siempre se ha hecho y se seguirá haciendo.

Después de cenar tomamos una infusión en el Café Britannia, allí mismo en el hotel. Seguimos hablando y planificando lo que haremos mañana domingo pues hasta el lunes no tenemos la primera excursión. Y temprano, pues el día ha sido intenso, como siempre ocurre cuando se viaja, nos vamos a la habitación y dormimos profundamente.

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