Burgos, Vitoria, Pamplona y Cuenca en una semana (un atracón de viaje, I)

Creo que en este blog he dejado claro que me gusta viajar. Cambiar de aires, de paisajes, de comida, de luz, de sonidos o de gente es siempre muy sano. Confrontar lo propio con lo ajeno, lo conocido con lo extraño, apreciar lo diferente y valorar lo propio, dejar a un lado la suspicacia. Abrir la mente a nuevas experiencias y a nuevos ambientes enriquece y amplía horizontes.

Desde que tengo recuerdos, he estado viajando. Primero con mis padres, con amigos o solo, con mi mujer, con mis hijos y ahora otra vez Carmen y yo solos. Es como una necesidad de salir periódicamente de la monotonía, de la vida cotidiana, más ahora que estamos jubilados y, teóricamente, tenemos más tiempo libre (aunque esto es relativo, porque parece que las horas se comprimen y pasan cada vez más rápidamente). A lo largo del año procuramos hacer tres o cuatro viajes. En los últimos tiempos habíamos adquirido la costumbre de salir a extranjero por lo menos una vez al año: la Toscana, Londres, Nueva York, Croacia, Rusia… pero hemos decidido dejar lo más lejano para más adelante y centrarnos en conocer lo que está más cerca, nuestro país, porque revisando el mapa de España, resulta que hay muchas ciudades, pueblos y comarcas que todavía no conocemos, así que durante los próximos años recorreremos la península ibérica.

Carmen y yo somos turistas normales y corrientes, no somos aventureros ni nos gusta el riesgo. Somos más bien urbanitas y nuestras excursiones a la naturaleza son escasas. Haciendo memoria podríamos hablar de las Tablas de Daimiel, el Torcal de Antequera, la sierra norte de Sevilla, la sierra de Segura y muy pocos sitios más. Así que del Amazonas, de la estepa siberiana o de la Tierra de Fuego, ni hablamos. No busquéis sobresaltos ni descripciones de bosques, altas montañas o ríos caudalosos en estas páginas porque os llevarías una desilusión.

Así que durante el verano, después de nuestro habitual viaje a Coruña para volver a los orígenes, ver a madre, hermano, sobrinos y amigos, comenzamos a pensar cuál podría ser nuestro destino en el mes de septiembre. Como este año parece que el tema Imserso está poco claro, decidimos recorrer parte del norte de España y regresar por Cuenca, ciudad a la que desde hace tiempo le teníamos echado el ojo. Así que empecé (esta vez yo solo porque a Carmen le gusta encontrarse todo hecho) a mirar posibles destinos, lugares y alojamientos. Desplegar un mapa de España y seguir con el dedo las rutas y sus alternativas es algo que siempre me ha gustado. Ahora lo complemento con el Google Maps, que me ayuda a calcular distancias y tiempos. Algunas dudas iniciales que se fueron disipando. Lápiz y papel para ir apuntando todo. Et voilà, al fin pude sincronizarlo todo y empezar a buscar alojamiento. Nada de casas rurales en medio del monte ni hotelitos con encanto. Como mucho, apartamentos en el centro de la ciudad y hoteles bien situados, por supuesto de cuatro estrellas. Mi señora no se conforma con menos.

Sobre el papel, un viaje muy completo, en el que se conjugan con cierto equilibrio historia, cultura, arte, paisaje y, por supuesto, gastronomía. En la realidad, un atracón de kilómetros. Puse el cuentakilómetros, velocidad media y consumo a cero, para saber al final del viaje qué me encontraba. Y lo que me encontré es que en siete días hicimos 2.394 kilómetros a una media de 82 km/h y con un consumo de 5,5 litros cada 100 kilómetros. Puede parecer una velocidad media no muy alta, pero teniendo en cuenta la entrada y salida de las ciudades y algunas carreteras con muchas curvas y tráfico, es una media más que aceptable. Y el consumo, excelente. Este coche, un Ford Mondeo Econetic que tiene ya diez años y algo más de 130.000 kilómetros, está en su mejor momento. En cuanto a los kilómetros andados, el reloj que, además de marcar las horas, marca los pasos y la distancia recorrida, nos informó de que cada día hicimos una media de doce kilómetros, unos 16.000 pasos. Eso es patearse bien las ciudades y los pueblos, sí señor, Y muchas escaleras, también.

10 de septiembre, martes. De Sevilla a Burgos, algo más de 700 kms.

A mí me gusta conducir y no me pesan las horas al volante. Pero a aquellos que no les guste pueden hacerse pesados tantos kilómetros en un solo día. Salimos temprano, alrededor de las 8 de la mañana. Como cada vez que viajamos por la Ruta de la Plata, desayunamos en Leo, un área de servicio cerca de Monesterio. Está siempre lleno de autobuses, camiones y turistas, pero sirven con rapidez y no es muy caro. Llegamos hasta Salamanca y la circunvalamos. Todavía es pronto para comer, así que seguimos camino de Tordesillas y un poco más adelante paramos para tomar algo antes de llegar a Burgos. Sobre las cuatro de la tarde llegamos a nuestro primer destino. Nos alojamos en los Apartamentos La Puebla, en la calle Fernán González. La dueña es muy simpática y habladora. Lo mejor de los apartamentos es su situación, a menos de cinco minutos de la Catedral, en pleno centro de la ciudad.

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Después de situarnos y descansar un poco, salimos a dar una vuelta bien abrigados, porque hacía un día casi invernal. Si es así en septiembre no me imagino el frío que hará en enero. Obligatorio, entrar en la catedral. Primero, un paseo por el exterior, para admirar las agujas y las diferentes fachadas. El interior también es magnífico, y algunas capillas y salas, realmente espectaculares. Salimos al Paseo del Espolón por la Puerta de Santa María y nos dirigimos al Museo de la Evolución Humana, muy didáctico y que nos permitirá hacernos una idea de lo que hemos sido y lo que somos como especie. Además, nos sirve como introducción a la visita que haremos mañana a Atapuerca.

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Cuando salimos del Museo, seguimos paseando por la Plaza Mayor y las calles adyacentes. Ya notamos un cierto cosquilleo en el estómago y, siguiendo los consejos de mi amiga María Jesús, burgalesa que desde hace años vive en Sevilla, recorremos las calles Los Herreros, Sombrerería y La Flora, entre otras, que están llenas de bares. Entramos en varios mesones y ninguno nos defraudó. Como estábamos muy cansados no nos paramos a escuchar el himno del Burgos en el Victoria, una de las recomendaciones de María Jesús. Lo dejaremos para otra ocasión. Antes de las once de la noche caímos rendidos y dormimos como lirones. No hay como cansarse para dormir bien.

11 de septiembre, miércoles. Atapuerca y el triángulo del Arlanza (Lerma, Covarrubias y Santo Domingo de Silos).

Hemos reservado hace días la visita a Atapuerca. Nos citan en Ibeas de Juarros, a unos 15 km de Burgos por la carretera de Logroño, donde nos recogerá un autobús a las 12 de la mañana. Iván, el guía, que supongo será un estudiante de postgrado, nos explica el pasado, el presente y el futuro de Atapuerca. La casualidad del tren minero que sacó a la luz varias cuevas, aunque ya en siglos pasados y a comienzos del XX ya se tenían noticias y se habían estudiado algunos restos. Los hombres y animales que habitaron las diferentes cuevas, el trabajo de campo que se hace durante los meses de julio y agosto, los estudios posteriores que permiten catalogar los hallazgos, el enorme trabajo que queda por hacer.

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Salimos de Atapuerca sobre la 13,30 y nos dirigimos en nuestro coche desde Ibeas de Juarros hasta Lerma. Llegamos poco después de las dos de la tarde y nos dio tiempo a recorrer un poco del pueblo. Muy bien conservado, con calles empedradas y casas, iglesias, conventos y palacios que nos hablan de un pasado esplendoroso. Entramos en el núcleo histórico por la Puerta de la Cárcel y llegamos por la calle Mayor hasta la Plaza Mayor, una preciosa plaza porticada donde hay varios mesones y tiendas de productos típicos. Comimos, más bien tapeamos, en la Taberna del Pícaro, que se encuentra en la misma Plaza. Después tomamos café en el Parador, antiguo Palacio Ducal. No nos detuvimos demasiado, aunque merecía la pena, ya que queríamos ir a Covarrubias y llegar antes de las siete a Santo Domingo de Silos, a escuchar los cantos gregorianos de los monjes.

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Covarrubias es un pueblo con encanto, muy bien conservado y cuidado. Es uno de los que más nos gustó de este viaje. Paseamos un buen rato por sus calles y llegamos hasta la Iglesia de San Cosme y San Damián, una antigua Colegiata, cerca del río Arlanza, hasta donde llegamos para refrescarnos un poco. Placitas con casas balconadas y llenas de flores, calles empedradas, silencio. muy poca gente por las calles y, lo que es también de agradecer, poco turismo, igual que en Lerma. Acostumbrados a las multitudes de Sevilla, Córdoba o cualquier otra ciudad por donde apenas se puede dar un paso, es un lujo pasear en silencio, detenerse a hacer fotos y hablar bajo, para no romper el encanto.

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Después nos dirigimos hacia Santo Domingo de Silos. El triángulo del Arlanza (Lerma, Covarrubias, Santo Domingo de Silos) se recorre en poco tiempo. Merece la pena dedicarle un día completo y detenerse varias horas en cada pueblo. Nosotros los recorrimos en una sola tarde y nos dejaron con la miel en los labios. En Santo Domingo no tuvimos suerte. Llegamos al Monasterio a las seis y tres minutos y nos encontramos con la puerta cerrada. A pesar de que llamamos y nos abrieron la puerta, la mujer encargada de la entrada nos dijo que se había cerrado a las seis. Por más que insistimos y le dijimos que las visitas terminaban a las seis y media, que habíamos venido de muy lejos y no sabíamos cuándo podríamos volver, no hubo manera de convencerla. Así que nos quedamos sin ver uno de los claustros más bellos que se pueden contemplar y tampoco pudimos rememorar los famosos versos de Gerardo Diego: «Enhiesto surtidor de sombra y sueño / que acongojas el cielo con tu lanza…». Había buscado el soneto en Google y pensaba recitarlo y y grabarlo allí mismo. Otra vez será.

Lo que sí pudimos hacer fue escuchar los cánticos de Vísperas de los monjes de Silos. Ese día, además, se conmemoraba la traslación de las reliquias del Santo. Veintidós monjes, durante casi una hora, cantando en latín, sentándose, levantándose, inclinándose hasta casi tocar el suelo. Y así varias veces a lo largo del día. Algunos de los monjes, ya muy mayores, tenían que permanecer sentados pues apenas podían moverse. Ora et labora. Tiene que ser agotador levantarse muy temprano para los maitines, trabajar, rezar y cantar varias veces al día. Y nosotros nos quejamos.

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Casi anocheciendo regresamos a Burgos, después de hacer unos 180 kilómetros en coche y trece o catorce andando. Cenamos también alrededor de la catedral y otra vez nos acostamos temprano. Todavía nos quedan cinco días de viaje y hay que guardar fuerzas.