Quizás sea la falta de experiencia, la falta de costumbre de recibir alabanzas, la emoción de escribir un libro, enviarlo a editoriales y que una de ellas te lo publique, que un día tengas ese libro en las manos… La primera vez es siempre única e irrepetible y eso es lo que me está pasando. Amigos, familiares y personas que no conozco, me hacen llegar sus palabras de ánimo y de felicitación. Es un sentimiento nuevo y agradable y también hay un punto de orgullo, de vanidad, todo hay que decirlo. Desde hace ya un par de meses, desde que el libro llegó a casa, escribo con otra perspectiva. No sé si eso le ha pasado a otros escritores (todavía me cuesta describirme como escritor, lo reconozco), pero a mí me emociona. No sé cuántas personas lo han leído ni cuántas lo leerán en el futuro. Tampoco sé si habrá otra publicación mía; lo que sí sé es que seguiré escribiendo. Planifico poco, no tengo horarios, creo que esto ya lo dije alguna vez, pero sí percibo que me rondan muchas ideas, muchas frases que necesito plasmar en el papel o en la pantalla del ordenador. Eso es buena señal, me digo. A lo mejor, sólo necesitaba ese pequeño empujón para proponerme un horario, una meta, aunque me conozco y sé que eso durará poco tiempo.
Ayer, casi a la misma hora que Rafael Nadal volvía a hacer historia en París, comprobé que me entraba un correo electrónico. Como la ceremonia de entrega de premios, con toda la parafernalia de abrazos, discursos, fotos y demás actos me estaba aburriendo, leí dicho correo. Era de José Luis Lobo Moriche, maestro y escritor corteganés que conocí hace algunos años porque es primo lejano de mi mujer, vive en Cortegana, pueblo cercano al de Carmen, Aroche, y de vez en cuando coincidimos. Supongo que por todo ello, sus palabras pueden ser, tal vez, un poco subjetivas, pero no por ello, dejaron de emocionarme. Leyó mi libro, La vida es un cuento y tuvo la amabilidad de comentarlo y enviarme sus impresiones. Reconozco que me sorprendieron y me abrumaron porque no me creo merecedor a tantos elogios. Pero como no somos inmunes a las alabanzas, no me resisto a transcribirlas. Muchas gracias, Pepe Luis.
Comentarios e impresiones sobre La vida es un cuento, por José Luis Lobo Moriche
Haber leído La vida es un cuento me ha supuesto horas de gozo ante la exquisita sencillez con que José Manuel Castro Díaz maneja la forma expresiva de la narración. Cuenta sin florituras ni adornos innecesarios, aflorando libremente la palabra y tejiendo la frase desnuda de artificios. Como consecuencia, me he sentido atrapado en sus historias, en su peculiar manera de contar. Leer, leer…, y buscar con ganas el siguiente texto. A veces, me he contagiado de la ternura con que se manifiesta el autor. Otras, he percibido una historia casi algebraica. He puesto final a algunos de sus cuentos. Y lo más sorprendente, he jugado con él no a reescribir el relato sino a escribirlo. Es el caso de su texto La última palabra. Nunca antes había captado esa novedosa técnica de escritura. Y por supuesto, ha significado que me haya sentido partícipe de la obra. Una lectura que acababa en escritura mental. Otro milagro de la buena Literatura.
¿Y de qué nos cuenta Castro Díaz? De sus mundos, de que la vida es una constante liturgia, que incluso en la vejez estamos atrapados por los ecos de nuestra infancia vivida, gozada o sufrida. Luz vital en el otoño y cuentos de hoy, de la vida pública. Dinamismo para recorrer el entramado del hecho creativo ante la rutina diaria o ante la novela que supone la realidad doméstica de cada uno de nosotros, los recuerdos que nos marcan para siempre.
Que nadie espere un final sorprendente. Lo que se cuenta es reflejo de su personalidad. Y en este caso, el autor se desnuda desde el principio. No hay temores algunos ni tapujos con que esconderse, aunque Castro Díaz reflexione sobre su conducta. Y si hay que suprimir el final de uno de sus cuentos, se hace porque así es la vida. Se nota a distancia que José Manuel se siente a gusto narrando añoranzas de su tierra natal, de su feliz niñez. Porque él es un bonachón, que tampoco dejó de ser niño y por ello debió de ser un buen maestro de escuela. Y como niño nos habla de los miedos infantiles o como adulto cambia de plan y nos resuelve el cuento con el absurdo.
A ti, que eres un hombre dadivoso y que ya estás enfrascado en la maraña de la palabra escrita, te seguiremos en tu caminar literario.
José Luis Lobo Moriche. Cortegana, junio de 2022.